(Isaías 35: 4-7; Santiago 2:1-5; Marcos
7:31-37)
Si te piden a nombrar tu evangelio preferido y decir por qué
es, ¿cómo te responderías? Muchos católicos tendrían que admitir que no
saben distinguir un evangelio de otro. Quizás algunos digan “el
Evangelio según San Juan porque se habla mucho del amor” o “el Evangelio
según San Lucas porque contiene las más bellas parábolas”. Muy pocos
contestarían “el Evangelio según San Marcos” aunque de los cuatro, este
evangelio describe a Jesús con emociones fuertes como muchos humanos.
El Evangelio según San Marcos es el más breve de los cuatro evangelios
canónicos. Probablemente servía como la base a partir de que los
evangelistas San Mateo y San Lucas escribieron sus relatos de Jesús. Se
puede dividir el Evangelio según San Marcos nítidamente en dos partes,
con la primera mitad ocupada de la identidad de Jesús y la segunda de su
acción salvadora. En el pasaje que leemos hoy – hacía al fin de la
primera parte -- la gente recibe una pista de quién es Jesús. Como dicen
ellos al final de la lectura, Jesús “’hace oír los sordos y hablar los
mudos’”. Nos recordamos de la primera lectura del profeta Isaías donde
se dice que cuando llegue Dios, “los oídos de los sordos se abrirán” y
“la lengua del mudo cantará”. El pasaje evangélico hoy entonces sugiere
que Jesús es el Mesías que viene en el nombre de Dios.
También el evangelio cuenta de quienes son nosotros humanos. No es por
casualidad que Marcos diga que Jesús está pasando por Sidón cuando cura
al sordo. Ésta es una región de muchos paganos – gente fuera de la
preocupación de la gran mayoría de Israel. Pero Jesús no es un fulano
judío sino el que viene en el nombre del Señor para conducir a todos
pueblos a Dios. Por describir a Jesús corrigiendo el defecto del sordo,
Marcos indica cómo Jesús se extiende a sí mismo a aquellas personas que
quedan afuera para traérselos dentro de la comunidad escogida. Pues,
ellos también son hijos e hijas de Dios.
En nuestro tiempo podemos ver a los sordos como los deprimidos que
quedan aparte de los demás. Como Jesús nosotros deberíamos extendernos a
estos tristes para que conozcan a Dios. Pero no es fácil dirigirse a
personas con espíritus bajos. Como el hombre curado por Jesús, también
nosotros tartamudeamos delante de los afligidos de corazón. Quizás
digamos “es una bonita mañana, ¿no?”, y ellos respondan con un amargo
“¡no para mí!” En el evangelio Jesús toca la lengua del hombre con
saliva. Así, nos pone en nosotros si no palabras en la lengua entonces
gestos en la cara para penetrar la barrera entre los deprimidos y
nosotros. Una sonrisa o una sacudida de mano pueden iniciar sentimientos
de acogimiento y una conversación del apoyo. En el proceso nos
descubrimos que no somos muy diferentes de aquellos que queden afuera.
Como todos, nosotros también tenemos defectos. Como todos, a nosotros
también nos hace falta Jesús.