IV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 4:21-30

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Jeremías 1:4-5.17-19; I Corintios 13:4-13; Lucas 4:21-30)

El monseñor Jean-Baptiste Lamy era el primer obispo del suroeste americano. Cuando llegaba a su sede en Nueva México, encontró mucha resistencia. Pues, se oponía a los caciques-sacerdotes del lugar que querían mantener a sus concubinas y su poder. También, lo resentían porque era extranjero de origen francés, no español como los otros padres. En el evangelio hoy Jesús encuentra tal resistencia de parte de su propia gente en Nazaret.

Se ve la gente en el principio aprobando a Jesús. Sin embargo, él conoce sus corazones. Predice que van a exigirle hacer maravillas como ha hecho en Cafarnaúm. Allá la población es de orígenes mixtos – judíos y no judíos viviendo cerca de uno y otro. Nazaret es más puramente judía. Según Jesús, los nazarenos piensan que él debe cuidar primera y exclusivamente a su propio pueblo. Podemos imaginar a esta gente diciendo, “Dejen a los extranjeros de Cafarnaúm cuidar a sí mismos; tú, ayuda a tu propio pueblo”. Son como muchas personas en los Estados Unidos que se oponen la presencia de inmigrantes en este país.

Ahora el gobierno está redoblando esfuerzos para reformar la ley inmigratoria. No es fácil porque hay mucha preocupación sobre el supuesto desprecio de la ley actual por personas hablando otros idiomas y practicando diferentes costumbres. Los críticos dicen que los inmigrantes son o gorrones usando servicios públicos sin pagar o ladrones tomando los empleos de la labor nativa. “No es cierto”, los defensores de la inmigración responden. Este grupo muestra estadísticas indicando que los inmigrantes pagan impuestos y expanden la economía de manera que haya tanto recursos como trabajo para todos. Escuchamos a Jesús respondiendo a sus críticos en una manera similar. Dice que como los profetas de Israel se extendían la mano a la viuda en Sarepta y el leproso de Siria, él también ayuda a los extranjeros.

Sin embargo, sus palabras no pacifican al pueblo. Más bien, lo vuelven en una turba. Los nazarenos piensan algo como, “¡Este hijo de José ya tiene el valor para criticar a su propia gente como tan cerrada como perros mordiendo sus huesos!” Lo ven a Jesús como un blasfemo y, en consecuencia, lo llevan a un barranco para precipitarlo como un tipo de apedrear. Este ultraje nos recuerda de los vigilantes buscando a los indocumentados cerca la frontera en Arizona.

Se puede decir con certeza que la situación de los inmigrantes sin documentos en los Estados Unidos es extremamente compleja. No se resuelve justamente con llamamientos superficiales a la Biblia. Eso es, no deberíamos decir que todos inmigrantes merecen la ciudadanía porque son creados en “la imagen de Dios”. Tampoco nos serviría la afirmación que la ley es absoluta porque Jesús vino para cumplirla, no para abolirla. Tenemos que rezar por los legisladores que van a estar forjando una nueva ley. Necesitan no sólo un alto sentido de la justicia para sopesar todos los aspectos de la cuestión y una plena abrazada de prudencia para plasmar una ley funcional sino también una mesura de la creatividad para satisfacer a todos.

Sin embargo, simplemente por rezar no cumplimos nuestra responsabilidad. La oración siempre nos prepara para una vida mejor entregada a Dios. Como dicen los cuáqueros, “El servicio empieza cuando la oración termine”. Tenemos que abastecer nuestros almacenes parroquiales con frijoles para los inmigrantes que no tienen acceso a servicios públicos. Tenemos que recibir a los extranjeros en la comunidad de la fe donde todos somos hijos e hijas del mismo Padre Dios. Y finalmente tenemos entender los motivos de casi todos los inmigrantes como ganar una vida digna por sus familias.