II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Juan 2, 1-11.
La boda: ¿Negocio o Sacramento El matrimonio: ¿Emigración o invasión?

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Juan 2, 1-11.

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
“No les queda vino”. Jesús le contestó:
“Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”.
Su madre dijo a los sirvientes:
“Haced lo que él diga”.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo:
“Llenad las tinajas de agua”.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
“Sacad ahora y llevádselo al mayordomo”.
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
“Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”.
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.


LA BODA: ¿NEGOCIO O SACRAMENTO? EL MATRIMONIO: ¿EMIGRACIÓN O INVASIÓN?


Las bodas en muchas culturas y épocas han sido (en la actualidad pueden serlo también) negocios redondos. Una boda podía ser un medio de buscar mano de obra barata para hacer comidas, lavar ropas, saciar pasiones. En otros casos, unirse en matrimonio ha sido el medio de incrementar herencias, patrimonios, reinos o fortunas. Y como a todos estos negocios o apaños se unían las palabras sagradas de “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre…”, pues ¡negocio redondo!, atado y bien atado; o lo que es lo mismo ricos o desgraciados para siempre. A cualquier cosa le hemos llamado matrimonio cuando lo que de verdad se ha conseguido o se ha logrado ha sido: el apaño forzado por los padres, intereses mezquinos, engaños manifiestos, etc. Pero lo que se dice sacramento del matrimonio, matrimonio… pues no; nunca lo hubo. Aquello no fue un sacramento fue carne de nulidad destinada a la soledad, al sacrificio y a las lágrimas.

Cuando Dios está, de verdad, en lo más profundo de cada persona hay plenas garantías para que el amor conyugal aumente, perdure, progrese con los años y sea más fuerte que la muerte. Si Jesucristo es el ‘invitado’ principal de la boda y de la vida no habrá ningún obstáculo invencible. No, esto no es una consideración piadosa. Jesucristo es la persona menos discutida y más deseada como ideal que todo el mundo sueña con tener a su lado: ayuda inseparable, respeta libertades, sensible hasta el hondón del alma, fomentador de ideales y de sueños que Él hace posibles, pasa desapercibido, empuja desde dentro, anima en todo momento, enemigo de la mentira y de la falsedad porque Él es el amor, la verdad y la vida. Es el único que ama de verdad, desinteresadamente, y, desde esa actitud, potencia amores, nos llama a todos al amor.

Por eso cuando un hombre y una mujer se aman con el amor que viene de Dios es imposible que convivan con otras falsificaciones del amor: intereses, negocios, materialismos, riquezas, egoísmos.

Pero de esta historia lo más cierto es que Él quiere estar con nosotros para colmarnos de sus dones y para hacer que nuestra entrega triunfe por encima de todos los materialismos y apariencias; para hacer posible que nunca falte el agua de la rutina para transformarla en el vino del amor permanente. El sacramento del matrimonio es confesar públicamente que queremos que en nuestra boda el protagonista sea el Señor que fomentará nuestro amor.

Jesús estaba en aquella boda de la que no conocemos ni el nombre de los novios porque el evangelista quiere resaltar que lo más importante era que estuvieran Jesús y la Virgen. Gracias a ellos, una situación que hubiera llevado a una situación de ridículo a los contrayentes (pues el hecho de que faltara el vino en una fiesta que duraba varios días dejaba a los novios en mal lugar), por la intervención de la Virgen, Jesús la subsana de una manera que nadie se da cuenta.

En todos los relatos evangélicos lo material es siempre signo de lo espiritual. Podemos interpretar el vino como el signo del amor o de lo que queramos. Pero fijándonos simplemente en el detalle nos damos cuenta de que con Jesús haremos siempre la opción mejor. Él es capaz de transformar hasta ‘el lamento en danza’.

Es necesario entender bien que al hablar de fe y de presencia de Jesús en la vida matrimonial (y en toda vida cristiana) no hablo de catecismos y de oraciones solamente. Es posible que algún marido o mujer digan que son creyentes porque practican ritos o rezos y dicen que creen. La fe en Jesucristo y su presencia se demuestran en la vida familiar en forma de diálogo y presencia continua. Comparten ambos fe y vida: tutorías de los hijos, oración y eucaristía; viven a fondo común los dineros y las responsabilidades y, como dice el libro de los Hechos: nadie llama a nada ‘suyo’ del dinero o de los bienes que tienen porque todo es de todos de manera transparente. Aprenden a valorar el trabajo de la casa, los deberes de los hijos, la lavadora, la cocina y la plancha… y también son responsables en el otro trabajo, que es menos importante pero es el que permite comprar, comer y vestirse.

Mirar el matrimonio, la vida y la familia desde Dios es moverse en la dinámica del amor no conseguido plenamente, pero en constante realización. Es el continuo esfuerzo afectivo y efectivo del programa diario por realizar.

Este domingo, día de la emigración podemos afirmar también que el amor verdadero es la primera emigración gozosa y con futuro prometedor. Dios lo ha preparado para el hombre y la mujer y así lo describe: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre…”. Dejar padre y madre, dejar familia y suelo es apostar plenamente por salir de sí mismo, hasta del yo más hermético y abrirse al tú del otro en esa donación continua que se realimenta en el amor de Dios y de la otra persona amada.

Cuando el amor no es emigración, es amor falso, no es amor, es apego, es interés que se va convirtiendo diabólicamente en engaño en invasión.
¡Dios nos libre!