Solemnidad. Epifanía del Señor

Mateo 2: 1-12

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2: 1-12)

Una vez la Navidad no era el tiempo comercial más grande del año. Entonces la gente intercambiaba regalitos en la Fiesta de la Epifanía que celebramos hoy. En este día, como acabamos a escuchar en el evangelio, la iglesia recuerda la llegada de los magos a Belén. La historia siempre incluye la entrega de regalos al niño Jesús para adorarlo. Imitando a los magos, las personas presentaban obsequios a uno y al otro lo cual veían como sombra de Cristo.

Desgraciadamente, en la entregota de regalos a uno y otro por la Navidad contemporánea muchas veces nos olvidamos del regalo más significante. No es de parte de otra persona humana sino de Dios mismo. Dios Padre ha dado a Su propio hijo al mundo para liberarnos de pecados. Una parábola relata como Jesús logró nuestra liberación. Había un tordo, eso es un tipo de pájaro de canto, que sólo sentaba en su jaula todo el día. No cantaría ni saldría de su jaula como si fuera mudo y paralizado. Entonces otro tordo se colocó a sí mismo en el árbol al otro lado de la ventana donde estaba la jaula del tordo deprimido. El canto del tordo en el árbol movió el tordo adentro hasta que saliera y cantaran juntos. El primer tordo representa todos nosotros paralizados por el pecado a amar apropiadamente a los demás. Cristo es el otro tordo que nos muestra cómo hacer el canto del amor al colocarse en el árbol que es su cruz.

Una canción navideña nos presenta la misma idea como la parábola de los tordos. Los ingleses solían cantar de los doce días de Navidad desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero, el día tradicional para la Epifanía. La canción cuenta que en cada uno de los doce días el amante le presenta a su amada con otro regalo navideño (o, más bien, con un nuevo regalo multiplicado por el número del día más todos los regalos del día anterior). En el primer día se le regala una perdiz en un peral. En el segundo día se le da dos tortolitas y una perdiz en un peral, y en el tercer día tres gallinitas, dos tortolitos y una perdiz. La canción sigue así hasta el día duodécimo. En tiempo se reconoció el amante como Dios mismo regalando al mundo todas formas de gracia. El primer y supremo regalo, la perdiz en el peral, es su hijo nuestro Señor Jesucristo que dio su propia vida en la cruz. El segundo regalo – los dos tortolitas son los dos testamentos de la Biblia, y el tercer regalo – las gallinitas – son las virtudes teológicas: la fe, la esperanza, y el amor.

Cuando presentamos regalos, debemos recordar que el único regalo que vale es nosotros mismos. Dice un sabio que si no regalamos nosotros mismos, nuestro regalo es no más que un soborno. Pues, el regalo es símbolo de nosotros. Aunque sea un carro Mercedes, tiene que conllevar el afecto del donador o se vuelve en un intento para corromper al otro. En el evangelio, los magos presentan a Jesús con oro, incienso, y mirra. Estos regalos representan el mejor de la humanidad. El oro es la virtud o los atributos más nobles de nosotros. El incienso es la oración, nuestro reconocimiento del dominio de Jesús. La mirra, una especie usada en el entierro, es nuestro compromiso para seguir a Jesús hasta la muerte. En cambio, Jesús también nos ofrece el mejor posible. En la misa nos regala su cuerpo, eso es, él mismo para que pudiéramos compartir su vida eterna.