(Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)
Marción fue hombre que vivió durante el segundo siglo d. C.
Estuvo muy rico y evidentemente aún más fuerte de opinión. Una idea
suya que llamó la atención es el concepto del Dios del Antiguo
Testamento como vengativo y sangriento. Marción pensó que hay una
gran distinción entre ese Dios y el Dios revelado por Jesús –
siempre misericordioso y amoroso. Por eso, según Marción, el Antiguo
Testamento no vale. Por la promulgación de estas ideas el obispo de
Roma excomulgó a Marción. Sin embargo, porque él tenía a muchos
partidarios, su herejía casi sobrepasó la fe verdadera.
Aún el día hoy muchos descartan el Antiguo Testamento como de poco
valor. Leen la Biblia con horror donde dice que Dios ordenó a Saúl a
exterminar a todos los amalecitas, incluyendo a los niños, o que
Dios mató a un hombre por haber tocado el Arca de la Alianza. Si no
juzgan a Dios revelado en sus páginas como enojado y cruel, lo mejor
que pueden decir de Él es que era obsesionado con la justicia.
Pero en realidad el Dios del Antiguo Testamento es igual que el
Padre de Jesús. Su característica dominante siempre es el amor para
Su pueblo. De veras, Su amor es casi exagerado en el Antiguo
Testamento de modo que se hable de Sus celos para los israelitas.
Eso es que Dios no quiere que el pueblo sea contaminado con las
ideas y prácticas que lo desviaban del camino a la vida verdadera.
Cuando Israel siguió las costumbres de sus vecinos durante el
período de los reyes maltratando a los pobres y dando culto a los
ídolos estériles, Dios lo castigó. Lo mandó al exilio para
purificarse de sus pecados. Pero hablando por los profetas, Dios
prometió que no todos fueran a morir en el destierro; más bien, se
salvaría un resto para vivir en gozo.
Hoy en la primera lectura el profeta Baruc prevé el regreso del
resto de sus pruebas. Jerusalén queda como Nuevo Orleans después del
huracán o como Nueva York después del once de septiembre. Es como
los diez por ciento de los trabajadores de este país que han perdido
sus trabajos o como los millones de personas que han recibido una
diagnosis de cáncer. No obstante, el profeta dice ya no es tiempo de
luto sino de esperanza; no de sentarse con lágrimas sino de ponerse
de pie con ojos en el horizonte. “¿Por que?” queremos preguntar si
hay llagas purulentas en todos lados. La respuesta es porque el Dios
que nos ama está para actuar.
En el evangelio hoy leemos de la llamada de Juan en el desierto.
Israel queda bajo el dominio romano de hierro. Hay líderes judíos
pero no valen más que ropa desgastada en una tormenta de nieve. La
gente lucha para mantener la existencia aprovechándose de uno y
otro. Ya Dios está para actuar de nuevo, pero esta vez no sólo para
socorrer a Su pueblo una vez más sino para salvar al mundo entero
definitivamente. Juan será el pregonero del salvador. Irá delante
del Señor para despertar al pueblo. Su mensaje es claro: ya es
tiempo para ponerse de pie y buscar al Salvador en el horizonte. Se
intenta para nosotros también. Tenemos que dejar los lamentos para
prepararnos para la venida del Señor. Queremos pararnos como el
joven sacerdote que recibió, poco después de su ordenación, la
diagnosis que iba a morir dentro de un año. En vez de retirarse,
aceptó el ministerio de visitar a los enfermos en el poco tiempo que
le quedaba.
El hombre necesitaba carro nuevo. Quería algo económico pero
confiable. Leyó artículos mostrando las positivas y negativas de las
diferentes marcas. Visitó varias agencias comparando precios.
Entonces hizo su decisión. Estuvo para actuar. Así vemos a Dios en
las lecturas hoy, listo para actuar en favor de Su pueblo. También
en el mundo hoy Dios está para actuar. Dios está para actuar en
favor de nosotros.