XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Lucas 18, 1-8: Ser responsable (II)
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Mensaje dominical de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo de Resistencia
17 de octubre de 2004 - Vigésimo noveno domingo durante el año



I. SER RESPONSABLE


1. “El Señor preguntó A Caín: ‘¿Dónde está tu hermano?’ ‘No lo sé, respondió Caín. ‘¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9). El desentenderse del prójimo, el lavarse la manos de lo que puede sucederle es tan antiguo como la humanidad. Sin embargo, el deber de cuidarlo es más profundo aún, pues está escrito por Dios en el corazón del hombre. Es un deber indispensable. Nada puede eximirnos de él. Responder del otro, ser responsable de él, es lo que crea la amistad social. De allí fluyen todos los demás bienes que constituyen la sociedad.


2. “Irresponsable” es el que, debiendo responder de sus actos con respecto al prójimo, no sabe dar respuesta de lo que hizo, ni de cómo o por qué. Denota una psicología inmadura, más propia del adolescente que del adulto.


3. “Ser corresponsable” es una noción más difícil. Apenas uno la pronuncia algunos saltan de sus sillas para rebatir: “No, yo no soy culpable”. Y uno no habla de “culpabilidad”, sino de corresponsabilidad. Se puede hablar de una corresponsabilidad en el bien. Y también de otra en el mal. Nada se da porque sí. Ningún ambiente o clima adverso a los grandes valores se plasma en la sociedad sin que los que formamos parte de ella tengamos que ver con su deterioro. Y sea por omisión, comisión, miopía. Los pueblos cuyos ciudadanos admitieron ser corresponsables de los desastres de la guerra, han sabido levantarse. Los otros se arrastran lánguidamente. Un ejemplo de lo primero es Japón. Ejemplo de lo segundo: dejo que el lector lo busque y proponga.



II. IRRESPONSABILIDAD COLECTIVA


4. Son muchas las señales que indican que en la Argentina existe una gran irresponsabilidad colectiva. Pongo sólo dos ejemplos, que extraigo de la prensa diaria. Y que nos pueden ayudar a poner los pies en la tierra.


El “vandalismo”

El primero es el vandalismo. Hace pocos días un diario traía la siguiente noticia en primera página: “El vandalismo causa gastos millonarios en la ciudad (de Buenos Aires). Con lo que se paga por arreglos se comprarían 1000 ecógrafos. Son algo así como 7,2 millones de pesos. Se podrían comprar 73 ambulancias equipadas. Es el presupuesto para que el Hospital Garrahan funcione 21 días. El gobierno porteño podría construir cuatro centros de salud y acción comunitaria barriales. Cada mes desaparecen unas 600 tapas de sumideros de la red pluvial y unas 300 rejas de sumideros. Mensualmente se roban 80 Lámparas de las calles porteñas. En los últimos dos meses desaparecieron 200 semáforos peatonales y se sustrajeron 50 puertas de gabinete. Faltan casi 90 placas de los monumentos. Cada tres minutos alguien destruye un teléfono público. Edenor contabilizó el robo de 155 kilómetros de cable de baja y media tensión”. Y continúa la letanía de actos vandálicos. Y ello en Buenos Aires, la reina del Plata.


5. ¿Qué nos pasa a los argentinos que odiamos lo público? ¿Sería posible esta ola de vandalismo si el ánimo colectivo no lo consintiese? Ello puede suceder de muchas maneras. No censurando tales conductas. No denunciando los ilícitos. Tal vez, hasta los miramos con simpatía. Se debe, sobre todo, a que no tenemos idea cabal sobre qué es lo público. Para muchos es lo de nadie. En cambio, como lo indica la palabra, lo público es lo que es de todos y a todos sirve. Lo que por todos es pagado, y por todos ha de ser cuidado y defendido. ¿Alguna vez la mayoría pensaremos así?


El espíritu tramposo

5. Un segundo rasgo de irresponsabilidad es el espíritu tramposo. “Echan a monjas de la universidad por hacer trampa. Las dos religiosas se habían intercambiado en un examen”, continúa el mismo periódico, unos días después. Probablemente el caso indique que la cosa es muy frecuente, que no es socialmente censurada, que reditúa. Además, en el caso concreto, indica una falta enorme de coherencia entre fe y vida. ¿Cómo se puede decir “Amén” en las oraciones diarias, y “trampear” tan rotundamente en la conducta cotidiana?



III. SER CORRESPONSABLE EN LA SOCIEDAD Y EN LA IGLESIA


6. A la sociedad la constituimos todos los que formamos parte de ella. No sólo la autoridad. O los que tienen algún cargo en el aparato estatal. Pero sobre esto ya me he explayado ampliamente en innumerables mensajes.

Conviene que vengamos a la corresponsabilidad en la Iglesia. A ésta la constituye no sólo el clero, si bien éste tiene especiales responsabilidades. Todos los bautizados somos “piedras vivas” del templo del Señor. Como escribía el apóstol San Pedro a los cristianos de su tiempo: “Ustedes también a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1 Pe 2,5).

Cada cristiano juega su propio papel en la transmisión de la fe. Con frecuencia, los miembros más sencillos son los que juegan un papel más decisivo. En mi caso, si bien muchos jugaron un papel importante en el crecimiento de mi fe (mis superiores del Seminario de Buenos Aires, los profesores de la Universidad Gregoriana, el P. Lombardi, el Papa Pío XII, etc.), posiblemente nadie pesó más que mis padres, que eran humildes campesinos, y también el padrino y la catequista. Y junto a ellos, las maestras de la escuela primaria, estatal y religiosa. Ellos de veras fueron “responsables” de aquel pequeño sujeto que Dios les encomendó.


7. La evangelización del mundo es la gran tarea encomendada a la corresponsabilidad de la Iglesia entera. La tarea a realizar es colosal. Y no puede ser llevada cabo sino así, aportando cada uno de los miembros su granito.
 

 

Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo