XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 10, 25-37.

Ponte en su lugar y... "Haz tu lo mismo"

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 10, 25-37.

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?"
Él le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"
Él contestó: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo."
Él le dijo: "Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida."
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?"
Jesús dijo: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?"
Él contestó: "El que practicó la misericordia con él."
Díjole Jesús: "Anda, haz tú lo mismo."


PONTE EN SU LUGAR Y… “HAZ TÚ LO MISMO”

El sacerdote y el levita nos dan nauseas en la parábola de hoy. Jesús nos pone a estos dos personajes como prototipo de lo que no hay que hacer. A lo mejor en lo suyo eran expertos pero en lo que Dios les pedía no quisieron responder: se escaquearon, pasaron de largo.

El sacerdote y el levita eran especialistas en normas, leyes y preceptos, pero las fuentes de la misericordia y del amor se les habían secado. Allí tenían ante sus ojos, en la cuneta del camino, a un hombre tendido en el suelo, apaleado y medio muerto; pero ellos, por no contaminarse con la sangre, dieron un rodeo y evitaron la ayuda que le podían haber brindado. ‘El buen samaritano’, que era como un ser inferior y despreciable para los judíos, es el que respondió ante el herido como Dios manda: con misericordia y con ternura.

Jesús nos pone hoy en el evangelio este ejemplo para que aprendamos a descubrir a nuestro prójimo y la única manera de responder a sus necesidades: implicándonos con afecto y dedicación.

Refiriéndose al sacerdote y al levita, la expresión que emplea el Señor para caricaturizar la postura evasiva de los dos es: ‘dio un rodeo y pasó de largo’. Sin embargo es larga la lista de acciones concretas que debe tomar ‘el buen samaritano’ para hacerse cargo del prójimo: “le dio lástima, se acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, lo cuidó”, pagó los posibles gastos futuros… etc. Una vez concluida la narración, Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “anda, haz tú lo mimo”.

En las cunetas de todos los caminos y calles de nuestros pueblos y ciudades se lamentan hoy los heridos y apaleados de la sociedad: ancianos, niños, mujeres, hombres, negros, drogadictos, bolivianos, alcohólicos, rumanos, enfermos, el vecino de abajo, el preso, el moribundo…, y nos muestran sus llagas que claman al cielo en son de lamento, llanto y denuncia. Al verlos, cada uno de nosotros tomamos postura, y se repite la misma historia que en la parábola: podemos dar un rodeo y pasar de largo, hacernos artistas en el regate, en esquivar las situaciones que me pueden complicar la vida; llegamos a ser maestros en la retórica dando lecciones de lo que deben hacer los inmigrantes, los ancianos solos o los drogadictos; pero eso sí: sin moverme de mi sitio y sin hacer nada por nadie; a lo sumo, dando una pequeña moneda si la situación se pone un poco pesada.

Gracias a Dios todos conocemos también a muchas personas buenas, como ‘el buen samaritano’, capaces de dar y de darse, de complicarse la vida por los demás.

Yo creo que un buen ejercicio mental que nos ayudará a entender lo que tenemos que hacer con cada persona, en cada caso concreto es: ponerme en su lugar. Muchas veces no nos ponemos en el lugar de esa inmigrante empleada de hogar que tenemos en casa, al escamotearle el sueldo o al exigirle más de lo que debemos. Si yo me pusiera en su lugar, me gustaría sentir aceptación y que no me trataran como un ser inferior, de otra categoría. Otras veces puede ser también la inmigrante que se aproveche de una situación de soledad de algunos mayores para engañarles. Ponerme en el lugar del trabajador que trabaja conmigo en la fábrica o en el campo es hacerme partícipe de sus necesidades y anhelos. Sacar tiempo para visitar personas que sé que necesitan ayuda o conversación es poner el aceite y el vino del consuelo sobre las llagas de la soledad y del desamor.

Si me pongo en su lugar nunca daré limosna en la puerta de la Iglesia o en medio de la calle sino que me preocuparé, me interesaré y haré lo posible por acercarme a él, curar sus heridas, capacitarlo para que se incorpore a la sociedad como uno más. Es posible que para lograrlo necesite dedicarle a esa persona más tiempo, más cariño y hasta más dinero, pero es la única manera que nos enseña el evangelio de hoy para tratar al prójimo. También así me daré cuenta que muchos (la mayoría) de los que piden en las puertas de las iglesias han hecho de esa ‘profesión’ su modo de vida y no son pobres sino mendigos por voluntad propia que han despreciado los puestos de trabajo que les han ofrecido y seguirán mendigando mientras que existan personas que los desprecien con una moneda en lugar de animarlos al trabajo, a sentirse útiles en la sociedad sin dependencias ni engaños.

Ya vemos que no se trata de dar una limosna en un momento concreto. La parábola de hoy nos anima a ser siempre como ‘el buen samaritano’, a tener esta actitud de por vida (como cristianos anónimos y como Iglesia de Jesús), porque no nos vamos a encontrar con el prójimo herido una sola vez sino que cuando crecemos en ternura, delicadeza y apertura al otro, estaremos más felices y contentos ensanchando nuestro corazón sin fronteras sabiendo que estamos cumpliendo los deberes que el Señor nos pone hoy: “ANDA, HAZ TÚ LO MISMO”.