XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Hebreos 12, 1-4

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

De las cartas del Nuevo Testamento ninguna es más curiosa que la a los Hebreos. Una vez se pensaba que San Pablo fue el escritor de esta carta. Pero con más atención al vocabulario y al razonamiento se dio cuanta que no, Pablo no podía haberla escrito. Hasta ahora el autor queda un misterio tanto como los destinatarios. Se cree que ellos eran cristianos judíos por los contenidos de la carta, y por eso se llama la carta “a los hebreos.” Pero no sabemos con certeza donde vivieran ni si fueran realmente de raíces judías.

Sin embargo, se destaca la Carta a los Hebreos por su consideración sumamente balanceada de Jesús como Dios y como hombre. También, la carta es un tesoro de joyas bíblicas. Sólo ella habla de Jesús, “hoy como ayer y por la eternidad” (Heb 13,8). Sólo ella describe la palabra de Dios como “más penetrante que espada de doble filo” (Heb 4,12). Sólo ella nos da una definición muy atestada de la fe: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Heb 11,1).

Sobre todo la Carta a los Hebreos cala hondo en el corazón porque describe la lucha contra el pecado. Como dice el pasaje que leemos hoy, esta lucha no nos ha costado el derrame de sangre; sin embargo, nos cansa. Ésta es la lucha de mantenernos como fieles cristianos católicos en una sociedad más apegada a la comodidad que a la rectitud y más observante de la selección nacional que la misa dominical.

Es la lucha de varias mujeres no casadas contra la tentación de juntarse con un hombre. Es dura como batallar un jaguar porque necesitan el apoyo para criar a sus niños. Es también la lucha del homosexual de vivir casto con pasiones que no se calman fácilmente. O es el reto de no tomar lo que no nos corresponda. Una vez un hombre encontró cinco mil dólares en una bolsa al lado de una bomba de gasolina. Devolvió el dinero a la administración de la gasolinera y vino quien se le cayó la bolsa para reclamarla. El hombre era persona muy honrada pero admitió que estuvo tentado a huirse con los billetes.

La Carta a los Hebreos nos exhorta que fijemos la mirada en Jesús para conducirnos como él. Él ha sufrido la cruz, una prueba más dolorosa que tendremos nosotros. El propósito aquí no es sádico: porque Jesús sufrió, también debemos sufrir nosotros. No, la idea es esperanzadora. Como el dolor que sufrió Jesús le ganó la gloria, así nuestro dolor juntado a aquel del Salvador va a resultar en nuestra vida inmortal. Siempre queremos fijar los ojos en Jesús.