II Domingo de Pascua, Ciclo C

Juan 20, 19-31: Creerle a Jesús resucitado: el gran desafío de la Iglesia
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para la homilía del segundo domingo de Pascua (15 de abril de 2007)

  

 

I. LA SEMANA DE PASCUA: UNA SEMANA EXCEPCIONAL

 

1. La semana litúrgica, que hoy termina, es excepcional. En primer lugar, por su duración En vez de siete, tiene ocho días, y va de domingo a domingo. La única así en el año. Una semana (septimana) que nunca habría de pasar, porque la semana conocida, que siempre vuelve a recomenzar, habría sido suplantada por la “octava” de la plenitud. En segundo lugar, porque la liturgia celebra todos los días de esta semana como solemnidad de la Resurrección del Señor. Todos los días son Pascua. Todos son el primero y único día de la nueva creación, que no conoce fatiga, porque Dios, al resucitar a Jesucristo, crea la Luz nueva a la que ya no sigue la noche, y nos da al Nuevo y definitivo Adán. Y con él nos da también todas las demás cosas que necesitamos.

 

2. Semana de ocho días que no pasa. Primero y único día de la nueva creación. Así lo es ya para Cristo nuestra Cabeza. Pero, ¡ay!, todavía no lo es para nosotros, que somos su Cuerpo. Vivimos aun en las fatigas de la pasión de esta vida. ¿Cuántas Cuaresmas y Pascuas habremos de vivir aún hasta que la Pascua “llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios” (Lc 22,18) y nos sentemos a comer la definitiva con Cristo?

 

 

II. “SI NO VEO, NO CREERÉ”

 

3. La lectura del Evangelio de hoy: Jn 20,19-31, nos permite entrever el camino que aun hemos de recorrer para llegar a la Pascua definitiva. Es el camino del crecimiento en la fe, que dura toda nuestra vida terrena. Ya no es el miedo a los judíos el que nos hace vivir “estando cerradas las puertas” (Jn 20,19.26) de nuestro espíritu o de nuestra comunidad cristiana. Siempre hay algo cerrado en nosotros, y necesitamos que Jesús resucitado lo abra, irrumpiendo él y aceptándolo nosotros por la fe y el amor.

 

4. A lo largo de esta singular semana, la lectura del Evangelio de todos los días nos mostró la dificultad en creer en Jesús resucitado que sufren los diferentes protagonistas: el lunes, los ancianos de Israel que dan dinero para sobornar a los soldados; el martes, María Magdalena que busca el cadáver de su Maestro; el miércoles, los dos discípulos que se van desilusionados a Emaús; el jueves, los Once apóstoles y los demás que se quedaron en Jerusalén, pero no acaban de creerle a Jesús que se les aparece; el viernes, los discípulos que van a pescar tardan en reconocerlo a él que está en la orilla preparándoles el desayuno. El sábado, el evangelista Marcos resume todas esas dudas. Este segundo domingo de Pascua viene a coronar estas escenas con la figura del apóstol Tomás: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (Jn 20,25).

 

 

III. EL “HOMBRE DE POCA FE”:

UN CASO PASTORAL MUY FRECUENTE QUE URGE ANALIZAR

 

5. Tomás conoce al dedillo cómo fue la Pasión del Señor. Sabe de las manos traspasadas por los clavos y del costado abierto por la lanza. De ningún modo es un agnóstico y, menos, un ateo. En la última cena se interesó por el camino que conduce al Padre. Pero no le cree a Jesús del todo. Pretende hacerlo paso a paso, según él pueda manejar la situación.

 

6. Es el tipo de incrédulo que más abunda en los Evangelios. El que más le preocupó a Jesús, al que él llamó “hombre de poca fe”, cuya fe quiso ayudar a crecer. “Si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana es echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!” (Lc 12,28).

Sin embargo, es el tipo de “incrédulo” al que, tal vez, hoy se le presta menos atención pastoral. Al contrario de lo que hacen los Evangelios. Nos preocupamos de los que no creen en Dios y de los que no creen en Cristo. Y está bien. Incluso hemos rezado por ellos en la oración universal del Viernes Santo. Pero ¿cuándo nos preocupamos de los tienen poca fe? Entre ellos estamos casi todos nosotros. No hemos de asombrarnos de que diga esto. ¿Acaso los Evangelios no ponen entre los “hombres de poca fe” a los apóstoles de Jesús?

 

7. En el Documento de Participación para la próxima Asamblea Episcopal Latinoamericana, en Aparecida-Brasil, se plantea el problema de la increencia que se difunde velozmente en sus diversas formas: agnosticismo y ateismo. Pero no se menciona el problema de la poca fe de los creyentes. ¿Es que no existe como fenómeno? ¿O existe tanto, y estamos tan acostumbrados a él, que ni cuenta nos damos?

 

8. Para que los cristianos católicos seamos discípulos y misioneros de Jesucristo, como se propone impulsar la Asamblea episcopal de Aparecida, necesitamos imperiosamente creerle con todo nuestro ser, con nuestra inteligencia y voluntad. Sin ello, lo que pudiésemos decir, sería vana retórica. De la sobreabundancia de la fe en Cristo resucitado, brota el testimonio que él nos manda dar, y que se manifiesta por nuestra vida de discípulos, siendo miembros activos de la Iglesia y ciudadanos honestos de la sociedad civil.

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo