XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 7,36-50 o Lc 7,36-8,3 : Pecado, amor, perdón
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para la homilía deL 11º domingo durante el año (17 de junio 2007)

 

I. El fariseo, la pecadora y Jesús

 

1. A partir de hoy, en la liturgia dominical retomamos la lectura del Evangelio según San Lucas. Y nos corresponde hacerlo en el pasaje de la comida de Jesús con el fariseo Simón y del encuentro con la mujer pecadora: Lc 7,34-50.

2. Es llamativa la relación que ambos personajes tienen con Jesús. Por un lado, el fariseo: un hombre observante de la religión judía, que simpatiza con Jesús, al punto de invitarlo a comer a su casa. Por otro, una mujer conocida en el pueblo por su mala vida, una pecadora: alejada por tanto de la religión.

3. Aquí se manifiesta una paradoja: el hombre religioso se mantiene distante de Jesús, y la pecadora se vuelve íntima de él. Basta mirar la escena. El religioso se pone a sospechar de Jesús: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!” (v. 39). La mujer, en cambio, “colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume” (v. 38).

4. La paradoja llega al colmo porque, como señala Jesús, la pecadora hace lo que, según la usanza de la época, tuvo que realizar el fariseo con su huésped, pero no lo hizo: “Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies” (vv. 44-46).

5. Al revés de lo que piensa el fariseo, Jesús se muestra profeta porque conoce el corazón. Ve que el suyo se complace demasiado en la observancia perfecta de la Ley, la cual sin embargo le es insuficiente para tratar a su huésped como a un amigo. De allí que es poco lo que recibe de él; apenas su presencia física, para prestigiar una comida. Y conoce también el corazón de la mujer, disgustada por el tipo de vida que lleva y que reconoce su pecado, y por ello se confía incondicionalmente al profeta que visita el pueblo. De allí que es mucho lo que recibe de él: el perdón de sus pecados y la paz; es decir, una vida nueva.

 

II. Anécdotas dolorosas que son anuncios evangélicos

 

6. Les confidencio que cada vez más me impresionan los pasajes evangélicos en los que aparece como protagonista un fariseo, un escriba, o algún jefe de la religión judía en contraposición con Jesús. Antes, - no sabría decirles hasta cuándo, tal vez hasta que fui obispo -, los interpretaba como anécdotas de situaciones dolorosas soportadas por el Maestro. Paulatinamente me fui dando cuenta que estos pasajes con sus personajes son más profundos de lo que pensaba. Son escenas “evangélicas” en el pleno sentido de la palabra. Es decir, contienen un anuncio de salvación para hoy, tienen algo que decirnos, que decirme. Por eso la Iglesia nos las lee el domingo, y nos enseña a ponernos de pie para escucharlas. Y al final de la lectura nos dice “Palabra de Dios”. De este tipo de escenas vale lo que enseña el apóstol San Pablo sobre los acontecimientos dolorosos del Antiguo Testamento; por ejemplo, las desgracias acontecidas a los israelitas en el desierto: “Todo esto les sucedió simbólicamente, y está escrito para que nos sirviera de lección a los que vivimos en el tiempo final” (1 Co 10,11). Lo mismo vale de lo que aconteció en tiempos de Jesús y quedó consignado en los Evangelios. Lo que entonces sucedió, puede suceder hoy. Si hubo un fariseo que apreció bastante a Jesús hasta invitarlo a su casa a comer, pero que se mantuvo distante de él en su corazón: ¿por qué ese fariseo no podría darse hoy? ¿Por qué no podría ser yo? Me lo pregunto. Me hace bien, pues me pone en actitud humilde, de discípulo. Y así aprendo un montón del único Maestro.

7. Esta actitud ante este tipo de escenas tiene que ser cultivada por todos los cristianos que tenemos la dicha de practicar la religión, y, sobre todo, por los que tenemos alguna tarea pastoral.

Y una pregunta todavía: ¿Por qué yo interpretaba estas escenas como anécdotas y no como “anuncio evangélico”? ¿No les pasó lo mismo a ustedes? ¿Fue por cortedad? ¿O porque así eran interpretadas, por lo general, en la catequesis y en la predicación? ¿Y así fuimos educados? ¿No fomentaba ello en nosotros una actitud frente al pecador semejante a la que el fariseo muestra con la mujer?

 

III. La dicha de creerle a Jesús y de amarlo por sobre todo

 

8. Volvamos al centro de la escena: la mujer pecadora a los pies de Jesús. Un ser aparentemente despreciable. Sin embargo, cuánta fe y cuánto amor encierra. Jesús lo descubre y lo hace público: “ha demostrado mucho amor” (v.47).

Sin duda que el mucho amor de la mujer fue precedido por el infinito amor de Jesús. Ella sintió que no la despreciaba, ni la encasillaba como el fariseo: “una pecadora”. Y sintió, por lo mismo, que sería capaz de liberarla de su mala vida y de darle una totalmente nueva. Y así fue: “Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz” (v.48.50). ¡Maravillosa la confianza de la mujer! ¡Mucho más maravillosa la bondad de Jesús! ¿Qué querrá enseñarnos?

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo