XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 21:33-43

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

El propietario planta su viñedo con cuidado. Que hagamos hincapié en “cuidado.” Con tanta fineza Dios ha creado el mundo y todos sus contenidos. Sobre todo, ha demostrado la destreza en formar a los seres humanos. Somos su obra maestra. Si Dios fuera pintor, nosotros seríamos su “Mona Lisa.” Muchos géneros de animales pueden sobrepasar los humanos en correr. Existen bacterias que pueden aguantar temperaturas de centenares de grados. Pero ninguna otra forma de vida puede reflexionar sobre sus logros y fabricar instrumentos para hacerlos más eficaces. Las capacidades de pensar y de utilizar herramientas nos hacen co-creadores con Dios, aunque socios juniores. Somos los viñadores de la parábola del evangelio de hoy a quienes el propietario alquila su viñedo.

Cuando exploramos nuestro dominio, nos quedamos con bocas abiertas. Las aguas rebosan con vida. El aire no sólo provee el respiro sino también lleva el agua a los interiores. Las plantas se arraigan en la tierra para dar de comer a los animales. Dotándonos tan ampliamente, Dios nos espera una cosecha de justicia donde todos humanos crecen sanos y fuertes. Esto es el fruto que el propietario manda a sus criados a recoger.

Desgraciadamente, nuestro producto no siempre alcance la expectativa de Dios. En lugar de conservar los recursos naturales, muchas veces hemos perdido el equilibrio ecológico. Sobrepescamos las aguas. Contaminamos el aire. Y erosionamos la tierra. El papa Juan Pablo II nombró los pecados que están deteriorando el medio ambiente: “…la avidez y el egoísmo, individual y colectivo,” dijo, “son contrarios al orden de la creación…” El papa era entre los defensores del medioambiente que, como los criados de la parábola, están desdeñados si no perseguidos. Aunque muchos están por el medioambiente con palabras, pocos se incomodan para rebajar las amenazas.

Tal pereza asesinó a Jesús que había venido al mundo para restaurar la paz entre la tierra y la humanidad tanto como entre las razas y entre las clases. Nosotros creemos que nuestros pecados causaron la crucifixión de Jesús, ¿no? Entonces, debemos incluir los pecados contra el medioambiente entre las causas de su muerte. Sin embargo, no es sólo Jesús que sienta el peso de nuestros pecados ecológicos. Siempre el abuso de la naturaleza tiene ramificaciones contra seres humanos. La contaminación del aire causa enfermedades en niños. La erosión de la tierra resulta en el desplazamiento de poblaciones, principalmente campesinos. La reducción de pescado desemboca en la más pobre nutrición para todos.

La parábola promete que el propietario sacará su viñedo de las manos de aquellos que lo descuidan. Podemos quedarnos seguros que los egoístas y codiciosos no tendrán dominio de la tierra para siempre. O cambiamos nuestros modos de vivir o la tierra va a caer en manos de otras especies. Esto quiere decir que modifiquemos nuestros hábitos para evitar el desgaste de agua, aire, y tierra. En su mensaje el papa Juan Pablo concluyó: “La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día…”