III Domingo de Pascua, Ciclo B.

Lucas 24:35-48

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Hechos 3:13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

El nuevo arzobispo de Nueva York, el monseñor Timothy Dolan, tiene buen sentido del humor. También tiene una buena panza como el famoso Sancho de la novela Don Quijote. Bromea el monseñor Dolan que cuando fue nombrado obispo y le preguntaron que versículo quería para su escudo de armas, él citó a Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar. “Sabes,” diría él, “donde Jesús pregunta, ‘¿Tienen aquí algo de comer?’”

Jesús pide la comida para comprobar que realmente ha resucitado en carne y hueso. En nuestro tiempo mucha gente anda buscando la comida con otro propósito. No, no es que les falte el pan sino el contrario. Existe una sobreabundancia de grasas y carbohidratos de modo que muchos no tengan la fuerza para detenerse de comerlos. Comprende un gran reto para la salud pública. Dice la Organización de la Salud Mundial que la obesidad es una epidemia que afecta no sólo los países ricos sino también los países pobres. Un mil millón de personas en el mundo están demasiado gordas mientras, en comparación, sólo 800 millones de personas sufren de malnutrición.

Algunos protestarán, “Padre, estamos en una iglesia no en un consultorio médico. ¿Qué tiene que ver la obesidad con la religión?” Es buena pregunta. La respuesta es que como alguna gente está atrapada por el alcohol, otras por el tabaco, otras por las drogas, y aún otras por el sexo, hoy día más que nunca la gente está esclavizada por las grasas y carbohidratos. Como los vicios tradicionales la búsqueda desordenada para la comida deteriora la capacidad de conocer al Señor y amarlo sobre todo. También afecta la voluntad a cumplir Su misión y la posibilidad de hacerlo bien.

En fondo el problema es anteponer el placer al gozo verdadero. Los científicos han aislado el químico – dopamine -- en el cerebro que corresponde al placer. El pensamiento de las grasas y los dulces para los gordos, como el pensamiento del alcohol para los borrachos o la nicotina para los fumadores excesivos, suelta este químico que extravía la persona de su propio propósito en la vida. Estamos aquí para conocer, amar, y servir a Dios. El gozo viene de cumplir este proyecto que nos realiza como personas humanas. Además, el gozo terreno alcanza su cumbre con el conocimiento por la fe que el Señor premiará a sus elegidos con la vida eterna.

En el evangelio Jesús muestra a sus discípulos que no está muerto sino vive. No más se puede encontrarlo en el sepulcro. Como él nosotros tenemos que dejar atrás el sepulcro que nos atrape. Para algunos el sepulcro será comidas con altos niveles de grasas y carbohidratos, para otros será el alcohol, para otros el sexo. Jesús no está muerte sino vive; vive por nosotros. Eso es, Jesús está con nosotros en la lucha contra el placer desordenado. Nos dispensa la templanza para no desear demasiado cosas materiales, la fuerza para resistirlas, y la prudencia para saber cuando bastante es bastante. Jesús vive por nosotros.