IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Lucas 15,1-3. 11-32: Dios Padre nos espera con los brazos abiertos
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para el cuarto  domingo de Cuaresma (18 de marzo de 2007)

 

 I. DIOS, A PESAR DE NUESTRAS OFENSAS, ES UN PADRE AMOROSO

 

1. El domingo pasado recitábamos el Salmo 102: “El Señor es bondadoso y compasivo, lento para el enojo y de gran misericordia”. Así Dios se reveló a Moisés.

Esta revelación alcanza una profundidad y belleza inimaginable en la parábola que hemos leído recién, llamada popularmente “la parábola del hijo pródigo” (el hijo derrochón): Lc 15,11-33. Habría que llamarla, con más propiedad, “la parábola del padre amoroso”. Pues el protagonista principal es el padre, que representa a Cristo y a Dios Padre: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó…”. Y sin gastar tiempo en escuchar las disculpas del hijo, y, menos, en pedirle cuentas de su mala conducta, se puso a armar la fiesta por el reencuentro: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo. Pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (vv. 20.22-24).

 

2. La figura del padre resalta aun más por la contraposición del hijo mayor. Éste vive en su casa con la actitud de un empleado que hace carrera para ascender: “Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos” (v. 29). No goza de lo que tiene en abundancia. Se complace más en su propia imagen de “hombre cumplidor”, que no en los regalos que su padre le brinda constantemente: el techo, la comida, la alegría familiar, su presencia paterna: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (v. 31). Tampoco admite que se haga fiesta por la vuelta del hermano menor. Incluso, reniega de ser su hermano: “¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto - no lo llama “mi hermano”-, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!” (v. 30).

 

 

II. RENOVAR LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA:
LO FEO DEL PECADO A PARTIR DE LA OFENSA A LA BONDAD DE DIOS

 

3. Esta lectura evangélica ha sido elegida para motivarnos a la conversión. Pero más que hacerlo desde la consideración directa del horror del pecado, lo hace desde la contemplación de la bondad de Dios gravemente ofendida: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!” (v.17).

De hecho, el pasaje evangélico de este Domingo comienza ponderando la cercanía de Jesús a los pecadores. “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos” (v. 2), decían escandalizados los fariseos y los escribas. Y para explicar su actitud, y la alegría que prueba en el reencuentro con el hombre pecador, Jesús propone tres parábolas: la del pastor que tenía cien ovejas y perdió una, la de la mujer que tenía diez monedas de plata y perdió una, la del padre que tenía dos hijos y perdió uno. Hoy leemos sólo la tercera. Pero las tres parábolas resaltan lo mismo: la alegría del reencuentro, más que el horror de haber estado perdido.

¿No será ésta la clave para presentar el misterio del pecado?

 

4. No es saludable no tener conciencia del pecado. Sin ella, no se tiene idea cabal del drama del hombre sobre la tierra. Tampoco se entiende el por qué de la venida de Cristo: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan” (Lc 5,32). No se puede saborear la copa de “la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,28). Ni hay razón para emprender la labor evangelizadora que Cristo le confió a la Iglesia: “Y comenzando por Jerusalén, en su Nombre, debe predicarse a todas las Naciones la conversión para el perdón de los pecados” (Lc 24,47).

 

5. Hace más de sesenta años el Papa Pío XII hablaba de eclipse de la conciencia del pecado. Hoy se lo advierte incluso en la catequesis y en la predicación. Términos ayer comunes, por ejemplo: “fealdad del pecado”, “tener horror al pecado”, casi no se emplean. ¿Por qué? ¿No será que habremos abusado de ellos en desmedro de un aspecto fundamental de la revelación cristiana como es la bondad de Dios ofendida? Si fuese así, ¿no tendremos de revisar nuestra pedagogía en la propuesta de la fe cristiana?

 

6. Según mi experiencia, pienso que es así. Hemos de subrayar más la infinita bondad de Dios con el hombre. Y, mirándonos en ella, descubrir la fealdad de la maldad humana. Como lo dice una bella oración: “Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido. Pésame por el infierno que merecí, por el cielo que perdí, pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos…”.

 

7. En la vida cotidiana entendemos mejor una enfermedad que nos afecta a la luz de la salud perdida que no a través de una disertación científica. Y por eso vamos al médico, y nos sometemos a un tratamiento. Cuanto mejor experiencia tengamos de la salud, tanto más nos preocupamos de recobrarla. Para volver a comprender la fealdad del pecado y evitarlo, ¿no será que habremos de contemplar más a Dios como Suma Bondad?

 

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo