XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 19, 1-10: Dios al encuentro del hombre perdido (II)
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para la homilía del 31º domingo durante el año (4 de noviembre de 2007)

 

I. “Señor que amas la vida”

 

1. El libro de la Sabiduría, el último del Antiguo Testamento en ser escrito, nos ofrece hoy una joya preciosa (Sab 11,22-12,2), que refleja el infinito amor que Dios tiene a todos los seres creados por él: “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho” (11,24). En ese amor está incluido el hombre pecador, a quien Dios da ocasión para que se convierta a él: “Tu te compadeces de todos,… y apartas tus ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan… Tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida…” (vv. 23.26).

2. El salmo 144, con que hemos respondido a esta lectura, canta al amor misericordioso de Dios: “El Señor es bondadoso y compasivo, lento para el enojo y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas” (vv. 8-9).

Por su parte, el Aleluya, tomado del Evangelio de San Juan, recuerda el amor de Dios manifestado en Jesucristo: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16).

 

II. “El Hijo del hombre vino a buscar lo perdido”

 

3. Nuestro ánimo así preparado puede gustar la hermosa lectura del Evangelio que trae el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10). Es la concreción de la enseñanza expuesta en parábolas en el capítulo 15, que leímos el domingo 16 de septiembre. Jesús se refirió entonces a la alegría que se prueba en el cielo “por un solo pecador que se convierta” (15,7). Es mucho más grande que la que prueba el pastor por el encuentro de la oveja perdida, o la mujer al hallar la moneda caída, o el padre cuando vuelve su hijo extraviado: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (v. 32).

4. Hoy no se trata de parábolas, sino de un caso concreto: Zaqueo, rescatado por el amor misericordioso de Jesús. Hagamos un pequeño esfuerzo para apreciar su gesto. Zaqueo es el jefe de los que recaudan impuestos para los romanos que ocupan Israel. Por tanto, un ser merecedor del odio popular. Imaginemos la resistencia de los judíos en pagar para tal fin. Los modales de Zaqueo y de sus empleados no serían de niños finos. Para lograr el pago había amenazas, y hasta golpes. Máxime que de ello dependía la comisión correspondiente.

Sin embargo, Jesús percibe que Zaqueo, a pesar de toda su maldad, lo busca. Por ello se detiene donde está, le dirige la palabra y se invita a su casa: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (v.5). La gente reacciona schokeada: “¡Se ha ido a alojar en casa de un pecador!” (v. 7).

5. San Lucas pinta, también, las actitudes positivas de que es capaz un sujeto aparentemente tan negativo: a) “quería ver quién era Jesús”; b) “se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo”; c) “bajó rápidamente y lo recibió con alegría” (vv. 3.4.6). Y, luego, su propósito de enmienda: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más” (v.8).

 

III. No hay casos perdidos

 

6. Por lo visto, para Jesús no existe el caso perdido. Y ello, por difícil o complicado que pudiere ser. Lo cual es comprensible desde la fe cristiana. El hombre creado por Dios lleva la impronta indeleble de su origen: la imagen y semejanza divina. Su maldad nunca es más fuerte que esa impronta. De allí que todo hombre es siempre un buscador de Dios: aunque no lo sepa, aunque lo niegue, aunque se empecine en huir de él.

Pero, sobre todo, es Dios el que busca lo que le pertenece. Él no es indiferente a su criatura que se le ha perdido. Imprimió en ella su sello para que nunca se le pierda del todo. Por ello, al encontrar a Zaqueo, Jesús exclama: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9-10).

7. ¿Qué nos dice a nosotros esta actitud de Jesús buscador del hombre perdido? La pregunta vale para todos nosotros: papás, catequistas, maestros, pastores, responsables de algún grupo humano pequeño o grande.

Primera respuesta: no hay ningún hombre tan perdido que no ande buscando a Dios. Segunda: el hombre perdido vale tanto que merece que lo busquemos, no importa el esfuerzo que debamos hacer. Sea un hijo, un alumno, un catecúmeno, un feligrés, un ser humano puesto en nuestro camino. De su encuentro depende que nuestra alegría en la tierra y en el cielo sea más plena.

8. Esta visión positiva del hombre, a pesar de todas sus maldades, es la base de la tarea educativa de la familia y de la escuela, de la catequesis y de toda la acción pastoral de la Iglesia. Incluso, es la que impulsa al cristiano, como ciudadano, a promover los esfuerzos por una convivencia social justa y pacífica. No importan las injusticias en que esté enmarañada la sociedad. Porque sabe que también la gente mala es más buena de lo que parece.

 

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo