(Génesis 2:18-24; Hebreos 2:8-11; Marcos
10:2-16)
Cuando el divorcio no era legal en Italia, se estrenó el cine
“Divorcio al italiano”. La película muestra a un marido que quiere
casarse con otra mujer pero no puede por falta de la provisión del
divorcio en la ley italiana. Por eso, tiene que asesinar a su esposa.
Eso era el divorcio al estilo italiano. Hoy en día algunos critican la
anulación como el divorcio al católico.
Siguiendo a Jesús en el evangelio hoy, la Iglesia no permite divorcio.
Cuando un hombre y una mujer entran en el matrimonio verdadero, lo hacen
hasta la muerte. Sin embargo, en algunos casos aunque las bodas tuvieron
todas las apariencias de un matrimonio – los vestidos, los anillos, las
flores, la iglesia, las fotos (y mucho más) – no lo fueron. El
matrimonio requiere de parte de los dos un compromiso de fidelidad, de
permanencia, y de voluntad a tener hijos si Dios se los concede. Si uno
u otro no aceptan estos requisitos, no existe el vínculo de matrimonio.
En un famoso caso, se anuló el matrimonio entre el senador americano Ted
Kennedy y su primera esposa porque él no intentaba a ser fiel cuando se
casó con ella.
Por declarar un matrimonio anulado la Iglesia corre el riesgo de hacerse
legalista como los fariseos en el evangelio. Ellos buscan fisuras en la
ley para quitar de los hombres las responsabilidades del matrimonio.
Jesús no admite tales fisuras. Más bien él hace hincapié en el propósito
de Dios cuando creó a la mujer y el hombre para ser una sola entidad en
el matrimonio. Como una botella con tapón fabricados por mano, no se
puede separar a la pareja sin dañar el diseño del alfarero.
Entonces Jesús toma en sus brazos a los niños como si quisiera
mostrarnos la necesidad de la permanencia en el matrimonio. Para que sus
hijos crezcan con seguridad, los cónyuges tienen que superar los
problemas que siempre surjan en el matrimonio. Si no lo hacen, es muy
posible que el divorcio deje a los chiquillos como extranjeros en sus
propias casas. Según una investigación reciente aún después de cinco
años más de la tercera parte de los niños cuyos padres se habían
divorciado sufren la depresión.
Además del divorcio hoy en día el matrimonio enfrenta otro gran desafío.
Muchos homosexuales reclaman el derecho de casarse. Pero no sólo la
Escritura sino también la ley natural son claras: el matrimonio es un
compromiso entre un hombre y una mujer. Entonces ¿cómo vamos a tratar a
los homosexuales? Como en todos casos los tratamos con el amor.
Escuchamos sus dolores, y no toleramos el prejuicio dirigido a ellos. El
amor incluye también la responsabilidad de estructurar una sociedad con
leyes y valores que aseguran el bienestar de todos ahora y un futuro
prometedor para todos nuestros descendientes.
Parece difícil para los matrimonios a no tener una salida del matrimonio
y para los homosexuales a no tener una entrada. Pero Dios que nos creó
así nos ayuda en el esfuerzo. Como discípulos de Jesús tenemos su
amistad que nos hace posible no sólo el cumplimiento de la ley natural
sino también el gozo en la vida. Siguiendo a él podríamos ver a nosotros
mismos como los niños que él abraza en el evangelio hoy. Podríamos ver a
nosotros mismos como los niños que él ama.