XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 10, 25-37

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

Algunas veces se oye de leyes del Buen Samaritano. Tal tipo de ley tiene que ver con la exoneración de regulaciones o de responsabilidad civil de daños y prejuicios cuando uno trata de socorrer al otro. Una ley del buen samaritano en Argentina, por ejemplo, permite que los comestibles empaquetados en envases con fechas vencidas no sean tirados sino donados a los bancos de alimentos. Otra ley del buen samaritano en Puerto Rico excusa a las personas entrenadas en la primera ayuda de responsabilidad civil cuando ofrecen su asistencia en emergencias.

Seguramente se nombran tales leyes “Buen Samaritano” según el protagonista de la parábola de Jesús que escuchamos hoy. Sin embargo, el nombramiento no llega al entendimiento completo de Jesús. Es como si existiera un oso que baila y canta, pero la gente que nos cuenta de la maravilla sólo habla de su bailar. La revelación en la parábola de Jesús no es simplemente que deberíamos ayudar a nuestro prójimo sino que los beneficiarios de nuestra ayuda deberían incluir a gentes vilipendiada por nuestra comunidad. Dicen que la patrulla fronteriza de los EEUU a veces encuentra a inmigrantes completamente deshidratados en el desierto y les dan agua. Podemos decir que la patrulla ha mostrado el “Buen Samaritanismo”. Dicen también que ocurre que un grupo de inmigrantes encuentra a un patrullero desorientado y fatigado por falta de agua y le comparte el agua de su suministro. Ciertamente es un acto más grande del mismo “Buen Samaritanismo.”

El Buen Samaritano representa la compasión. Él está movido por la necesidad de la otra persona de manera que no más considere a ella como otra sino como familia. En la historia no existe mejor ejemplo del Bueno Samaritano que Jesucristo mismo. Como dice San Pablo, él era de naturaleza divina, pero no consideró ser de Dios algo para aferrarse. Más bien se bajó a la tierra para salvar a los humanos que vez tras vez lo ofenden. En la pasión de Jesús cuando se esperaría que su preocupación fuera solamente de soportar sus propios padecimientos, Jesús se extiende a sí mismo hacia otras personas. Él sana la oreja del muchacho cortada en la escaramuza cuando lo arrestan. En la cruz Jesús le promete el Paraíso al criminal siendo ejecutado con él. Y, sobre todo, le pide el perdón a su Padre para con sus crucificadotes.

No podemos duplicar la compasión de Jesús aunque deberíamos imitarla. Nos comportamos como Jesús cuando rezamos por nuestro jefe en el trabajo. Lo imitamos cuando bajamos de nuestro carro para desprender a otro atascado en la arena. Correspondemos al Buen Samaritano cuando ofrecemos los misioneros de otra religión en la puerta un vasito de agua. ¿Nos cuesta al mostrar la compasión de Jesús? No tanto como pensemos. Pero si gastamos un poco, conseguimos un montón. La compasión nos hace en hermanos de Jesús. Nos pone en la frente de la fila para entrar el cielo. Y a lo mejor nos gana la admiración de gente buena aquí en la tierra.