XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 13, 22-30: Misa y misión
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Mensaje dominical de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo de Resistencia
22 de agosto de 2004 - Vigésimo primer domingo durante el año



I. MISA Y MISIÓN

1. En el latín clásico no existe la palabra “Misa”. Los estudiosos del latín medieval se devanaron los sesos en descubrir de dónde provendría la frase que el sacerdote pronunciaba al final de la liturgia dominical: “Ite, missa est”. Unos decían que venía de “mensa” o mesa; otros, que de “messis” o cosecha; otros, que de “missio” o envío. De modo que “Ite, missa est” no se lo debería traducir por “vayan, la misa ha terminado”. Sino por “Vayan, es el momento de la misión”. Al margen de la filología, hoy se simpatiza con esta explicación. Y es la que se suele escuchar del guía de la liturgia. Con ello desentonan algunas exhortaciones que se oyen: “La misa ha terminado, continuemos en paz”.



II. LA EUCARISTÍA: SACRAMENTO DE LA VIDA Y MUERTE DE JESÚS


2. La palabra “misión” hoy nos lleva a pensar en los héroes de la TV, los cuales realizan misiones imposibles. Y ello gracias a poderes especiales o al uso de medios mágicos. En cambio, la palabra “misión” o “envío” en el Nuevo Testamento es la traducción de la palabra griega “apostolado”. Y con ella se designa, en primer lugar, el envío que Dios hace de su Hijo al mundo. Y ello de la manera más ordinaria que se pueda pensar, naciendo de una mujer: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Ga 4,4-5). Más que haciendo cosas por los hombres, Cristo cumple su misión siendo entre nosotros el hombre verdadero; o sea, realizando el ideal de hombre soñado por Dios Creador. Esta misión la cumplió todos los días hasta su muerte: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió... Ahora me voy al que me envió” (Jn 4,34; 16,5).


3. Para que una vez vuelto al Padre tuviésemos un memorial de su existencia entre nosotros, que nos recordase permanentemente su misión al mundo y cuál debe ser la nuestra en él, Cristo nos dejó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre en el pan y vino consagrados. Éste es su existencia humana en su momento máximo cuando se entrega a la muerte por amor a nosotros. Por ello el apóstol San Pablo, después de recordar el gesto de Jesús en la última cena, comenta: “Y así siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva” (1 Co 11,26). Entendámoslo bien. “Proclamar la muerte del Señor” se refiere no sólo al último momento temporal de la vida terrena de Jesús. Significa proclamar toda su existencia cotidiana vivida momento a momento en el amor a Dios su Padre y a los hombres sus hermanos. Y que por ello, llegado el momento supremo, no titubeó en ofrendarla del todo a Dios y al prójimo: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”; “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,34.46). Bien podemos decir que el sacramento de la Eucaristía, que lo es de la muerte de Cristo por nosotros, lo es también de su existencia cotidiana en la tierra.



III. LA EUCARISTÍA: NUESTRO PAN COTIDIANO


4. De lo dicho proviene que la conciencia cristiana haya interpretado que “nuestro pan cotidiano”, que pedimos en la oración del Padre Nuestro, sea no sólo el pan material que necesita nuestro cuerpo, sino sobre todo el “pan sustancial” (Lc 11,3) del Cuerpo de Cristo que necesita nuestro espíritu.

De allí, una serie de expresiones religiosas originadas en torno al sacramento de la Eucaristía. Por ejemplo: la celebración diaria de la Misa. La mayoría de los sacerdotes no se contenta con celebrarla el Domingo. La celebración diaria es para ellos mucho más que una costumbre adquirida en el Seminario, o el cumplimiento de un deber pastoral en favor de la comunidad. El día que no celebran la Misa se sienten peregrinos famélicos faltos del pan sustancial, como le sucedió al profeta Elías (1 Re 19,1-8). Y lo mismo les acontece a muchos fieles.

De allí, también, otras prácticas surgidas a lo largo de la historia. Por ejemplo, el sagrario para la reserva del Cuerpo de Cristo para llevarlo como viático a los enfermos. Y también la Capilla del Santísimo Sacramento como lugar de oración silenciosa. Allí el hombre que peregrina en medio del tráfago de las ocupaciones diarias encuentra un oasis para serenar su espíritu y orar, como lo hacía Jesús en la montaña o en el huerto. Una pregunta que debemos hacernos hoy los pastores es: ¿cómo en un clima de tanta inseguridad y robo que no deja a salvo nada, ni siquiera el Sagrario de nuestras Capillas, hemos de garantizar a los fieles el derecho a acceder a ellas durante el día para orar?

De allí, también, la hermosa costumbre de la Visita frecuente al Santísimo Sacramento, hoy en franco retroceso.



IV. EL CATEQUISTA Y LA EUCARISTÍA


5. Hoy realizamos el XI Encuentro Arquidiocesano de catequistas. Lo hacemos cada año el domingo más cercano a fiesta del Papa San Pío X que fue un gran catequista. Es siempre una hermosa ocasión para agradecer a Dios por el don inapreciable que nos da de cultivar la fe y el amor a Cristo Jesús en el corazón de nuestros hermanos. Y a la vez para estimularnos mutuamente a perfeccionarnos en este eximio arte espiritual y pastoral, y a perseverar en nuestra misión.

En vísperas del X° Congreso Eucarístico Nacional todos los catequistas deberíamos preguntarnos ¿cómo educamos los sentimientos de nuestros catecúmenos con relación a la Eucaristía? ¿Les enseñamos a reconocer el Sagrario en el templo? ¿A hacer la genuflexión? ¿A hacer un momento de adoración delante de él? ¿A comulgar debidamente, con preparación interior y exterior? ¿A apreciar los momentos de silencio durante la liturgia?

¿Y por qué no preguntarnos todos, pastores y fieles, con sinceridad, si el empantanamiento que con frecuencia sufre nuestra acción pastoral –tantos esfuerzos que parecieran en vano– no se debería a una merma de la devoción eucarística?

 

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo