Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José

Lucas 2:22-40

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Génesis 15:1-6.21:1-3; Hebreos 11:8.11-12.17-19; Lucas 2:22-40)

La mujer parecía relativamente joven. Por su paso rápido se diría que sólo tenía cincuenta años. Pero a lo mejor tenía más que sesenta. Era madre de diecisiete hijos. Sí, es un número increíble para el día de hoy. No obstante, se destacó su vida aún más por otro hecho de su familia. Cada domingo en la noche sus hijos llegan a su casa con los nietos para rezar juntos el rosario. Dice la mujer que todos los jóvenes no vienen todos los domingos sino cuando puedan. Vemos este género de piedad en el evangelio ahora.

María y José cumplen los preceptos de la ley en cuanto al nacimiento de su hijo. Lo llevan al Templo para presentarlo al Señor en el tiempo indicado. Con este acto la sagrada familia provee un patrón para toda familia católica. Nosotros acudimos a la iglesia para el bautismo de nuestros niños. Es cierto que las familias latinas -- sean mexicanas, colombianas, o de otro origen -- son muy cumplidas en este menester. Las clases bautismales son tan llenas de los padres y padrinos que los párrocos pregunten a dónde se esconden después del rito.

Sin embargo, Jesús -- el bebé que Simeón toma en sus brazos -- nos llamará a un compromiso más allá que bautizar a nuestros niños. Como “luz . . . a las naciones” él nos guiará a una santidad conocida por el amor abnegado. A veces vemos este amor en los hermanos mayores que aplazan al matrimonio para educar a los hermanos menores. Otras veces percibimos este compromiso en los padres que dejan su deseo para nietos para apoyar la vocación religiosa de un hijo o hija.

Con una percepción profética Simeón nota en el niño más que un varón justo. No será sólo la medida de buena conducta sino también el revelador del interior de los hombres y mujeres. Como la cuestión de la pena de muerte, él provocará una reacción fuerte o en pro o en contra de él. Lo miramos colgando en la cruz. ¿Qué piensa de una tal muerte? ¿Es heroica o sólo es una forma distorsionada de auto-satisfacción como decían los filósofos modernos de cualquier acto de bondad? A lo mejor aclamamos la entrega de Jesús porque nuestros padres nos educaron así. Y no sólo con palabras. Más bien, fueron nuestros padres llevándonos al orfanato para repartir regalitos o nuestras madres dándoles de cómo los pobres de las calles que nos hizo valorar el sacrificio de Jesús. De esta manera la familia se hace el evangelizador principal.

Pero no siempre. En algunas casas los padres desmienten verdaderos valores cristianos. Enseñan a los hijos que la vida es como un concurso cuyo objetivo es obtener la casa más grande, el carro más lujoso, y el empleo más lucrativo posible. A veces percibimos esta perspectiva cerca el árbol navideño en el repartir de regalos. Niños agarran los presentes como si fueran adictos en búsqueda de heroína. Si no reciben algo que esperaban, gimen como bebés no alimentados. De algún modo tenemos que exponer la falsedad de este tipo de comportamiento. Tenemos que mostrar a nuestros niños que estamos en la tierra para servir al Señor, no para satisfacer nuestros antojitos. En el evangelio ni María está eximida de esta prueba. Simeón le dice a ella que una espada atravesará su corazón. Estas palabras enigmáticas significan que ella también estará juzgada por seguir o no seguir la luz a las naciones.

Una vez apareció en la portada de una tarjeta navideña Jesús colgando en la cruz. Dijo adentro, “Feliz Navidad.” ¿Una abominación o, quizás, un chiste? Apenas. Más bien nos instruye el significado del nacimiento de Jesús. No vino a nosotros para satisfacer sus antojitos. Más bien, llegó para servir a Dios por su entrega por nosotros. Esto es lo que nos hace su nacimiento tan feliz. Su cruz nos hace su nacimiento feliz.