XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 12, 32-48.

Mirando la foto del Carné de Identidad

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 12, 32-48.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió más se le exigirá.»



MIRANDO LA FOTO DEL CARNÉ DE IDENTIDAD

Me llamaron los vecinos comentándome que hacía algún tiempo que no habían visto a mi tía (una tía lejana por parte de mi abuela). Tuvimos que forzar la puerta y constatamos que estaba muerta. Cuando llegaron la funeraria y el juez pidieron su carné de identidad. Me costó encontrarlo y cuando lo tenía en mis manos no tuve más remedio que sonreír pues había quitado su foto del documento y había puesto otra de cuando tenía 18 años. Total la diferencia era solamente de 63 años. Es la caricatura de lo que hacemos cuando no aceptamos ni asumimos el paso del tiempo: cambiamos la foto, nos ‘quitamos’ años, cirugías o lo que sea…

Dios no es un padre tremebundo o aterrador. Él, que nos ha dado la vida, quiere que la disfrutemos y que seamos felices y hagamos felices a los demás, de verdad. Muchas personas cuando descubren que Jesús habla muy a menudo en el Evangelio, del final de esta vida pasajera (paso ineludible para la Vida definitiva) sienten como si la palabra de Dios fuera catastrofista. No. Lo que hace es que nos da un baño de realismo y cuanto más constatemos esta realidad mejor viviremos.

La realidad de nuestra vida tiene aspectos intocables. El primero es ése que vuelvo a resaltar: que no vamos a estar aquí eternamente. Conforme vamos siendo mayores parece que el tiempo vuela más a prisa. Sabemos que en cualquier momento podemos presentarnos ante Él, volveremos a sus brazos (de donde salimos). Pero esto no es catastrofismo, esto es un alegrón. Alegrón porque sé, y he constatado a lo corto (¡qué corta se me ha pasado!) de mi vida, que mi existencia tiene sentido si me siento en las manos de Dios.

El segundo aspecto al que nos anima el evangelio de hoy, es que eliminemos el temor (“no temáis pequeño rebaño…”). Claro: el temor surge cuando vivo olvidando que voy de camino, de paso.

Entonces siento la enfermedad como una amenaza que me quiere arrebatar lo que tengo. Esto es lo que vive el hipocondríaco. Además siento la arruga y las debilidades que van surgiendo en mi cuerpo, como un péndulo inexorable que quiero detener y me defiendo con ropa juvenil para disimular mis años, o con potingues faciales o estéticos, aunque en algún momento me tocará rendirme a la evidencia de mis años. Ese temor como de pérdida puede llegar a provocar angustia hasta por verme e el espejo o al observar mi foto en el carné de identidad.

Un tercer aspecto que se deduce del evangelio de hoy es que como vamos de camino, Jesús nos da otra vez recetas parecidas a las del domingo pasado: “Dad limosna; haceos un tesoro inagotable en el cielo , adonde no se acercan ni los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

Si me apego a las cosas es porque confundo la meta por el camino. Me paro a medio camino y me anclo en mis deseos de riqueza, en lo que tengo y en lo que ansío.

Me contaba un africano: “Yo cuando vivía en África no tenía problemas de depresión porque con encontrar un poquito de comida ya era feliz; disfrutaba más de todas las cosas y tenía mejores relaciones con los demás; con muy poco me bastaba y hasta me sobraba. Ahora que tengo más dinero, más ropa, más comida, más que nunca he tenido… tengo problemas de depresión…, no soy feliz”.

Estoy seguro que hace unos años este africano, ni conocía la palabra depresión. Con todo su recital existencial estaba sirviendo de ejemplo al Evangelio de hoy: Jesús nos habla de vencer los miedos, nos anima a estar vigilantes y que vivamos siempre alerta. El peligro más grande que tenemos es que nos volvamos ambiciosos o nos dejemos llevar por la codicia. Jesús sabe que la ambición y la codicia hacen al hombre adicto y cuanto más quiera poseer para sí, más arruina su corazón y hasta su dignidad. Por eso la insistencia en que estemos alerta, vigilantes.

No, no está en contra de los bienes materiales pero sí está en contra de que a los bienes materiales les demos nuestro corazón o sean lo principal en nuestra jerarquía de valores. Algunos bienes materiales nos hacen falta para el camino y para ayudar a los demás pero no son la meta.

Para constatar si hay, o no, ambición o codicia en mi vida, me sirve la frase de Jesús: “ Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Nuestro corazón es el que marca la pauta: está en libertad, comparte generosamente y tiende a Dios como riqueza principal… o busca atesorar riquezas, poder, etc., ciego de sí mismo, sin darse cuenta que va de camino y a su lado hay personas a las que debe dar la mano y por las que pasa su felicidad.