II Domingo de Adviento, Ciclo B

Marcos 1:1-8

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

Isaías 40:1-5.9-11; II Pedro 3:8-14; Marcos 1:1-8

Parece extraño utilizar el Evangelio según San Marcos durante Adviento. Es como celebrar la Navidad con conejitos morados y amarillos. Pues, Marcos no relata nada del nacimiento de Jesús. Sin embargo, tenemos que recordar el propósito de Adviento. Es para contarnos de las dos venidas de Cristo – una como humano parecido a nosotros y otra como el rey eterno para juzgarnos. Ciertamente lo más significante de Jesús no ocurre en el principio de su vida sino cuando la termina. Si no vemos en los pañuelos a el que va a crucificarse por nosotros, no hemos entendido bien la historia. Otro modo de entender esto es decir que la Navidad tiene que ver con mucho más que el milagro de la vida natural, tanto maravilloso que sea. Siempre toca el inesperable don de la vida eterna en que Dios se demuestra más creativo que nuestra imaginación. Se puede decir con razón: si no vemos la conexión entre la madera del pesebre y la madera de la cruz, estamos espiritualmente ciegos.

Sin duda Juan reconoce el valor de el que viene detrás de él. Dice que él mismo sólo bautiza con agua pero el que viene bautizará con el Espíritu Santo. La diferencia es algo semejante a la diferencia entre el equipo de fútbol de la esquela secundaria fulano y los Vaqueros de Dallas. El bautismo con agua significa el deseo para vivir de nuevo. Las acciones de Jesús – el curar de enfermos, el expulsar de demonios, el dar de comer a los hambrientos – inauguran la vida nueva.

Curiosamente Juan en el Evangelio según San Marcos no sabe exactamente quien es que mostrará el poder del Espíritu Santo. No dice, “Su nombre es Jesús de Nazaret.” Mucha gente actualmente está en una situación opuesta. Sabe de Jesús de Nazaret, pero no viven como si él verdaderamente les suelta al Espíritu Santo. Aún si se identifican con Jesús por llamarse “cristianos,” no practican sus enseñanzas ni le dan el culto. Jesús les sirve por la mayor parte como un estandarte cultural. Les da pretexto para inundar a sus niños con regalos y para festejar por casi un mes entero al fin del año. Pero tiene muy poca transcendencia en sus vidas cotidianas.

Nuestra aceptación de Jesús como el que murió por nosotros en la cruz y como el que nos suelta al Espíritu Santo debería influenciar nuestra celebración de la Navidad. Sí, damos regalos a los niños en honor de Jesús, pero también nos damos cuenta de que él ha dicho que pongamos el tesoro en el cielo por buenas obras y no en la tierra por un montón de juguetes. Sí, festejamos el nacimiento del Salvador, pero también nos damos cuenta que el vino puede confundir la mente a hacer lo destructivo. Sí, visitamos las casas de amigos y parientes en este tiempo, pero nos damos cuenta que el que celebramos también nos llama juntos para adorarlo como una comunidad de fe.