XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lc 11, 1-13.

Orar y contagiar

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lc 11, 1-13. Orar y contagiar

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos."
Él les dijo: "Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."
Y les dijo: "Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle."
Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos."
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
did y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?
¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?"


ORAR Y CONTAGIAR

Cuando vemos a alguien que se cree lo que hace nos da gana de hacer lo mismo. Cuando observamos a un pintor que pinta como sacando de dentro del lienzo los dones que lleva, nos anima a mezclar colores o emborronar un folio o un lienzo intentando dibujar algo, buscando que se parezca a lo que pensamos. Lo mismo pasa con la poesía, con el deporte, con lo que sea: la persona que vive con ilusión lo que hace, convence y contagia.

Debemos revisar continuamente nuestra manera de orar porque algunas veces nuestras oraciones comunitarias (contestaciones en la Eucaristía o rezos del Rosario en las iglesias) tienen un soniquete rutinario que más que animar a unirse te espantan o te distancian.

En el evangelio de hoy Jesús está orando y los apóstoles al verlo desean hacer lo mismo: orar; por eso le piden a Jesús que les enseñe a orar. Creo que es la enseñanza mayor del evangelio de hoy; me atrevo a decir que más importante que la misma oración del Padre Nuestro (que es el segundo paso).


Pero el primer paso es fundamental: contagiar las ganas y el deseo de orar.
Orar no es un pasatiempo o una cualidad para una actividad concreta. Orar es una necesidad del alma, del espíritu, de todo nuestro ser. ¡No, por Dios; no digas eso: que es una obligación! Si para alguien es una obligación no ha descubierto lo que es el amor a Dios ni el amor de Dios, ni por supuesto, la oración. Si estoy sin respirar, muero en muy poco tiempo; si no como, me debilitaré y antes o después moriré. Lo mismo pasa con la oración: si prescindo de la oración iré muriendo poco a poco, padeceré una anemia que si no le pongo remedio Dios dejará de contar en mi vida, y si Dios no es el centro de mi vida terminaré por echarlo y una vida sin Dios no tiene sentido pues la muerte estará siempre en el horizonte como un desenlace fatal. Sin Dios… todo vale. Que es lo mismo que decir: sin Dios nada vale la pena.

En la primera comunidad cristiana: la gente veía en aquellos seguidores de Jesús unos hombres y mujeres ilusionados, capaces de prescindir del dinero, de cambiar de vida, perseverando en el sentimiento comunitario y en la oración. Iba creciendo el número de cristianos a pesar de las persecuciones: ¡contagiaban la fe porque creían de verdad!

Claro, ahora la pregunta viene sola y ya te la estás haciendo como me la he hecho yo: ¿Habré animado a orar a alguien a lo largo de mi vida con mi ejemplo: con mi convencimiento, por mi entrega generosa en el silencio, en la quietud?
Igual que el tema más cantado es el amor y no por eso hay más amor, del tema que más se habla y del que más artículos hay en revistas de teología y similares es la oración. ‘Cada maestrillo tiene su librillo’ y todos nos sentimos capaces de aconsejar. También en esto hay modas: unas veces las tendencias se encaminan al estilo Taizé, otras veces se habla de las fuerzas interiores con mezclas de sectas, nueva era, el karma o los mantras, etc. Algunas de estas cosas son simples acomodos para agarrarse a todo y no engancharse a nada que me comprometa o cambie mi vida.

Aquí entra Jesús cuando nos pone como modelo de oración el Padre Nuestro: encierra un compromiso personal gozoso, una manera de ser dependiendo de la voluntad de Dios en todo momento, haciendo de toda la vida una alabanza continua que tiene como origen el amor que me hace llamar a Dios: Padre.
Los frutos o las consecuencias de ese amor al Padre es que confío en Él hasta para conseguir el trabajo y el pan, pero sobre todo para pedirle su perdón y perdonar, porque ésa es su voluntad en mi vida.

Orar así es descubrir la necesidad que tenemos de Dios, del Dios cercano que es Padre (más cercano no puede ser). Orar con el Padre Nuestro es descubrir las verdaderas razones para vivir, para trabajar, para amar, para esperar, para darse a los demás. Orar no es una acción concreta que hacemos de vez en cuando; orar es nuestra manera de ser.

"Tu deseo es tu oración” decía San Agustín. En nuestra búsqueda de espacios de interioridad, del ‘gran silencio’, de encuentros con el Señor manifestaremos el deseo que tenemos de Dios. En la situación actual por la que atravesamos, si no somos personas convencidas de la necesidad y práctica de la oración confiada en nuestra vida, nos debilitaremos hasta la anemia espiritual. Y por supuesto no seremos estímulo para nadie.