V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 5, 1-11: Dios nos llama y nos encomienda una misión
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para el quinto domingo durante del año (4 de febrero de 2007)

  
I. Simón Pedro descubre la grandeza de Jesús
 

1. Los cuatro Evangelios traen la escena del llamado de los primeros discípulos. Y, como es normal, cada uno lo hace con su propio acento. Lucas, lo mismo que Juan, permite apreciar mejor que Marcos y Mateo el proceso interior de Simón Pedro y de los otros compañeros que los lleva a descubrir a Jesús y a decidirse a dejar todo por él y seguirlo (cf Lc 5,1-11).

Si bien Lucas no refiere ningún otro encuentro anterior de Simón con Jesús, no era ésta la primera vez que sucedía. Pocos renglones antes, el evangelista dice que Jesús va a la casa de Simón, y allí cura a su suegra, que tiene mucha fiebre (cf Lc 4,38-39). El mismo hecho de que Jesús se suba a la barca de Simón para enseñar desde allí a la gente (cf Lc 5,3), denota un trato familiar entre ambos.
 

2. Sin embargo, hasta entonces Simón lo conocía a Jesús sólo por fuera: un hombre bueno, extraordinario, valía la pena ser su amigo, pero nada más. Pero una vez, cuando Jesús terminó de hablar, le dio a Simón la siguiente orden: “Navega mar adentro, y echen las redes” (v. 4). Orden aparentemente absurda. ¿A quien se le ocurre salir a pescar a pleno rayo de sol? ¿Y con el agravante de una experiencia negativa reciente: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada” (v. 5ª)? Sin embargo, Simón no se aferra a su experiencia. Opta por creerle a Jesús: “Pero si tú lo dices, echaré las redes” (v. 5b). El fruto de ese acto de fe no se dejó esperar: “Sacaron tal cantidad de peces que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían” (vv. 6-7).

 

 

II. El conocimiento más pleno de Dios acrecienta la confianza

 

3. Entonces sobreviene lo más lo importante: no ya la cantidad de peces, sino el descubrimiento que Simón Pedro hace de su propia poquedad y de la santidad de Jesús: “Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: ‘Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador’” (v.8).

El mismo fenómeno observamos en la primera lectura. Ante Dios que le revela su santidad al profeta Isaías, éste exclama: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!” (Is 6,5).
 

4. Cuando un padre le muestra a su hijo pequeño cuán grande es, no lo apabulla, sino que le infunde confianza. De esa manera, éste puede sumar su pequeñez a la grandeza paterna y enfrentar las dificultades que sólo no podría.

Dios hace lo mismo, e infinitamente mejor, con su criatura. No sólo no la acobarda con su grandeza, sino que la levanta y la capacita para la misión que le quiere encomendar. “Mira, tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”, le dice el Ángel a Isaías, a la vez que lo capacita para ser el mensajero de Dios: “Y oí la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?’Yo respondí: ‘¡Aquí estoy: envíame!” (Is 6,7-8).

Esto es lo que hizo Jesús con Simón. Lo llevó desde un conocimiento imperfecto a otro más perfecto, le hizo descubrir su pequeñez, le reveló su santidad, y lo capacitó para ser su Apóstol: No temas, - le dice Jesús -, de ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5,10). Y le dio la inspiración de seguirlo y la fuerza de dejar todo por él: “Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron” (v. 11).

 

 

III. A todos Jesús nos invita a ser pescadores de hombres
 

5. La escena del Evangelio nos habla de una especial relación entre Simón Pedro y Jesús. Pero, según es fácil observar, esta relación se extiende a “Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón” (v.10). Y también a los demás discípulos que, según leeremos el próximo domingo, Jesús elegirá para ser sus “Apóstoles”.

No sin razón decimos que esta escena tiene un mensaje muy especial para aquellos cristianos llamados a la vida apostólica a imagen de Jesús con los Doce. Por ejemplo, los obispos, los presbíteros y los consagrados con especiales vínculos aprobados por la Iglesia. ¿Quién duda que nosotros necesitamos conocer cada día más profundamente a Jesús para estar a la altura de nuestra vocación y misión? ¡Cuánto más profundo sea este conocimiento, cuánto más lleno de fe y de amor sea, tanto más fiel será nuestro seguimiento del Señor! Y ello, para felicidad nuestra y bien de toda la Iglesia.

 

6. Pero hay algo más. El hecho que todos nos hayamos puesto de pie para escuchar esta escena, expresa nuestra convicción de que la misma tiene un mensaje también para todos los cristianos sin excepción. Y no sólo las religiosas aquí presentes, sino para todos: casados, viudos, solteros, cumplan o no una tarea apostólica en la parroquia. A todos Cristo se nos quiere dar a conocer más profundamente. A todos quiere mostrarnos su santidad y revelar nuestra pequeñez. A todos nos quiere confiar la misión de anunciarlo en el mundo en que vivimos. No somos como Pedro, Santiago o Juan. No somos como el obispo, o el cura párroco, o las religiosas del Colegio de la Misericordia. Pero en el lago en el que vivamos, quiere que seamos nosotros los que en su nombre echemos las redes.

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo