III Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Lucas 13, 1-9: ¡A convertirse! No hay tiempo para perder
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para el tercer domingo de Cuaresma (11 de marzo de 2007)
 

I. Desgracias que simbolizan la condenación eterna

 

1. La lectura del Evangelio de hoy, Lc 13,1-9, tiene dos partes, que tratan del mismo tema: la urgencia de la conversión. En la primera (vv.1-5), se recuerdan dos desgracias acaecidas en tiempos de Jesús. Una, la matanza de unos galileos, que ordenó Pilato, el gobernador romano, cuando se encontraban en el Templo ofreciendo el sacrificio. Otra, el derrumbe de una torre de las murallas de la ciudad, donde murieron dieciocho personas. Jesús exhorta a no quedarse chusmeando sobre qué pecado habrían cometido los galileos asesinados, o los albañiles que reparaban la torre, según era la creencia popular. Y, más bien, a ver en ello un símbolo de la ruina eterna que podríamos sufrir nosotros si no nos convertimos de corazón: “Les aseguro que si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera” (Lc 13,5).

2. La segunda parte, es la parábola de la higuera que, por tercer año consecutivo, no da frutos, y el dueño manda cortarla: “Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?” (v. 7). El quintero pide un año de tiempo, en que él redoblará los cuidados: “Yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás” (vv.8-9). Con la parábola, Jesús sugiere que todavía es tiempo de la paciencia divina para el pecador. Pero aclara que no se puede abusar. Si no se dan frutos, inexorablemente sobreviene la ruina definitiva: “la cortarás” (v. 9).

3. La lectura del apóstol San Pablo: 1 Co 10,1-12, por su parte, nos enseña algo semejante. Las muertes sufridas por los israelitas en el desierto son símbolo de lo que puede acontecer con los miembros de la comunidad cristiana si no somos coherentes con nuestra fe. A pesar de los beneficios divinos que los israelitas recibieron durante cuarenta años de peregrinar por el desierto, “muy pocos de ellos fueron agradables a Dios, y sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Todo esto aconteció simbólicamente para ejemplo nuestro, a fin de que no nos dejemos arrastrar por los malos deseos, como lo hicieron nuestros padres… Y está escrito para que nos sirviera de lección a los que vivimos en el tiempo final” (1 Co 10,5-6.11).

 

II. Urgencia de la conversión y paciencia de Dios

 

4. La urgencia de la conversión y la paciencia de Dios no se excluyen recíprocamente. La urgencia habla de la actitud con que nosotros hemos de responder al llamado de Dios a la conversión. La paciencia habla del corazón infinitamente misericordioso de Dios, que nos brinda con generosidad ocasiones para la conversión.

Ambos términos están perfectamente integrados en la parábola de la higuera. Nosotros los contraponemos. Y ello, de varias maneras. Sea cuando hacemos de Dios un dios cruel que se complacería en nuestra perdición. Sea cuando tomamos la misericordia de Dios a la chacota, y pensamos que ella nos autoriza a seguir pecando. Sea cuando callamos u olvidamos la posibilidad de nuestra condenación eterna.

5. Este silencio es hoy frecuente. Con él traicionamos el Evangelio de Jesús. Después de haber puesto muchas veces al infierno en el centro de la predicación y de la catequesis, hoy silenciamos esta verdad. Es probable que muchos de nuestros chicos nunca hayan oído hablar de condenación eterna.

Jesús no se pierde en imaginerías sobre el infierno, como hicimos en el pasado, prestando más atención a los pintores de temas religiosos que al Evangelio. Pero Jesús es muy claro en cuanto a la posibilidad de quedar excluidos para siempre de la familiaridad con Dios. Si no nos convertimos, nos puede suceder igual que a los asesinados por Pilato, que a los que se les cayó la torre encima, que a la higuera estéril cortada, que a los israelitas tendidos en el desierto.

 

III. “El Señor, lento para el enojo y de gran misericordia”

 

6. En el salmo 102, con que hemos respondido a la lectura del libro de Éxodo, hemos cantado a la bondad de Dios que ha bendecido a Israel liberándolo de la esclavitud en Egipto. Él también bendice al pueblo cristiano, liberándonos de la esclavitud del pecado. Por ello, con Israel decimos: “Bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides su beneficios” (Sal 102,2). Y sobre todo, agradecemos el beneficio de su perdón: “Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias… El Señor es bondadoso y compasivo, lento para el enojo y de gran misericordia; cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que le temen” (vv. 3.8).

7. Esta misericordia divina, más que empecinarnos en nuestro pecado, debe movernos a convertirnos con prontitud a Dios. ¿No sería absurdo que un hijo se empecinase en seguir ofendiendo a su padre porque éste es paciente y misericordioso con él?

La Cuaresma es una gracia enorme, que se coronará en la Vigilia Pascual con la renovación de las promesas bautismales. Preparemos desde ya la triple abjuración que haremos entonces de toda forma de maldad. Y la triple profesión de fidelidad a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Mediante una sincera conversión. 

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo