V Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Juan 8, 1-11: La bondad de Dios vence la maldad del hombre
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para el quinto  domingo de Cuaresma (25 de marzo de 2007)
 

I. Moisés leído al revés
 

1. El evangelio de este 5° Domingo de Cuaresma (Jn 8,1-11) nos muestra dos realidades. Primero, la maldad del hombre, y, luego, la infinita bondad de Cristo. En cuanto a la primera, no se trata, directamente, de la maldad del adulterio, cometido por una mujer sorprendida in fraganti. Sino más bien, de la maldad de sus acusadores, que se cubrían con el velo de la religión: “Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres” (Jn 8,5).

2. En el libro del Levítico, que los acusadores invocan, Moisés enumera una docena de delitos que son sancionados para preservar la santidad de la sexualidad. Por ejemplo: “Si un hombre se acuesta con la mujer de su padre… Si un hombre se acuesta con su nuera… Si un hombre se acuesta con otro hombre… Si un hombre se casa con una mujer y con la madre de ésta… Si un hombre tiene trato sexual con una bestia…” Etc. En ese contexto, Moisés dice: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos serán castigados con la muerte” (Lev 20,10). Como vemos, crímenes de un pueblo salvaje, enunciados crudamente, y castigados por leyes salvajes. Pero no tan salvajes que apunten directamente contra la mujer. Salvo en un caso, las doce leyes aluden en primer lugar al varón. Sin embargo, los acusadores ya le han dado una vuelta a la Escritura: “Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres” (Jn 8,5).

3. ¿Qué pasó con el varón adúltero? El Evangelio no lo dice. Es legítimo preguntárselo. La valentía de los acusadores para apresar a la mujer ¿no les alcanzó para apresarlo a éste? ¿O eran víctimas de una mentalidad machista que los llevaba a ser crueles con la mujer e indulgentes con el varón? Les sobraba maldad. No les importaba reparar la ofensa del matrimonio: “Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo” (v. 6) a Jesús.

 

 

II. Silencio sobre “los padres solteros”:
¿Machismo pastoral?

 

4. Conviene que nos preguntemos si la mentalidad machista de los que denunciaron a la mujer no pervive todavía en algunos ambientes eclesiales. Por ejemplo, negar el bautismo a los hijos de madre soltera, lo cual no corresponde a ninguna ley eclesiástica. Y, sobre todo, un curioso silencio: se habla mucho de “madres solteras”, pero nunca se habla de “padres solteros”. A las madres, que cargan con sus hijos y los amamantan, las señalamos con el dedo. Y a los padres “fugitivos”, que no dan la cara, ni asumen sus responsabilidades con el hijo y con la madre, les cubrimos las espaldas con nuestro silencio. ¿No será éste un punto a revisar en la enseñanza de la teología moral, en la catequesis de Confirmación, y en la pastoral familiar?

5. Hoy catequizamos, y con razón, sobre la necesaria libertad para contraer matrimonio. Y que un embarazo no es razón suficiente para que dos jóvenes se casen. Pero ¿no estamos olvidando catequizar también que nada puede dispensar a un joven que embarazó a una chica de asumir sus responsabilidades de cuidar al hijo y a la madre? Si es grave la publicidad que incita a la sexualidad sin freno, lo es también el silencio sobre la responsabilidad que todo padre, incluso el soltero, tiene con respecto al hijo que engendró.

Defendamos el derecho humano a la libertad para casarse. Sostengamos el derecho del niño por nacer. Pero recordemos también el derecho del niño a tener papá. Y la obligación que a éste le cabe de asumir su responsabilidad. El eufemismo de “embarazo no deseado”, que no le vale a la mujer como coartada para exigir el aborto como un derecho, tampoco le vale al varón para huir de su paternidad.

 

 

III. La infinita bondad de Jesús
 

6. El mensaje central de la escena evangélica de hoy está en la última parte. Primero, en la frase de Jesús: “El que no tenga pecado que arroje la primera piedra” (v. 7). Una verdad fundamental de nuestra fe es que todos somos pecadores. El apóstol San Pablo en la carta a los Romanos enseña: “Todos están sometidos al pecado, tanto los judíos (que creen en Dios) como los que no lo son… Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Rom 3,10.23). Y, por tanto, todos necesitamos su perdón. Por eso, empezamos la Santa Misa confesando, por tres veces, que somos pecadores.

Vale la pena resaltar la última frase de Jesús, que manifiesta su infinita bondad, y resume todo el mensaje de hoy: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?... Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante” (v. 11).

7. Con el pecado “no se macanea”. Tampoco, con el perdón de Dios. Cuando él perdona, perdona en serio. Cualquiera sea el pecado cometido, si nos arrepentimos y lo confesamos, él nos perdona. No es cristiano atormentarse con el pecado cometido. Una cosa es que nos duela haberlo cometido y ofendido la bondad de Dios. Otra cosa es hacerle el juego al Demonio y dudar permanentemente del perdón divino. Dios vence nuestro pecado haciendo de éste ocasión para mostrar su misericordia, e iniciar en nosotros una vida nueva.

Alegrémonos, entonces, en el Señor que, hasta del mal, saca el bien. Sin embargo, no seamos tan necios de pecar para que Dios se muestre misericordioso. Tal estupidez no tendría perdón. 

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo