IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1:21-28

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

Casi parece como una fantasía. Sin embargo, es parte de la historia de Guatemala. En las montañas de este país durante el Siglo XVI vivían unos pueblos indígenas tan feroces que los conquistadores de España no podían controlarlos y los dejaron amenazar a uno al otro. La zona era conocida en el lenguaje indígena como Tuzulutlán, “la tierra de guerra.” Entonces vinieron unos religiosos vestidos en hábitos blancos. Pidieron a las autoridades españoles que les dejaran encontrar a los indígenas sin espadas y mosquetes por cinco años. Los frailes dominicos aprendieron el lenguaje indígena, tradujeron la Biblia en ella, y pusieron algunos versículos a música. Como resultado, los indígenas convirtieron a la Cristiandad y se renombró el área. No más era “tierra de guerra”; desde entonces se ha llamada “Verapaz,” la tierra de la verdadera paz.

Los frailes dominicos practicaron una nueva autoridad – no de armas sino de entendimiento y confianza. En el evangelio ahora vemos a Jesús similarmente mostrando nueva autoridad al pueblo de Cafarnaúm. Él puede callar a un espíritu inmundo y forzarlo fuera del poseído. La gente queda atónita. Jesús no solamente tiene poder sobre demonios sino también habla de manera distinta – directa, segura, y con imágenes que hace vivas sus palabras.

Estamos al principio del Evangelio según San Marcos. El autor quiere presentar a Jesús como nuestro salvador. Pero lo hará lentamente para que aprendamos el verdadero significado de ser salvado por Jesucristo. Como la gente en la lectura, veremos a Jesús echar demonios, curar a los enfermos, y enseñar con parábolas. No como la gente, oiremos los demonios llamarle “Santo de Dios” y “Hijo de Dios Altísimo” y oiremos a Pedro decirle, “Tú eres el Mesías.” Sin embargo, estos títulos pueden engañarnos hasta que lo veamos colgando de la cruz en Calvario. Sólo entonces nos daremos cuenta que Jesús es el amor de Dios Padre encarnado por nuestra salvación.

Este amor no es ni estéril ni limitado al pasado. Como una manantial perenne, tiene eficaz para siempre. Arrestará los espíritus inmundos que nos opriman a nosotros. Desde luego, no estamos poseídos como el desafortunado en la lectura. Pero, sí, nos faltan virtudes de modo que se pueda decir que estamos dirigidos por “espíritus inmundos.” Los adultos que sigan pasando la culpa por sus problemas a otras personas tienen un espíritu inmundo. Las jóvenes que compren cosas sin el dinero para pagarlas poseen otro espíritu inmundo. Los niños que lloriqueen si no reciben lo que pidan tienen aún otro espíritu inmundo. Cuando nos percatamos de un espíritu inmundo como éstos dentro de nosotros, que nos pongamos ante Jesús como hace el hombre en el evangelio. Entonces, que reconozcámosle la señoría y que pidámosle el socorro.