(Nehemías 8:2-4.5-6.8-10; I Corintios 12:12-30; Lucas
1:1-4.4:14-21)
Indonesia es un país muy pobre. El ingreso por persona allá
es sólo un poco más que una tercer parte de aquello de México.
Aunque el país es mayormente musulmán, hay muchos pueblos
cristianos. En un tal pueblo en la isla de Sumatra el turista ve
varias iglesias. Le parece extraña la situación porque cada una es
de diferente género cristiano. En una esquina queda la iglesia
católica; en otra, la iglesia presbiteriana; en otra, la luterana;
en otra, la reformada; y cosas por estilo. Se pregunta el turista a
sí mismo, “¿No es triste que esta gente tan pobre no pueda cooperar
entre sí en lugar de gastar tanto dinero en edificios?”
No sólo en Indonesia y en el tiempo actual la división entre
cristianos causa escándalo. En el evangelio el Señor Jesús reza por
la unidad entre sus discípulos. Jesús pide al Padre, “Que todos sean
uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Sin
embargo, existen centenares, si no miles, de iglesias y sectas
cristianas. En la historia ha habido masacres entre diferentes
grupos de cristianos como la que hicieron los católicos contra los
hugonotes en Francia. Hoy en día sigue la desconfianza y el sospecho
entre las diferentes ramas de cristianismo. Algunas sectas, por
ejemplo, hablan del “culto de María” de los católicos como si la
Iglesia pusiera a la Virgen al nivel de Dios.
En la segunda lectura san Pablo exhorta a los cristianos de Corinto
que colaboren mejor entre sí mismos. Se dirige a los diferentes
grupos que componen la comunidad – los judíos, los griegos, los
esclavos, los ricos, los cultos, y los no educados. Pide que todos
reconozcan cómo han sido bautizados por el mismo Espíritu para
formar una entidad orgánica. Según el apóstol, como los miembros de
un cuerpo, todos cristianos tienen que cooperar para que funcione el
organismo de fe. Seríamos funcionalmente ciegos sin educadores,
usualmente mujeres, enseñándonos la doctrina. Seríamos en una manera
mudos sin los directores de coro, a veces hombres, entrenándonos a
cantar.
Hace quince años el papa Juan Pablo II publicó una carta encíclica
sobre la unidad cristiana. Dijo que la reunificación del
cristianismo no es sólo un apéndice para la Iglesia, como por
ejemplo la organización de peregrinajes a Roma. Más bien, es una
responsabilidad prioritaria. Porque Jesús encargó a Pedro a
fortalecer a sus hermanos en la fe (Lc 22,32), Juan Pablo
consideraba que se le incumbía a él encabezar los esfuerzos
ecuménicos. No obstante, él reconoció cómo es precisamente el cargo
del papa que causa dificultad para otros cristianos. Por eso, muy
valientemente expresó su voluntad para adoptar formas nuevas y
adecuadas del ministerio de Pedro para que se cumpliera la llamada a
la unidad.
Podemos apoyar el camino de la reunión entre los cristianos en al
menos tres modos. En primer lugar, que recemos por la unidad, no
sólo en la misa durante la semana de la unidad cristiana sino
también con otros géneros de cristianos a través del año. Segundo,
que dialoguemos con otros cristianos sobre las creencias y
prácticas. Ciertamente vamos a encontrar diferencias. Sin embargo,
hay mucho en común particularmente las Escrituras en que basamos
nuestra fe. Finalmente, que colaboremos con personas de otras
iglesias y de otras religiones para fomentar un mundo mejor. De
hecho, a menudo es durante el servicio común en un refugio para los
desamparados o en un comedor para los hambrientos cuando rezamos con
mayor fervor y dialogamos con menor desconfianza.
Somos acostumbrados a pensar en la Iglesia como el cuerpo de Cristo
como san Pablo escribe en la segunda lectura. Pero no es la única
analogía que podemos utilizar para describirla. La Iglesia también
es como la nave de Cristo llevando a sus pasajeros a la vida eterna.
También es como el coro de Cristo compuesto por una sección de
altos, otra de bajos, otra de tenores, y otra de sopranos. Las
divisiones en el Cristianismo la causan sonar como si las diferentes
secciones no oyeran uno y otro. Nos hace falta el Espíritu Santo
como director del coro para hacer la harmonía. Nos hace falta el
Espíritu Santo.