(Jeremías 1:4-5.17-19; I Corintios 13:4-13; Lucas 4:21-30)
El monseñor Jean-Baptiste Lamy era el primer obispo del
suroeste americano. Cuando llegaba a su sede en Nueva México,
encontró mucha resistencia. Pues, se oponía a los
caciques-sacerdotes del lugar que querían mantener a sus concubinas
y su poder. También, lo resentían porque era extranjero de origen
francés, no español como los otros padres. En el evangelio hoy Jesús
encuentra tal resistencia de parte de su propia gente en Nazaret.
Se ve la gente en el principio aprobando a Jesús. Sin embargo, él
conoce sus corazones. Predice que van a exigirle hacer maravillas
como ha hecho en Cafarnaúm. Allá la población es de orígenes mixtos
– judíos y no judíos viviendo cerca de uno y otro. Nazaret es más
puramente judía. Según Jesús, los nazarenos piensan que él debe
cuidar primera y exclusivamente a su propio pueblo. Podemos imaginar
a esta gente diciendo, “Dejen a los extranjeros de Cafarnaúm cuidar
a sí mismos; tú, ayuda a tu propio pueblo”. Son como muchas personas
en los Estados Unidos que se oponen la presencia de inmigrantes en
este país.
Ahora el gobierno está redoblando esfuerzos para reformar la ley
inmigratoria. No es fácil porque hay mucha preocupación sobre el
supuesto desprecio de la ley actual por personas hablando otros
idiomas y practicando diferentes costumbres. Los críticos dicen que
los inmigrantes son o gorrones usando servicios públicos sin pagar o
ladrones tomando los empleos de la labor nativa. “No es cierto”, los
defensores de la inmigración responden. Este grupo muestra
estadísticas indicando que los inmigrantes pagan impuestos y
expanden la economía de manera que haya tanto recursos como trabajo
para todos. Escuchamos a Jesús respondiendo a sus críticos en una
manera similar. Dice que como los profetas de Israel se extendían la
mano a la viuda en Sarepta y el leproso de Siria, él también ayuda a
los extranjeros.
Sin embargo, sus palabras no pacifican al pueblo. Más bien, lo
vuelven en una turba. Los nazarenos piensan algo como, “¡Este hijo
de José ya tiene el valor para criticar a su propia gente como tan
cerrada como perros mordiendo sus huesos!” Lo ven a Jesús como un
blasfemo y, en consecuencia, lo llevan a un barranco para
precipitarlo como un tipo de apedrear. Este ultraje nos recuerda de
los vigilantes buscando a los indocumentados cerca la frontera en
Arizona.
Se puede decir con certeza que la situación de los inmigrantes sin
documentos en los Estados Unidos es extremamente compleja. No se
resuelve justamente con llamamientos superficiales a la Biblia. Eso
es, no deberíamos decir que todos inmigrantes merecen la ciudadanía
porque son creados en “la imagen de Dios”. Tampoco nos serviría la
afirmación que la ley es absoluta porque Jesús vino para cumplirla,
no para abolirla. Tenemos que rezar por los legisladores que van a
estar forjando una nueva ley. Necesitan no sólo un alto sentido de
la justicia para sopesar todos los aspectos de la cuestión y una
plena abrazada de prudencia para plasmar una ley funcional sino
también una mesura de la creatividad para satisfacer a todos.
Sin embargo, simplemente por rezar no cumplimos nuestra
responsabilidad. La oración siempre nos prepara para una vida mejor
entregada a Dios. Como dicen los cuáqueros, “El servicio empieza
cuando la oración termine”. Tenemos que abastecer nuestros almacenes
parroquiales con frijoles para los inmigrantes que no tienen acceso
a servicios públicos. Tenemos que recibir a los extranjeros en la
comunidad de la fe donde todos somos hijos e hijas del mismo Padre
Dios. Y finalmente tenemos entender los motivos de casi todos los
inmigrantes como ganar una vida digna por sus familias.