II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Juan 2:1-11

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Isaías 62:1-5; I Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11)

Las bodas no son sólo momentos de gozo. También son tiempos de la reconciliación. Un cine hace diez años mostraba dos familias completamente diferentes reconciliándose en la boda de sus jóvenes. La familia de la novia es numerosa y ruidosa. En contraste, la familia del varón que se compone sólo de sus padres es casi congelada. Sin embargo, por el fin de la fiesta todo el mundo baila con uno y otro. Una paz mucho más significante emerge en la boda de Caná.

Jesús llega a la boda con sus discípulos. Siempre están juntos. Pues, el discipulado consiste de aprender del maestro por mantener los ojos en él. Sin embargo, los discípulos de Jesús no son como aquellos de otros rabinos. Donde los discípulos de otros rabinos escogen a sus maestros como los estudiantes de hoy seleccionan sus universidades, Jesús llamó personalmente a sus discípulos. También nos llama a cada uno de nosotros como discípulos. En el nombre de Jesús el sacerdote dijo al momento de nuestro Bautismo, “Carmelo (o María o José), yo te bautizo en el nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Y como en el caso de Pedro, Andrés, y los demás, Jesús nos enseña como poner su mensaje en práctica.

La fiesta en Caná choca un impedimento cuando se agota el vino. Los franceses dicen, “Una comida sin vino es como un día sin el sol”. Si es la verdad, entonces una fiesta de boda sin el vino es como un mes completo de tinieblas. Que extendamos esta analogía un poco. Una fiesta de boda sin el vino es como una sociedad sin la justicia. Es como la ciudad de Montgomery, Alabama, hace cincuenta y cinco años cuando una negra rehusó a ceder su asentamiento a un hombre porque él era de la raza blanca.

Sin embargo, Montgomery no quedaba con la injusticia por mucho tiempo más. Un predicador negro llamado Martín Luther King, Jr., dijo a la gente que resistiera la discriminación racial. Organizaron un boicot en lo cual los negros no usaban los buses hasta que se detuviera la discriminación. Muchos caminaron al trabajo de un lado de la ciudad al otro en lugar de someterse más a la discriminación. No intentaban a dañar a nadie, pero no más iban a permitir que sus madres y padres, hijas e hijos, hermanas y hermanos fueran maltratados. En breve, practicaron la disciplina, el sacrificio de algo bueno para un mayor beneficio. Por definición, es la marca del discipulado. ¿Lastimaron a sí mismos? No tanto. Una persona mayor dijo después de una larga caminata, “Me duelen los pies, pero mi alma descansa”. Como los negros de Montgomery escucharon a Martín Luther King, nosotros queremos hacer caso a la madre de Jesús. Les dice tanto a nosotros como a los servidores de la boda, “Hagan lo que él les diga”.

Entonces Jesús cambia el agua en vino. No lo hace simplemente para darles a todos otra copa. No, su motivo eclipsa eso por mucho. El agua de las seis tinajas de piedra es para usarse en los ritos de purificación. Representa la ley judía que, como escribe san Pablo, no tiene el poder de salvar a nadie de pecar. Sin embargo, transformada por Jesús en vino, el agua lleva la gracia de Dios. Participamos en el otorgamiento de la gracia en la misa donde bebemos el vino ya transformado en la sangre de Jesús. Fortalecidos como discípulos, nosotros practicamos la justicia en el mundo. Nos esforzamos para poner pan en la mesa. Colaboramos con nuestros compañeros de trabajo para ser número uno en el servicio. Y prestamos la mano a los pobres en necesidad.

En la larga lucha para la justicia, los negros en los Estados Unidos recordaban a unos a otros, “Mantengan los ojos en el premio”. Eso es, que no dejaran nada o a nadie distraerlos de la meta del fin de la discriminación racial. Nuestro premio, en lo cual queremos mantener los ojos, es el maestro Jesús. Nos enseña como sus discípulos y nos transforma con su gracia. Sin él nos duele el alma. Con él el día siempre tiene el sol. Que mantengámonos los ojos en él a través del año 2010. Que mantengámonos nuestros ojos en Jesús.