XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Lucas 19, 1-10: Fuego interior y entrega total al Evangelio de Jesús
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Mensaje dominical de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo de Resistencia
31 de octubre de 2004 - Trigésimo primer domingo durante el año



I. FUEGO INTERIOR Y ENTREGA TOTAL AL EVANGELIO DE JESÚS


1. En algunas personas el Evangelio de Jesús se vuelve como un fuego devorador, que las impulsa a la entrega de todo su ser para anunciarlo. Es más ardiente que la pasión del amor. Ésta debería ser la actitud normal de todo discípulo de Cristo. Y de hecho lo es cuando éste descubre el Evangelio como “un tesoro escondido en un campo”, o “una perla de gran valor” (cf. Mt.13,44-46). Así como en las dos parábolas, el afortunado descubridor se desprende de todo
para poder hacerse de ese bien, así el discípulo del Señor cuando se encuentra con el Evangelio no quiere otra cosa que comprenderlo, vivirlo y compartirlo con quien no lo conoce.


2.
La figura más eximia en este sentido es el apóstol San Pablo. Cuando no conocía el Evangelio, lo perseguía con furia. Pero cuando lo conoció, se dedicó a él con pasión aún mayor. “¡Ay de mi si no predicara el Evangelio!”, exclama en la primera carta a los corintios (9,16). Y muestra cómo el anuncio del Evangelio se volvió en él el criterio fundamental de su vida. Hacerlo todo por el Evangelio. Y si algo obstaculiza su anuncio, renunciar a ello. Por ejemplo, renunciar al derecho a ser sustentado por la comunidad cristiana y a imponerse el deber de trabajar con sus manos.

Recomiendo leer íntegro el capítulo 9 de la primera carta a los corintios. Allí el apóstol expone cómo él se despoja del derecho que le da el mismo Señor, el cual “ordenó a los que anuncian el Evangelio que vivan del Evangelio” (v.14). Y ello porque entendió que el Evangelio es mucho más que una fuente de derechos; y que en Corinto, a causa de la débil fe de los cristianos, no era oportuno exigirlos: “Si yo realizara esta tarea (de evangelizar) por iniciativa propia, merecería ser recompensado; pero si lo hago por necesidad (interior), quiere decir que se me ha encomendado una misión”. De allí sacó su decisión: “Predicar gratuitamente la Buena noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere” (vv. 17-18). ¡Magistral el apóstol San Pablo!


3. Pero sin ir a una figura tan eximia y lejana, hoy es posible encontrar en nuestras Parroquias a gente sencilla, conocida sólo de su círculo de relaciones, que aman con locura el Evangelio de Jesucristo, y según sus fuerzas y vocación se dedican con pasión a darlo a conocer.

En la carta “Compartir la multiforme gracia de Dios”, los Obispos nos hemos referido a este maravilloso fenómeno observable en nuestro pueblo: “Hemos de recordar con admiración y agradecimiento a tantos cristianos, varones y mujeres, que colaboran con desinterés en la Evangelización, poniendo al servicio de la misma sus capacidades y parte de su tiempo”. Catequistas, agentes de Cáritas, visitadores de los enfermos, ministros extraordinarios de la Santa Comunión, mensajeros parroquiales, animadores de diferentes grupos (jóvenes, misioneros de verano, coro, etc.). Y no dudamos en decir: “Sin esta colaboración espontánea, multiforme, alegre y competente del Pueblo de Dios, sería imposible comprender la vitalidad de nuestras Parroquias” (12).



II. LA ESCASEZ DE EVANGELIZADORES: UN PROBLEMA DE TODOS


4.
Sin embargo, cuánto queda por evangelizar. Y no se trata sólo de hacerlo en espacios físicos donde haya sido escasa la acción de la Iglesia. Hoy se trata sobre todo de evangelizar espacios humanos. Conviene advertir que ninguna persona durante esta vida acaba de ser plenamente evangelizada. En cada circunstancia vital, feliz o dolorosa, necesita confrontarse con el Evangelio. Además, el camino del hombre por la vida no siempre es lineal. Tal vez ayer dio un paso hacia adelante en la comprensión y vivencia del Evangelio, y hoy da dos para atrás. Y debe ser llamado nuevamente a la conversión. En la evangelización siempre se ha de contar con la libertad y aceptación del evangelizado. La mejor siembra no asegura siempre una buena cosecha. Le pasó al mismo Jesús de cuya siembra nadie puede sospechar. También están las circunstancias propias de cada época que marcan su cultura y que exigen que el Evangelio sea nuevamente anunciado. Hoy estas circunstancias tienen el carácter de lo global. En este mismo momento están incidiendo aquí criterios, modas, slogan fraguados en el otro extremo del mundo, sobre los que no tenemos ningún control. Y, sobre todo, está el ataque alevoso, como nunca en la historia humana, a todos los valores morales que el hombre fue descubriendo a lo largo de milenios, y la imposición de otros diametralmente opuestos concebidos especialmente desde el mercado. Lo útil y placentero es lo que vale. Lo verdadero y lo bueno no existe.


5. Ante este cuadro de situación, no cabe duda que los evangelizadores han de ser multiplicados y
mejor formados. Y no basta con una formación inicial. Ésta debe ser permanente. Y no sólo intelectual, sino integral.

En las Parroquias se hace mucho por la formación de los catequistas. Pero las circunstancias están exigiendo hacer más y mejor, también a nivel de Arquidiócesis.

Los demás agentes pastorales hoy necesitan una cierta “profesionalización”. Por ejemplo, no basta ya que el agente de Caritas reparta mercaderías para paliar necesidades. Es preciso un conocimiento directo de las causas de la pobreza, a la vez que el tacto de suscitar en el pobre el ansia de ser protagonista de la superación de su problema. Y conviene que el visitador de los enfermos aprenda a discernir las distintas formas del dolor humano para mitigarlo mejor.

Y no olvidamos cuánto deben ser multiplicados los ministros del Evangelio: diáconos permanentes y presbíteros. Y cuánto debe ser mejorada su formación. A mayores desafíos pastorales, ésta debe ser mejor.


6. Y todo esto es problema
sólo del Obispo o del Cura Párroco, sino de todos los cristianos. Jesús lo dio a entender muy bien cuando a la multitud que lo escuchaba le dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mt 9,37-38).

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo