XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4:35-40

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Job 38:1.8-11; II Corintios 5:14-17; Marcos 4:35-40)

Cada año en este tercer domingo de junio se me acogen algunos diciendo, “Feliz Día de Padre.” A veces las palabras suenan afectadas como si fueran dichas por consuelo. Pues, la mayoría de los hombres tienen prole que llevan su apellido y, en este día, les regala una corbata o una caja de pelotas de golf. Parece que los sacerdotes sólo tienen el título de “padre.” ¿O hay algo más en la vida del sacerdote que asimila la relación entre el papa y su sus hijos? Ahora examinaremos cómo los sacerdotes asemejan a los padres de familia con un ojo en el evangelio.

Considerando la paternidad, nosotros debemos reconocer que es una institución en precaria. Actualmente 40 por ciento de los bebés en los Estados Unidos son nacidos a mujeres no casadas. De hecho, ahora la presencia del padre no es necesaria para la concepción. Algunos opinan que en cien años la fertilización artificial reemplazará el coito sexual como el modo ordinario para procrear.

Es posible que el sacerdocio quede con más grandes desafíos que la paternidad, al menos en los Estados Unidos. El número de sacerdotes en este país ha disminuido regularmente por más de cuarenta años. Muchos seminarios se han cerrado las puertas o se han convertido en institutos con diversos propósitos. Aunque el espíritu entre los sacerdotes está alto, el escándalo del abuso sexual de niños y una cultura cada vez más hedonista han vuelto el sacerdocio poco más atractivo como carrera que ser picador del algodón.

Los padres han servido a sus familias tradicionalmente en tres maneras críticas. Biológicamente, proveen una mitad de la constitución genética de su prole. De hecho, es el cromosoma del padre que determina el sexo del hijo. Económicamente, los padres han contribuido la mayor parte del ingreso familiar. Sí, todos conocemos excepciones a esta regla, pero típicamente es el salario del hombre que gana el préstamo bancario para comprar una casa. Moralmente, los padres que valen enseñan a sus hijos la necesidad de seguir haciendo lo correcto cueste lo que cueste. En una película un niño ve a un gángster disparando a otro. Cuando la policía averigua el caso, el niño no nombra al gángster como el asesino. Entonces, su familia recibe cien dólares del gángster como premio por haber tenida la boca cerrada. La mamá quiere guardar el dinero, pero el papa insiste que se le devuelva porque no fue rectamente ganado.

Los sacerdotes, por supuesto, no pasan la vida biológica, pero engendran la vida espiritual. Es el papel del sacerdote y el diácono a iniciar al cristiano en la familia de Dios por el Bautismo. Asimismo, los sacerdotes aportan mucho a la economía de la salvación por consagrar el pan eucarístico en el altar. También es el sacerdote que pone el alma en paz antes del gran viaje de la muerte tanto como Jesús calma los temores de sus discípulos en el evangelio hoy. Y moralmente los sacerdotes pasan la doctrina de Cristo para contrarrestar la vanidad y codicia que a menudo pasan como sabiduría en este mundo. Nos hacen falta predicadores eficaces para recordarnos que ni la belleza ni la billetera nos salvarán sino nuestro Señor Jesucristo.

Nos hacen faltan padres que diligentemente cuidan a sus familias. Nuestros niños jamás han estado en peligro constante como en esta época cuando el Internet puede ponerles en comunicación diaria con seductores y estafadores. Padres vigilantes junto con madres atentas protegerán a su prole de estos depredadores. Asimismo, nos hacen faltan sacerdotes santos para apoyar a los padres y las madres en su tarea retadora. Que no pensemos que haya una competición entre los dos – que si habrá más sacerdotes, habrá menos padres de familia justos y viceversa. No, la relación entre las dos vocaciones es directa, no inversa. Cuantos más padres valiosos tenemos, más sacerdotes dedicados tendremos, y cuantos más sacerdotes tenemos, más padres de familia cuidadosos serán. Así como no desalentaríamos a los hombres de ser los mejores padres posibles, no deberíamos desalentar a los jóvenes con la inquietud de considerar entrar el seminario. Más bien, si piensan que tengan una vocación al sacerdocio, que les alentemos a seguirla. ¡Que alentémonos a todos nuestros jóvenes a seguir sus distintas vocaciones del Señor!