XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9:30-37

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Sabiduría 2:12.17-20; Santiago 3:16-4:3; Marcos 9:30-37)

Ya es casi otoño, el tiempo de fútbol Americano. Sabemos lo que significa esto. Muchos se vuelven locos por el deseo de ver su equipo como número uno. Sea entre las secundarias, entre las universidades, o los profesionales, es importantísimo para ellos que otros reconozcan su equipo como el mejor. Y no es diferente en otros países o en otros deportes. Dentro de un año la locura alcanzará la cima cuando competen para la piñata más grande de todas -- la copa mundial de fútbol “soccer”. Vemos una reflexión de este anhelo para ser número uno en el evangelio hoy.

Los discípulos de Jesús discuten por el camino cuál entre ellos sea el más importante. Antes se llamaba esta inclinación de ensalzarse a sí mismo el “pecado original”. Ahora lo llama un presbítero venezolano “un Chávez dentro del corazón” de cada ser humano. Es cierto que casi todos conocemos este síndrome por experiencia personal. Si no nos consideramos a nosotros mismos como el mejor de todos, al menos nos gusta pensar en nosotros como un poquito más valeroso que nuestro vecino. Pero la verdad es casi siempre no lo somos.

Sorprendidamente Jesús no se opone al deseo humano para ser reconocido como el mejor. De hecho él enseña a sus discípulos cómo alcanzarlo. Dice que para ser el más importante, su discípulo tiene que servir a los demás. Eso es, tiene que ayudar a personas de diferentes razas, edades, clases económicas, o cualquiera otra distinción que nombremos. Para ilustrar la lección Jesús toma en sus brazos a un niño – en su tiempo considerado como poco superior que esclavo. Dice que al recibir o servir a una tal criatura equivale recibir o servir a él.

La experiencia de un joven participando en un campamiento para muchachos afligidos con la distrofia muscular demuestra la validez de la enseñanza de Jesús. El joven tuvo que ayudar a un muchacho incapacitado aprovecharse de las muchas actividades del programa. Le empujo al muchacho en la silla de ruedas al comedor y le dio de comer. Le llevó al edificio de juegos y le ayudó jugar bingo. En breve, el joven actuaba como las piernas y los brazos del muchacho por una semana. El tiempo el joven no pensaba que su servicio estuvo fuera del ordinario. Más bien, lo consideraba sólo como un servicio pequeño, casi obligatorio desde que Dios lo bendijo con buena salud mientras el muchacho tuvo que aguantar la debilidad todos los días hasta una muerte prematura. Pero los encargados del campamiento apreciaron la entrega del joven como si fuera el medallista de oro en el decatlón. Lo reconocieron como “el más servicial” del campamiento en lo cual había muchos hombres y mujeres serviciales.

Hay otro ejemplo del servidor que supera infinitamente la recepción de un niño y la ayuda para un incapacitado. De veras, sin este ejemplo las palabras de Jesús aquí serían no más que un consejo idealista. Jesús mostrará lo que predica aquí cuando se entrega a sí mismo para redimir a los humanos del pecado. Miremos el crucifijo un momento. Jesús no es viejo ni afligido con una enfermedad terminal cuando muere por nosotros sino lo contrario. Es joven, fuerte, y se ha demostrado a sí mismo como brillante. Sin embargo, entrega su vida voluntariamente para que nosotros tengamos la vida en plenitud. No vale una medalla de oro este servicio sino todo el oro en el universo. No es un pequeño ejemplo de servicio sino el patrono del servicio por todos los tiempos.