XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 14, 25-33: Opción fundamental por Jesús: condición para ser cristiano
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para la homilía del 23º domingo durante el año (9 de setiembre de 2007)

 

I. Jesús y la muchedumbre

 

1. Junto con Jesús iba un gran gentío”, así comienza el Evangelio de hoy (Lc 14,25). Donde está Jesús, con frecuencia hay mucha gente. A veces proviene de sitios diversos. Otras, es un grupo que se arremolina en torno a su casa e impide llegar hasta él. Una vez, era tanta la gente que corrió peligro que lo empujasen al lago, y por eso se subió a una barca, y desde allí enseñaba a la multitud sentada en la orilla. Todos quieren verlo, tocarlo, pedirle algo, en especial la salud. Según se dice hoy, Jesús parece un hombre de “éxito”, le va bien.

2. Pero Jesús es veraz y no abusa de su ascendiente con la gente. Cuando multiplicó los panes y lo quisieron hacer rey, se escapó a la montaña. No era eso lo que él quería de la multitud. Le duelen sus dolores. Que viva con una religiosidad raquítica y ande a merced de falsos pastores. Varias veces el Evangelio nos dice que “Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Él quiere a la gente por ella misma. Que crezca. Que se perfeccione en todo sentido, sobre todo en el religioso. No es lo mismo tener un barniz de religiosidad que ser su discípulo.

Por eso Jesús hoy les exige a sus seguidores una definición radical. Él quiere que su discípulo lo elija como el valor supremo: “Dándose vuelta, les dijo: ‘Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo’. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,25-27).

3. ¿En qué medida esta exigencia de Jesús inspira nuestra pedagogía religiosa? ¿En la educación de los hijos? ¿En el colegio católico? ¿En la catequesis? ¿En la predicación? ¿En la labor pastoral?

 

II. Para ser cristiano no basta con ir a Luján

 

4. A fines de los 60, en algunos ambientes eclesiales, toda expresión religiosa devocional o masiva era tachada de “supersticiosa”. Y se la combatía. Se confundía “autenticidad cristiana” con “conocimiento religioso” y con “compromiso pastoral”, especialmente en lo social. Por gracia de Dios, Pablo VI, con su exhortación sobre la Evangelización, rescató el valor evangelizador de la piedad popular. Y frenó la ola que amenazaba borrar toda forma popular de trasmisión de la fe. Pero a partir de entonces, en muchos niveles de la Iglesia se dejó de trabajar según el espíritu del Concilio por una pastoral que lleve al pueblo a una fe cada vez más madura. En especial, mediante una catequesis y una predicación más sólidas, y una participación más activa de la liturgia. Y se ha caído en el conformismo pastoral. La ley del péndulo. Siempre de un extremo a otro. Del desprecio de la piedad popular se pasó a una cierta concepción mágica de la misma.

 

III. La religiosidad popular necesita ser perfeccionada

 

5. Las expresiones religiosas devocionales son concreciones culturales de la fe en un determinado tiempo y espacio, que tienen los fieles de todas las religiones. También la judía y la cristiana. Por ejemplo, el apóstol San Pablo aparece en el Templo de Jerusalén pagando el corte de pelo de unos promeseros, para mostrar que vivía en comunión con los judíos; costumbre que ahora no se conoce. En nuestra época, es frecuente la bendición de las embarazadas en honor de Nuestra Señora de la Dulce espera, que no existía hace pocos decenios. Lo mismo vale de ciertas prácticas masivas. Ir a Luján, a Itati, a San Cayetano. La familia de Jesús también cumplía las suyas. San Lucas dice que: “Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron, como de costumbre” (Lc 2,41).

6. Pero dichas expresiones, no constituyen la esencia de la religión. Se pueden realizar con fervor religioso, pero también con ánimo formalista, y hasta esconder una religión falsa. El hombre las necesita, pero de por sí son ambiguas. Una expresión hoy aplaudida, mañana es despreciada. Por ejemplo, mientras en 1934, la oración del presidente Justo durante el Congreso Eucarístico Internacional alegró a gran parte del pueblo argentino, en 1982 la convocatoria del presidente Viola a orar en Luján irritó a gran parte del clero. La gente quiere cada vez menos que se confunda la religión verdadera con las apariencias de la misma.

7. Hoy Jesús nos alecciona a seguirlo y ser sus discípulos con espíritu resuelto, y no con ánimo gregario. Y lo hace con dos parábolas. La del constructor, que antes de empezar calcula bien los recursos: “No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’” (v. 29-30). Y la parábola del rey que, a punto de ir a la guerra, revista sus tropas para asegurarse la victoria, no sea que vaya a un desastre seguro.

8. Ser discípulo de Jesús es compatible con el pecado. Pues del pecado uno puede arrepentirse, como aconteció con Simón Pedro después de su triple negación. Pero no es compatible con la falta de una opción fundamental por Jesús.

 

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo