XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7:31-37

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Isaías 35: 4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)

Si te piden a nombrar tu evangelio preferido y decir por qué es, ¿cómo te responderías? Muchos católicos tendrían que admitir que no saben distinguir un evangelio de otro. Quizás algunos digan “el Evangelio según San Juan porque se habla mucho del amor” o “el Evangelio según San Lucas porque contiene las más bellas parábolas”. Muy pocos contestarían “el Evangelio según San Marcos” aunque de los cuatro, este evangelio describe a Jesús con emociones fuertes como muchos humanos.

El Evangelio según San Marcos es el más breve de los cuatro evangelios canónicos. Probablemente servía como la base a partir de que los evangelistas San Mateo y San Lucas escribieron sus relatos de Jesús. Se puede dividir el Evangelio según San Marcos nítidamente en dos partes, con la primera mitad ocupada de la identidad de Jesús y la segunda de su acción salvadora. En el pasaje que leemos hoy – hacía al fin de la primera parte -- la gente recibe una pista de quién es Jesús. Como dicen ellos al final de la lectura, Jesús “’hace oír los sordos y hablar los mudos’”. Nos recordamos de la primera lectura del profeta Isaías donde se dice que cuando llegue Dios, “los oídos de los sordos se abrirán” y “la lengua del mudo cantará”. El pasaje evangélico hoy entonces sugiere que Jesús es el Mesías que viene en el nombre de Dios.

También el evangelio cuenta de quienes son nosotros humanos. No es por casualidad que Marcos diga que Jesús está pasando por Sidón cuando cura al sordo. Ésta es una región de muchos paganos – gente fuera de la preocupación de la gran mayoría de Israel. Pero Jesús no es un fulano judío sino el que viene en el nombre del Señor para conducir a todos pueblos a Dios. Por describir a Jesús corrigiendo el defecto del sordo, Marcos indica cómo Jesús se extiende a sí mismo a aquellas personas que quedan afuera para traérselos dentro de la comunidad escogida. Pues, ellos también son hijos e hijas de Dios.

En nuestro tiempo podemos ver a los sordos como los deprimidos que quedan aparte de los demás. Como Jesús nosotros deberíamos extendernos a estos tristes para que conozcan a Dios. Pero no es fácil dirigirse a personas con espíritus bajos. Como el hombre curado por Jesús, también nosotros tartamudeamos delante de los afligidos de corazón. Quizás digamos “es una bonita mañana, ¿no?”, y ellos respondan con un amargo “¡no para mí!” En el evangelio Jesús toca la lengua del hombre con saliva. Así, nos pone en nosotros si no palabras en la lengua entonces gestos en la cara para penetrar la barrera entre los deprimidos y nosotros. Una sonrisa o una sacudida de mano pueden iniciar sentimientos de acogimiento y una conversación del apoyo. En el proceso nos descubrimos que no somos muy diferentes de aquellos que queden afuera. Como todos, nosotros también tenemos defectos. Como todos, a nosotros también nos hace falta Jesús.