III Domingo de Adviento, Ciclo C

San Juan 3, 10-18.

Haz lo que tienes que hacer y saltarás de alegría

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Juan 3, 10-18.

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
"¿Entonces, qué hacemos?"
Él contestó:
"El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo."
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
"Maestro, ¿qué hacemos nosotros?"
Él les contestó:
"No exijáis más de lo establecido."
Unos militares le preguntaron:
"¿Qué hacemos nosotros?"
Él les contestó:
"No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga."
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
"Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga."
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.



HAZ LO QUE TIENES QUE HACER Y SALTARÁS DE ALEGRÍA

Todos le preguntamos a Juan Bautista: ¿Qué tengo que hacer yo?

Lo sorprendente es que lo que Juan responde no va por cosas extraordinarias sino que se ciñe al núcleo fundamental de la vida, a lo más sencillo, a lo que hacemos todos los días, a nuestro trabajo, a nuestra vocación, a lo que estoy haciendo ahora mismo.

Juan pide dos tipos de respuestas; una general y otra particular. La general es para todos: el que tenga dos túnicas o el que tenga comida, etc., que comparta. Después viene la exigencia particular a cada uno según su dedicación: a los recaudadores que no exijan más de lo establecido, a los militares que no se aprovechen de su situación para extorsionar…

Y aquella gente, que aún no han tenido la experiencia de Jesucristo, que no han escuchado las Bienaventuranzas, que todavía nadie ha dado la vida en la cruz por ellos…, aquella gente sigue a Juan, y sus palabras son motivo de conversión para todos.

Nosotros les llevamos ventaja y no la aprovechamos. Les llevamos ventaja porque además de contar con la predicación de Juan, tenemos la Palabra de Jesús en nuestras manos: vamos a escuchar su proclamación hoy; tenemos el testimonio de los apóstoles, de los santos y la cercanía de Dios en la Eucaristía y en nuestras vidas.

¿Qué tengo que hacer yo? Las respuestas son las mismas que entonces: Comparte con amor. Si tienes dos camisas, da una, si tienes dos casas, dos euros, dos panes, dos cosas materiales… ¡Comparte!

No hay vuelta de hoja ni otra manera de entender el Evangelio: estoy llamado a descubrir el gozo de compartir. Cuando comparto lo que necesito, lo que tengo (no lo que me sobra) estoy haciendo a los demás, hermanos. Si comparto sólo lo que me sobra estoy creando dos categorías de personas. La diferencia entre unos y otros no está en el exterior: situación social, raza, cargo…, sino en mi corazón. Es en el fondo de mi alma donde se da la acogida o la exclusión.

Los hermanos que necesitan mi ayuda son algo más que el camión del reciclaje o el cubo de la basura donde deposito o me quito de en medio la ropa que ya no me pongo, el juguete del niño que se queda anticuado.

Es un buen eslogan para todas las campañas parroquiales que hacemos en esta época: “El que tenga dos, que comparta de corazón”. La caridad es compartir, no es dar excedentes.

Todos somos ricos, todos tenemos algo o mucho para compartir. El dinero es necesario para paliar situaciones de marginación; pero además del dinero somos ricos en tiempo, en cualidades, en destrezas. Por eso tengo que compartir vida y tiempo con niños, ancianos, enfermos, marginados, comprometerme en la Iglesia, en lo que mejor me sienta dando algo de mí.

Juan Bautista marca otra actitud de conversión que responde a lo que hago en la vida, a la vocación, al trabajo, al rol personal: Dios nos pide a cada uno que hagamos bien lo que hacemos. A los medios de comunicación que vivan de la verdad, a los políticos que construyan la unidad y la justicia; a los curas que vivamos en el amor de Dios y demos nuestro corazón a todos pero buscando especialmente a los que no están en el rebaño, a los que faltan. A los padres les pide, que se quieran (no haría falta perdirlo…) y que prediquen con el ejemplo escribiendo las normas en el corazón con paciencia y creatividad... En esta lista estamos tú y yo con nuestra misión en la vida.

Cuando uno hace lo que tiene que hacer, su conciencia salta de alegría. Cuando actuamos en contra de nuestra conciencia, en el pecado llevamos la penitencia.

Ah! Nos falta un detalle que no siempre es fácil de cumplir: quitarnos de en medio y dejar el centro al que “es más grande que yo y al que yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”.

El centro de mi vida es para Dios. El protagonismo es suyo.

Es un hecho que cuando quiero resaltar por encima de los demás y buscar medallas o laureles, además de hacer el ridículo no estoy haciendo lo que, desde mi conciencia, sé lo que tengo que hacer y la alegría se aleja, se espanta.

Hoy, tercer domingo de adviento, es el domingo de la alegría. La alegría y la paz son frutos del encuentro con el Señor y del amor generoso y desinteresado que me llevan al gozo de compartir.