Domingo de Ramos

Mateo 26:14-27:66

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

Una vez una soltera joven tenía todo lo que pensaba le traería la felicidad. Le gustaba su empleo. Vivía en un apartamento cómodo. Manejaba un carro elegante. Sin embargo, la joven estaba inquieta. “Siento tan sola,” lamentó ella. Aunque la soledad no duele como la artritis o un golpe en la cabeza, sabemos que puede probarnos. Agregada por dolores físicos, la soledad puede volver la vida en un crisol. Así encontramos a Jesús en la Pasión según San Mateo que acabamos a escuchar.

Para San Mateo Jesús sufre psicológicamente del aislamiento y burlas tanto como físicamente por látigos y clavos. Vemos este suplicio mental a través de su Pasión. En Getsemaní sus discípulos principales no tienen la fortaleza para velar con él; un confidente le traiciona; y todos sus discípulos huyen de él. A la casa de Caifás el sumo sacerdote rasga sus vestiduras ante él señalando que Jesús no más es parte de la raza judía; los líderes judíos se le burlan como un profeta falso; y, afuera, Pedro lo niega. En el juicio ante Pilato, el procurador falta la valentía a rendir a Jesús un fallo justo; los judíos prefieren a un asesino a él; y los soldados lo abusan como un rey cómico. El aislamiento alcanza la cima a la cruz donde los viandantes insultan a Jesús; los santurrones le echan insultos; y los otros dos crucificados lo injurian. A Jesús en este momento aún Dios le parece lejos. Grita con toda angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Entonces nos damos cuenta que Dios no ha dejado el lado de Jesús. Más bien, actúa con toda la fuerza de una central nuclear para manifestar que Jesús no muere en vano. Rasga el velo del templo señalando que ya no más pueden los sacrificios rituales satisfacerlo. Sacude abiertos los sepulcros para permitir a los justos entrar la gloria. Y el oficial romano con cien soldados da el último fallo acerca de Jesús: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios.”

Nos debería confortar la Pasión según Mateo particularmente cuando nos sentimos solos y malentendidos. Algunos de nosotros hemos estado abandonados por personas significativas de modo que pensemos que Dios también mismo nos haya olvidado. Tal vez fuera la muerte de nuestro esposo por cuarenta años o la traición por un socio de negocio. A lo mejor muchos ancianos en asilos sienten así. Sus compañeros de juventud ya han fallecido y les parece que ellos sólo están aguardando la muerte. Y tal vez los enfermos de Alzheimers sufran esta misma desilusión; pues, ni siquiera reconocen a sus familiares. En estas ocasiones, podemos rezar con Jesús, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Y, recordando lo que pasa a Jesús en el evangelio, podemos recuperar la confianza que Dos va a actuar por nosotros.