XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 10, 38-42.

Qué alegría: ¡No soy importante!

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 10, 38-42.

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.»
Pero el Señor le contestó:
«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»



QUÉ ALEGRÍA: ¡NO SOY IMPRESCINDIBLE!

No hay cosa más tonta que sentirse imprescindible. Cuando nos entra el sentimiento de ser necesarios hacemos el ridículo y todos se dan cuenta menos nosotros. En el corazón de Marta (como en el de todos nosotros cuando actuamos así…) debía haber como un complejillo de inferioridad y ella necesitaba decir que trabajaba mucho y que a ella le tocaba toda la faena en su casa: limpieza, comida, orden, organización. Estas actitudes son las peores que podemos manifestar cuando invitamos a alguien a nuestra casa, porque el invitado se sentirá mal al momento: pensará que es un estorbo y que ha venido a dar trabajo a los demás. Se producirá, entonces, una situación incómoda.

En el evangelio de hoy dos hermanas invitan a Jesús a comer. Debía haber bastante gente más en aquella invitación. Una de las hermanas (María) está embobada por las cosas que Jesús cuenta: enseña, catequiza, anima… La otra hermana (Marta) trabaja mucho, va deprisa, se afana en que la comida esté preparada. Hasta ahí todo bien. Jesús no dice nada. Ya habrá tiempo para que Marta escuche, quizá en la sobremesa...

Pero, amigo, el protagonismo de Marta despierta y empieza a reclamar plano, agradecimientos, aplausos. Se dirige al mismo Jesús recriminando la postura de su hermana que está embobadica con las enseñanzas de Jesús y la acusa de que no le ayuda a preparar mesas, platos o asientos. En esta situación Jesús se tiene que decantar claramente: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán”.

Es una tentación muy corriente la de buscar reconocimiento a lo que hacemos: como Marta no se cree reconocida, le arroja a su hermana los latigazos de su trabajo y lo hacendosa que es ella. Es una manera infame de buscar el halago de los demás. En ocasiones buscamos campos en los que podamos sobresalir para que se nos valore y si no lo logramos arremetemos contra quien sea para hacer notar nuestra valía.

Cuántas veces las quejas que expresamos hacia otras personas son una manera de reclamar la atención sobre lo que nosotros hacemos, como hace Marta.

En este momento es cuando Jesús tiene que valorar que es lo mejor en nuestra vida. Claramente defiende a María porque ha escogido “la mejor parte”.

La mejor parte no es preparar mejor la mesa, ni sacar los mejores manteles o la vajilla de Bohemia. La mejor parte en estos momentos es acoger y escuchar. No en vano ha dicho Jesús antes: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Ahora la boca de Dios está hablando en el calor de la acogida y de la amistad. María no se pierde ni una letra de este mensaje y Mensajero que hoy tiene la suerte de escuchar de cerca.

Cuando tenemos alguna reunión con catequistas o con cualquier grupo de pastoral preferimos sitios donde nos podamos ver y escuchar todos porque hemos comprobado que vale más una comida austera en la que nos podamos escuchar y entender que un festín suculento en un sitio donde es imposible oírnos.

Un famoso entrenador de fútbol tuvo que vivir casi un año en un hotel, hasta que pudo llegar la familia. Me impresionó lo que dijo en una entrevista: “La vida en un hotel es muy triste”. Lo más curioso es que era un hotel de cinco estrellas. Pero, claro, lo comprendemos porque la tristeza de aquel hotel era lo que Marta podría ofrecer: organización, lujo y buenos alimentos. Pero le faltaba lo esencial: la comunicación cordial, la escucha, sentirse en su casa y no de visita.

El evangelio de hoy es un canto a la escucha de Jesús. ¡Claro que sí! Es también un canto a la vida contemplativa, una alabanza al místico que todos llevamos dentro. También dentro de nosotros está el hiperactivo que se afana en hacer, hacer y hacer hasta el aburrimiento.

Todos los días debemos buscar ese espacio de silencio, de oración y de quietud. El domingo es día de escucha de la Palabra de Dios, es tiempo de pacificación; es momento de dejar las faenas de siempre para contemplar la familia, para saborear ‘lo inútil’, lo que no da dinero; es tiempo de dejar pasar el tiempo saboreando la amistad, la lectura de un buen libro, el amor de la madre anciana, la visita al enfermo, (siempre es tiempo para esto). Como dice el Señor, para no andar inquieto y nervioso, con la actitud embobadica de María: “escoger la mejor parte”. ¡Ah! y comprobar, de paso, que no somos imprescindibles.