XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 15, 1-32

Aprendiendo a ser Padres 

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lc 15, 1-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:
"¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido."
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
"¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»



APRENDIENDO A SER PADRES

Cuando conocemos tan bien un pasaje como el evangelio de hoy, tenemos la tentación de pasar sobre él rápidamente y remitirnos a tiempos anteriores en los que este ejemplo que Jesús no pone, ya nos hizo tanto bien que es difícil que hoy pueda convertirnos un poco más.

Lo primero que hemos aprendido de este relato es que no acertamos a ponerle bien el título y, sin embargo, el título es la síntesis de todo el contenido. Por eso cuando le hemos llamado la Parábola del Hijo Pródigo hemos fallado en lo fundamental. Porque lo que Jesús quiere resaltar aquí, por encima de todo, es el perdón del Padre. Pero PERDÓN con mayúsculas. Perdón que incluye alegría por la vuelta del hijo, fiesta grande que merece la celebración gloriosa de banquete, baile y fiesta; casi, casi de echar la casa por la ventana.

Durante muchos siglos nosotros hemos puntualizado como aspiración mayor y meta única el arrepentimiento del hijo que se fue de la casa. El arrepentimiento es necesario pero es solamente el cauce, el camino para el abrazo generoso del Padre; y el abrazo (¡sin castigo!) sí que es el colofón sublime del relato.

Otra cosa que constatamos ahora es que se nos hablaba nada más que del hijo pequeño para que nos reconociéramos en él (cosa que debemos seguir haciendo muy a menudo) y pidiéramos perdón. Pero, sin embargo, hemos resaltado muy poco la actitud nefasta del hermano mayor que siempre estuvo en casa, muy cumplidor de normas pero normas incapaces de infundir amor y perdón Experimentamos que es más fácil parecernos al hermano mayor: que juzga a los demás como hijos y hermanos malos, que reconocerse en el ‘hijo pródigo’, pecador. Cuando actuamos de ‘hermanos mayores’ nos olvidamos que lo que quiere el Señor de nosotros es que aspiremos a tener las actitudes del Padre bueno que siempre perdona.

Éste es el evangelio de hoy y el protagonista principal: “el Padre Bueno”.

Todos, en alguna época de nuestra vida o repetidamente, nos hemos sentido hijos pródigos reconociendo nuestros pecados y abandonos de la Casa del Padre Bueno; con leer o recordar esta parábola hemos tomado conciencia de nuestra debilidad. Esta actitud es el primer paso para llegar a lo que Dios quiere en nuestro proyecto de vida: SER COMO EL PADRE que perdona siempre. Siempre que adopto actitudes de juicio o sentencia negativa sobre los demás entro en la vía muerta del hermano mayor: cumplidor de normas pero incapaz de comprender y perdonar las debilidades o fallos de los demás; incapaz de perdonar, incapaz de amar.

Todavía es peor esta manera de ser cuando se toma la semejante actitud con respecto a los propios hijos, olvidando que las características esenciales de la paternidad o maternidad son el perdón, la comprensión y la espera sin límites hacia todos, pero de manera especial hacia los propios hijos. Ahondando en todos estos sentimientos y realidades que afloran en esta enseñanza de Jesús de Nazaret podemos concluir que tiene un sabor agridulce, que la historia no termina bien, no tiene un final feliz porque aunque el Padre perdona y el hijo menor se arrepiente, aquel hijo mayor que se creía bueno, puro, recto y cumplidor fue incapaz de perdonar; no quiso ni entrar a la fiesta de la reconciliación. Más que todas las normas cumplidas (que está bien), lo que más deseaba el Padre es que aquel hijo con complejo de bueno se uniera a la fiesta del regreso de su hermano.

Todos llevamos dentro de nosotros la tentación de escape que tiene el hijo que se marcha… Pero cuando nos alejamos de la Casa Paterna el vacío nos delata y el remordimiento (antes o después) nos hace volver (incluso a los que dicen que no van a volver nuca).

Mucho peor es cuando despierta en nosotros el hijo mayor cumplidor, incapaz de amar y por lo tanto imposibilitado para perdonar, caemos en una tibieza existencial que nos hace miopes de corazón tapando nuestra conciencia con cumplimientos estériles pero a millones de kilómetros del corazón del Padre aunque nos parezca que estamos viviendo en la misma casa.

Únicamente estamos cerca de Dios, del Padre, somos imagen y semejanza suya cuando descubrimos y ponemos en práctica que nuestro corazón está hecho para el amor y para el perdón. Entonces es cuando se nos puede decir como en los parecidos físicos: ¡Cuanto te pareces a tu Padre-Dios!