XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 1, 39-56: Eucaristía: reconciliación y solidaridad
Autor: + Mons. Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo emérito de Resistencia, Argentina


Mensaje dominical de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo de Resistencia
15 de agosto de 2004 - Vigésimo domingo durante el año



I. “EUCARISTÍA: RECONCILIACIÓN Y SOLIDARIDAD”


1.
En la oración preparatoria del Congreso Eucarístico, después de pedir a Dios el don de “la reconciliación en nuestra sociedad herida por la división y el desencuentro”, pedimos “la auténtica solidaridad con quienes están más heridos a causa de la injusticia y de la pobreza”. De esta manera se ponen en evidencia dos de las necesidades más sentidas en nuestra Patria: la discordia y la pobreza creciente. Pero sobre todo se pone de relieve la profunda relación que hay entre los dones que le pedimos a Dios: “reconciliación y solidaridad”. Si los vicios van juntos, también van juntas las virtudes. De allí, el lema del Congreso: “Eucaristía: reconciliación y solidaridad”.



II. LA SOLIDARIDAD, ACTITUD COTIDIANA


2. Con frecuencia reducimos la solidaridad a la reacción instintiva ante el otro que se encuentra en grave necesidad. Por ejemplo, durante las inundaciones de 1998, la actitud del pueblo argentino que acudió en ayuda del Chaco con prontitud y generosidad extraordinaria, de lo cual quedaremos por siempre agradecidos. Fue una señal de salud. Sin embargo, a pesar de su nobleza, señales como éstas son insuficientes. Indican que el ser humano no está muerto en su egoísmo, y que retiene la capacidad de alcanzar un nivel de salud mejor.

Como la palabra “solidaridad” lo indica, ésta es algo sólido, permanente, cotidiano. Juan Pablo II la describió así: “Ésta no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Es la determinación firme y perseverante en empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS n° 39).


3. Vale la pena subrayar esta definición: “determinación firme y perseverante en empeñarse por el bien común”. Si bien en las situaciones extremas (incendios, terremotos, inundaciones) se muestra si la solidaridad todavía existe, el banco de prueba de su calidad es lo cotidiano. Por lo mismo, los ámbitos normales de la solidaridad son la familia, el trabajo, la vida diaria en la sociedad, tanto civil como eclesial. Es decir, aquellos en los cuales se busca permanentemente el bien común; o sea, el bien de todos y cada uno. Es allí donde mostramos que somos verdaderamente responsables de todos. Porque la solidaridad tiene que ver fundamentalmente con esto. No estamos llamados a ser como Caín, que pretendió lavarse las manos preguntando “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9). Los seres humanos somos, ante todo y por sobre todo, hermanos. De lo cual brotan graves responsabilidades. De allí, que no podemos quedarnos indiferentes ante ningún ser humano caído. Y también nuestra oración por “la auténtica solidaridad con quienes están más heridos por la injusticia y la pobreza”.



III. LA COLECTA DE HOY: SOLIDARIDAD Y GRATITUD


4. Hace diez años en la Arquidiócesis de Resistencia poníamos en marcha la Colecta por la Obra Evangelizadora, con la intención de que fuese expresión de nuestra solidaridad eclesial. Los mensajes dominicales para prepararla, publicados aquí, tuvieron amplio eco nacional. Y de manera imprevista fructificaron en el Plan Compartir para lograr el sostenimiento integral y permanente de la Iglesia argentina, aprobado por el Episcopado en 1997.

Más que hablar de este Plan, quiero recomendar una vez más la Colecta que hoy se realiza en todas las Iglesias de la Arquidiócesis. Y como San Pablo digo a todos: “Ya que ustedes se distinguen en todo, espero que se distingan en generosidad” (2 Corintios 8,7).

Pero, sobre todo, hoy quiero agradecer muy de corazón a todos los que contribuyen con sus talentos, tiempo y dinero a hacer posible la obra evangelizadora. Y lo hago con las palabras de los Obispos en la carta pastoral “Compartir la multiforme gracia de Dios” (1998): “Hemos de recordar con admiración y agradecimiento a tantos cristianos, varones y mujeres, que colaboran con desinterés en la Evangelización, poniendo al servicio de la misma sus capacidades y parte de su tiempo. Sin esta colaboración espontánea, multiforme, alegre y competente del Pueblo de Dios sería imposible comprender la vitalidad de nuestras Parroquias... No es fácil calcular el esfuerzo económico que el Pueblo de Dios hace para levantar sus capillas y salones comunitarios, construir la vivienda para los sacerdotes, pagar los servicios (luz, gas, teléfono, etc.) de las Parroquias, los sueldos de la secretaria/o parroquial y de los sacristanes, la asignación mensual a los sacerdotes. Además si midiésemos en términos económicos los tiempos y talentos que voluntariamente ponen en común tantos fieles, quedaríamos atónitos ante el aporte que el Pueblo de Dios ya hace a favor de la obra evangelizadora de la Iglesia. Si a esto añadiésemos una valoración económica de las contribuciones en especie, la admiración sería mayor. El dicho popular “que Dios se lo pague” tiene plena vigencia, y lo decimos de corazón a cuantos colaboran económicamente a la obra evangelizadora” (n°s 12 y 14)


IV. RELANZAMIENTO DEL PLAN COMPARTIR


5. El Episcopado, en la Asamblea del pasado abril, ha dispuesto realizar una Jornada durante el próximo Adviento para concientizar a todo el pueblo de Dios de la obligación que le cabe de sostener la obra evangelizadora de la Iglesia. Tal vez yo vuelva más largamente sobre este tema. Por hoy baste recordar algunos principios fundamentales para lograr una reforma económica de la Iglesia, que tienen sabor bíblico. Señalo tres. El primero, que todo cristiano, cada uno según su propia vocación y misión, ha de poner al servicio del Evangelio todo su ser, con sus talentos, tiempo y dinero. El segundo, que todo el Pueblo de Dios (fieles y pastores) es corresponsable de financiar todas las necesidades de la obra evangelizadora. El tercero, que todo el Pueblo de Dios tiene derecho a conocer el destino de las ofrendas que hace.

 

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
Fuente: AICA.org con permiso del Sr. Arzobispo