Solemnidad de Cristo Rey, Ciclo C.

Lucas 23, 35-43: Compartir los padecimientos de Cristo
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Mensaje dominical de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo de Resistencia
21 de noviembre de 2004 -
Solemnidad de Cristo Rey



I. COMPARTIR LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO


1.
La solemnidad de Cristo Rey, con la que hoy culmina el año litúrgico, nos ayuda a comprender que Cristo reina de manera muy distinta que los grandes de este mundo. La lectura del Evangelio lo presenta en la Cruz que lleva esta inscripción: “Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23,38).

La frase de tono sarcástico en la pluma del gobernador romano, fue tomada muy en serio por el primer pensamiento cristiano. Según el apóstol San Pablo, Cristo reina desde la Cruz. Teniendo que vérselas con los cristianos de Corinto, que retenían su vieja impronta pagana y pretendían que el Evangelio apareciese como un mensaje cuerdo y al gusto de la época, los desengañó y les dijo con todas las letras que el mensaje de la Cruz es una locura. Y que no esperasen que él predicase otra cosa: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Pero la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”. (1 Co 1,18.22-25).


2. En esta ocasión, como en otras, el apóstol Pablo cargó las tintas. Y ello porque la situación pastoral a enfrentar lo exigía, pues se corría el peligro de que los cristianos de Corinto olvidasen el misterio de la Cruz. Pero al final de esta carta contrabalanceó su enseñanza con el capítulo 15 sobre la resurrección. Porque así como no hay resurrección sin Cruz, tampoco hay Cruz cristiana sin resurrección.


3. El olvido de la Cruz ¿no es éste un grave problema también en la Iglesia de hoy? La Cruz repugna. No me refiero a las cruces que cuelgan de las paredes o lucimos en el pecho. Me refiero a la Cruz de cada día, a las contradicciones a sufrir por ser cristiano, de la que Jesús dijo que es condición indispensable para ser su discípulo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). Y a la que refirió también el apóstol San Pablo: “Los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y malos deseos” (Ga 5,24).


4. El misterio de la Cruz tiene mucho que ver con el tema de “compartir” los bienes, del que venimos hablando desde hace cinco domingos. En el Nuevo Testamento se habla de “compartir” todo lo que se es y se tiene. Se comparten, en primer lugar, los bienes espirituales: el Evangelio, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Espíritu Santo. Un lugar privilegiado ocupa el compartir los padecimientos de Cristo. El apóstol San Pedro escribía: “Alégrense en la medida en que puedan compartir los sufrimientos de Cristo” (1 Pe 4,13).



II. DAR CON TODO EL CORAZÓN


5. En la Iglesia se comparten, también, los bienes materiales. ¿Por qué? Muy bien lo explica el apóstol San Pablo cuando les informa a los romanos sobre la colecta que las Iglesias de la gentilidad habían hecho en favor de la empobrecida Iglesia de Jerusalén: “Si los paganos participaron de sus bienes espirituales, estos deben a su vez retribuirles con bienes materiales” (Rom 15,27).

Malos discípulos seríamos del Maestro que lo compartió todo si compartiésemos lo espiritual pero no lo material. ¿Cómo nos podríamos llamar “hermanos”?


6. De esta manera, el reinado de Jesucristo, que en esta solemnidad consideramos desde la Cruz, es un buen preludio de la Jornada Nacional que se realizará en breve, el segundo Domingo de Aviento (4-5 diciembre), con el lema “La Iglesia necesita tu ayuda”. Los cristianos estamos invitados a hacer nuestro aporte a la obra evangelizadora de la Iglesia. Y no sólo de unos pocos centavos, sino de todo lo que somos y tenemos: existencia, talentos, tiempo y dinero, haciéndolo cada uno según su propia vocación.

Que a veces nuestra ofrenda se concretice en unos pocos centavos es otra cosa. La misma será válida en la medida en que lo poco que se dé, se lo haga con todo el corazón, como la viuda del Evangelio: “Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos monedas de cobre, y dijo: ‘Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir’” (Lc 21,1-4).



III. LA ARGENTINA DESIGUAL


7. El Barómetro de la Deuda Social, un estudio hecho recientemente por la Pontificia Universidad Católica Argentina, muestra que la desigualdad está creciendo en la Argentina en forma galopante. Y desigualdad significa todo lo contrario de solidaridad, entendida ésta como actitud permanente entre las diversas partes del entramado social. No sólo está afectada la capacidad de subsistencia de muchos argentinos (hábitat adecuado, alimento, salud, seguridad), sino niveles muy profundos de su personalidad: dificultades para comprender y razonar, sometimiento a las situaciones adversas del entorno, no poder enfrentar los problemas de modo resolutivo, no poder proyectar ni planificar la propia vida, no tener acceso a recursos educativos adecuados, no lograr desarrollar capacidades de trabajo en el marco de un empleo estable, no formar parte de una comunidad ni contar con lazos de confianza y reciprocidad, no participar de la vida política ciudadana ni sentir confianza en los actores institucionales, percibir que la propia vida no tiene sentido. Y todo ello en una Nación que presenta condiciones objetivas para evitar y corregir tales daños.

¿Cómo revertir esta situación de inmoralidad colectiva? No habrá que dejar de transitar ningún camino. Pero uno muy eficaz es fomentar en la Iglesia el espíritu de compartir en grado tal que éste rebalse en la sociedad civil.

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo