Conmemoración de todos los Fieles Difuntos

Juan 6:37-40

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

Ahora en noviembre los vientos fríos han comenzado a soplar, al menos en las tierras norteñas. Los árboles se han deshojado dejando los campos desnudos de gloria. La muerte está en el aire, y algunos la sienten en sus huesos. No tienen la energía como antes para trabajar todo el día y divertirse muy noche. Muchos conocidos de tiempos pasados – parientes, maestros, aún compañeros – han partido de la tierra. Además el mundo contemporáneo con sus miles de invenciones les deja perdido como si se levantara en la mañana en un país lejano y exótico. Para esta gente la muerte no parece mal.

De hecho, para ellos la muerte se ha hecho en el fin justo para un partido bien jugado. Han vivido por la mayor parte por sí mismos dándose poco y tomando bastante. Han criado familia y han tenido empleos con algún éxito. Sin embargo, no dejado sus caprichos – sean grandes como tener a otra mujer u otro hombre o pequeños como decir mentiras para evitar conflictos. Sienten orgullosos porque, como dice la canción, han hecho todo “en mi propio modo.” Aún la religión se les volvió en una manera de expresar el yo observando sólo las costumbres que les convienen.

En el evangelio Jesús nos propone un alternativo modo de vivir. No hacemos lo que queramos nosotros sino lo que quiere él. Ponemos el bien de los demás, particularmente de nuestras familias, antes nuestra comodidad. Siempre decimos la verdad porque él es la Verdad que nos hace libres. Nos hacemos discípulos de Jesús, y como suyos, Jesús nos ofrece otro destino. Nuestra vida no tendrá fin como un partido de fútbol pero seguirá el sendero de su resurrección. Nos cuesta contemplar este propósito pero tiene que ver con un reino sin penas ni lágrimas. En este reino encontraremos la felicidad de una fiesta con comidas exquisitas, vinos finos, y música alegre.

Rezamos ahora en el Día de los Fieles Difuntos por aquellas personas que hayan muerto sin haber elegido definitivamente a Jesús. Ciertamente esta porción de la humanidad embarca a nuestros conocidos con quienes queremos compartir la alegría que Jesús ha proporcionado para los suyos. En primer lugar, levantamos nuestras voces por nuestros familiares y amigos. Pero no olvidamos a los extranjeros y desconocidos. De hecho, porque queremos ser completamente de Jesús, nuestras oraciones incluyen súplicas por nuestros enemigos. De esta manera, Jesús nos reconocerá como suyos. De esta manera, entraremos en su fiesta.