XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 12, 49-53.

Guerra y fuego para nuestro corazón

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 12, 49-53.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojala estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»



GUERRA Y FUEGO PARA NUESTRO CORAZÓN

Le daba la razón a todo el mundo. Su opinión era la del último con quien había hablado. En un principio era una persona que le caía bien a todo el mundo pero cuando la conocían un poco más era para todos un ser deleznable porque lo único que quería era ser bien considerado por todos, y, justo conseguía lo contrario: nadie lo soportaba; era como un ser sin consistencia, vendido a la última opinión: mitad pelota, mitad simple.

En nuestra vida nos toca contrastar nuestras opiniones y valoraciones. La verdad no la tiene nadie en propiedad; yo tampoco. Sólo Dios. La verdad la vamos descubriendo y viviendo entre todos pero eso no significa que los demás piensen o decidan por mí.

En el evangelio de hoy puede ser que Jesús nos escandalice a primera vista: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojala estuviera ya ardiendo! … ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división…” .

Estas palabras del Señor no nos escandalizan sino que nos fortalecen, porque es el mismo Jesús que ha dicho y proclamado a los cuatro vientos que nos deja la paz, que nos da la paz, que trabajemos por la paz. En otros apartados nos habla de vivir unidos, de ser uno.

El tema profundo es: de qué paz se trata, porque hay dos tipos de paz: la paz de los cementerios o de las personas pusilánimes, amorfas, que se dejan llevar de la opinión de todos, que a todos dan la razón; la paz de la buena comida, de no meterse con nadie pero tampoco implicarse en nada… esa paz que nos lleva a un estado de letargo que termina en el vacío.

El otro tipo de paz es la que proclama el Señor. La paz que cuesta sangre y esfuerzo. La paz del compromiso, la paz de la lucha por ser fiel a Dios y a mí mismo. La paz de los mártires de nuestra diócesis y de todos los tiempos y lugares capaces de dar su vida por Dios y en el mismo instante de morir, perdonando (para perdonar hay que luchar mucho contra el yo) a los que disparan contra ellos; la paz que llena de serenidad al paciente en medio de la enfermedad incurable; la paz de la persona que después de haber terminado su carrera brillantemente dice que quiere ser sacerdote o religiosa y deja todo, y se hace la guerra a sí misma y logra que estalle en su corazón y en su conciencia la paz que llena de sentido su vida; la paz de la persona herida que esboza una sonrisa franca frente al que sabe que lo está criticando...

Dime tú si esto no requiere lucha. Seguro que estás en alguno de los casos en lo que la fuerza de la gravedad natural de la ofensa te llevaría hasta la venganza, el desaire, el desprecio, el resentimiento, o, simplemente, el hecho de pasar, de ignorar al que te ofende… Y sin embargo te sientes más libre cuando te haces la guerra, y, aun llevando razón, eres capaz de no pasar factura al otro del daño que te ha hecho, y pides al Señor la fuerza para perdonar…

Para lograr estas actitudes necesitamos el fuego del Espíritu para que prenda en nosotros toda comodidad y conformismo, todo deseo de ser alabados y de ‘caer bien’ por encima de todo.

La vivencia de este fuego y de esta guerra a todo lo negativo de nuestra fe, de nuestra vida personal o comunitaria en coherencia, nos va a ocasionar en bastantes ocasiones división y contradicción en la misma familia o en los círculos más cercanos: cuántas veces el hecho de manifestarse como creyente, o partícipe de la Eucaristía, o persona de Iglesia, provoca rechazos, frasecitas de doble sentido y rechazo. En este momento de nuestra sociedad, tanto a nivel social como político, cuando vemos que se ridiculiza todo lo sagrado, lo cristiano… manifestarse como creyente ya es una manera de vivir la división y la guerra en nuestra propia carne.

San Pablo nos da la clave: como el atleta sin desanimarse por el cansancio… “fijos los ojos en Cristo”. Pues ya lo sabemos. Porque si fijamos los ojos en los demás querremos halagar o caer bien. Si fijamos los ojos en Él nos irá inundando de esa PAZ que solamente Él puede dar. Una Paz que no viene de fuera, de la opinión de los otros. Como dice la canción (y la tarareo mientras termino esta página) ‘se siente una paz tan grande que nace dentro, muy dentro, donde crece el Amor, donde nos esperas Tú’.

Y esta paz irá contagiando a los que nos rodean cuyas características principales son: transparencia, sinceridad y, como fruto de nuestra lucha: exigentes con nosotros mismos y comprensivos con los demás.