III Domingo de Pascua, Ciclo C

Juan 21, 1-19: Cristo resucitado nos hace libres
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para la homilía del tercer domingo de Pascua (22 de abril de 2007)
 

 

I. “HAY QUE OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES”

 

1. La primera lectura de este domingo, tomada de los Hechos de los Apóstoles (5,27-41), destaca un rasgo fundamental del discípulo de Cristo: la libertad. Recordemos la escena. Los apóstoles están predicando en el Templo, y son arrestados por desobedecer la orden del Senado de no predicar a Cristo: “Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina”. La reacción del apóstol Pedro es serena y firme: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (5,28-29). No fue la vez primera. Ya antes los Apóstoles habían recibido órdenes semejantes, y reaccionaron de igual manera: “Les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús”. A lo que Pedro y Juan respondieron: “Juzguen ustedes si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (4,18-20).

 

2. La libertad con que proceden ahora los discípulos de Jesús contrasta con el miedo en que vivían a raíz de su muerte en la cruz. Éste se les aparece “el primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, por temor a los judíos” (Jn 20,19). Pero luego adquieren una libertad admirable. Así se aprecia en el libro de los Hechos y en las cartas apostólicas. Y, más tarde, en las actas de los mártires. Y también en las primeras reflexiones sobre la conducta que han de observar ante las autoridades paganas. Se pueden resumir así: orar por ellas, respetarlas, obedecer sus mandatos, pero desacatar sus órdenes cuando pretenden ocupar el lugar de Dios, aunque les cueste la cárcel y la muerte.

 

 

II. LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS

 

3. Los cristianos creemos firmemente que Jesús, por su muerte y resurrección, rompió las ataduras del pecado y de la muerte. Él nos ha liberado, y nos llama a vivir en la libertad. Ésta es total: interior, espiritual; y exterior, social.

Libertad interior: por la liberación de todo pecado. Valdría la pena leer íntegra la catequesis bautismal de San Pablo en la carta a los romanos, orientada en este sentido: “Ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna” (Rom 6,22). Libertad que nos permite hacernos voluntariamente servidores de los otros: “Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esa libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor” (Ga 5,13). Y libertad exterior, social. Y ello, en todos los niveles: profesión, negocios, relación con la autoridad. El cristiano no ha de dejarse esclavizar por ninguna iniquidad. En cuanto a su relación con la autoridad, que fue el tópico más reflexionado en la antigüedad: el cristiano la respeta y ora por ella, porque toda autoridad viene de Dios, no importa que sea ejercida por un pagano; pero se opone con serenidad y firmeza a la injusticia que ella comete. Ésta no es de Dios.

 

 

III. OBEDECER LA LEY Y RESISTIR LA INJUSTICIA

 

4. En una visita pastoral, reunido con un grupo de profesionales, les recordaba la enseñanza de San Pablo: “Es necesario someterse a la autoridad, no sólo por temor al castigo, sino por deber de conciencia” (Rom 13,5). Ellos me manifestaron: “Es interesante el énfasis que usted pone en el acatamiento a la ley. Pero es una enseñanza incompleta. Usted no se imagina las situaciones en que nos encontramos los cristianos en el mundo que, si siguiésemos las normas establecidas, o las costumbres arraigadas, que son más fuertes que muchas leyes, renegaríamos de la fe cristiana”. Entonces abrí los ojos. Y se me hizo claro que la enseñanza de la Biblia respecto de la autoridad va junto con la de la resistencia pacífica a la injusticia que esta comete al imponer algo contra la ley de Dios. Y que en la catequesis y en la predicación hemos de enseñar ambos elementos. Son expresión de la fe en el único Dios, a quien hay que amar por sobre todo. Al respetar a la autoridad, adoramos a Dios. Y al resistir su injusticia, también adoramos a Dios.

 

5. El Catecismo de la Iglesia Católica es claro al respecto. Hablando de la autoridad, dice: “Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio… El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico” (2235). “El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana” (2237). Y hablando de los ciudadanos, dice: “Su colaboración leal entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa crítica de lo que les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien de la comunidad” (2238) “El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio… El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio a Dios y el servicio de la comunidad política” (2242).

En el respeto a la autoridad y en la valentía a resistirla cuando es preciso, está el alma de la verdadera democracia.

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo