XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 14, 1.7-14: Ofrecer el Evangelio a todos
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para la homilía del 22º domingo durante el año (2 de setiembre de 2007)

 

I. Vivir sin prejuicios

 

1. El evangelista San Lucas trae varias escenas donde un fariseo invita a Jesús a comer. Un caso lo vimos el domingo 11º, cuando una mujer pecadora fue a llorar a sus pies. Hoy tenemos otro caso: “Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos” (Lc 14,1).

La palabra “fariseo” vino a significar “hipócrita”, “falso”. Jesús denuncia esa actitud en no pocos de ellos. Pero la palabra como tal designa a un grupo observante de la Ley. Había fariseos muy rectos. El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra la figura prestigiosa de Gamaliel, un fariseo que recomienda prudencia al senado judío y no perseguir a los Apóstoles. El apóstol Pablo se jacta de haber pertenecido a ese grupo.

2. Lo primero que apreciamos en la lectura de hoy es que Jesús, a pesar de las diferencias que tuvo con algunos fariseos, no se encerró en un prejuicio y trató con ellos familiarmente.

 

II. Servir para reinar

 

3. El centro del mensaje de hoy está en las dos parábolas que propone Jesús a partir de la observación de la conducta de los que organizan o participan de la comida.

La primera es cómo ocupar el primer puesto en el banquete de las bodas definitivas: “Si te invitan a un banquete de bodas…” (v. 8). Desde esa comida común, Jesús salta a otro tipo de comida: un banquete de bodas. Los presentes, que acaban de salir de la sinagoga, donde recitan salmos y escuchan a los profetas, están familiarizados con la imagen del banquete nupcial referida a la relación amorosa que Dios quiere tener con Israel. Isaías, refiriéndose a la restauración de Jerusalén, dice: “Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios” (Is 62,5). El salmo 45, que los convidados conocen, se deshace en piropos al rey y a la reina en el día de su casamiento, símbolos ambos de Dios e Israel enamorados: “Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres”. “¡Escucha, hija mía, mira y presta atención! Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu hermosura” (Sal 45,3.11-12).

4. Los que escuchan a Jesús entienden que, con la parábola, no pretende dar una norma de urbanidad: cómo comportarse en la próxima comida. Apunta más allá: cómo lograr de veras el primer lugar en el banquete mesiánico. No se lo logra peleando por el primer lugar, como acaban de hacer. Sino prefiriendo el lugar más lejano, el del servicio.

¡Qué lindo que en casa, en la Iglesia, en la sociedad civil no pugnemos por el primer lugar dominando a los otros! ¡Y prefiramos el último de servir a los demás!

 

III. El desafío de la marginación religiosa del pobre

 

5. La segunda parábola parte de la manera de cursar la invitación para la comida: no olvidar a nadie importante. En cambio, cuando se invite al banquete de las bodas mesiánicas habrá que proceder con criterio distinto: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos… Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados…” (Lc 14,12).

Resulta extraño eso de no invitar a los parientes. Pero una parábola no es una fotografía, sino una pintura que subraya un aspecto importante de la realidad. Una especie de caricatura. Los demás elementos no importan.

El mensaje de esta segunda parábola es que al banquete del Reino, en el que Jesús se casa con la humanidad, él quiere que se invite a todos los excluidos: pobres, lisiados, paralíticos, ciegos. ¡Qué desafío para la Iglesia!

6. Intentemos hacer la lista de los excluidos. Hasta ayer hubiésemos puesto sólo a los bautizados no catequizados, a los que recibieron la primera comunión y después “si te he visto no me acuerdo”, lo mismo con la confirmación, a los divorciados. Pero la lista se ha hecho inmensa. Excluidos del sistema laboral, drogadictos, sidósicos, homosexuales… Y tiende a agrandarse.

Conviene prestar atención a una clase de excluidos, porque causa nuevos excluidos: todos los que ignoran a Jesucristo. A ellos nos referimos los Obispos en las Líneas Pastorales cuando hablamos de “la marginación religiosa del pobre”. De ella decimos que “es la más grave en orden a su dignidad y a su salvación; mucho más grave que la marginación económica, política o social” (LPNE 32).

7. Traduciría “marginación del pobre”, con dos palabras. Primero, “falta de escuela primaria” Puede sonar ridículo en Villa Devoto hablar de “falta de escuela”. En mis 27 años de Obispo, he descubierto que es un mal tremendo, del que no tenía idea. No frecuentar la escuela en forma regular es origen de muchas pobrezas físicas y espirituales.

Segundo, “falta de catequesis”. Aquí no le podemos echar la culpa a nadie. En la Iglesia hemos de sincerarnos si hacemos el esfuerzo necesario, e incluso extraordinario, por catequizar a todos los niños. O si cedemos a la pereza, o inventamos trabas, en vez de facilitar la catequesis.

La vida es un camino muy difícil para que un niño la emprenda con su mochila desprovista de dos panes fundamentales: escuela primaria y catequesis.

 

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo