XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 17, 1-5

El regalo que antes o después valoraré

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 17, 1-5

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: "Auméntanos la fe." El Señor contestó: "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: 'Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."



EL REGALO QUE ANTES O DESPUÉS VALORARÉ

“Es que tienes que tener fe en ti mismo…”, le decía el profesor al chico que estaba acomplejado ante los demás compañeros y no se atrevía a salir en público. Por fin llegó el momento de su intervención: tomó aire, saludó y salió con toda naturalidad: leyó magistralmente su intervención. Desde entonces es otra persona; hasta parece más alto porque el miedo le hacía encorvarse. La fe en uno mismo es capaz de mover mecanismos internos que posibilitan el crecimiento y la maduración en aspectos.

En el evangelio de hoy los discípulos le piden al Señor: “¡Auméntanos la fe!”. La petición de los apóstoles a Jesús va mucho más allá de la autoestima. No sólo es perder el miedo al qué dirán los demás…

La fe que suplican a Jesús es la aspiración máxima del hombre: el sentido de la vida, lo que da coherencia a todo. La salvación profunda, la paz interna la “fuente que mana y corre” aunque sea de noche, incluso en la oscuridad de mi vida, cuando vienen las mayores dificultades.

La fe no es como el agarradero supersticioso, el conjuro mágico o el amuleto de la suerte. Tampoco es la plegaria milagrosa que me libera de estudiar para aprobar el examen… o el santo fetiche que me da buena suerte en mi negocio.

La fe es mucho más. La fe envuelve toda mi vida pero con una sencillez que todo el mundo puede percibir y experimentar sin necesidad de estudios ni de saber más o menos.

Lo más grande de la fe es que es un regalo. La fe es el regalo de Dios que a todos nos quiere dar. Nadie se merece este regalo y Dios nos lo da por puro amor.

Como en una historia con muchos capítulos, hay episodios en la vida personal en los que con una soberbia impresionante nos volvemos contra Dios y estampamos su regalo contra la pared de su casa; y al que ha creado también nuestra razón, nuestra inteligencia, lo echamos de nuestra vida, ironizamos y le decimos que no creemos en Él porque nuestra razón no lo admite o porque no estamos dispuestos a vivir como la fe nos pide. Damos el portazo y nos largamos creyendo (¡pobres ilusos!) que nos va a ir mejor quitándole el centro de nuestra vida a Dios y ocupándolo nosotros.

Al perder la perspectiva de Dios en la vida se hace el vacío, la noche se cierra, nos llenamos de miedos: miedo al mañana, miedo a perder lo que tenemos, miedo a quedarnos sin cosas, miedo a perder la salud, miedo a la muerte (que suena como palabra maldita).

Entonces como posesos compulsivos intentamos llenar el vacío eterno que ha dejado Dios; lo intentamos ocupar con luces artificiales, con placeres y risas superfluas, con dinero, casas, parcelas, acciones, loterías. Compramos y vendemos, gastamos y apetecemos más y más. Nada satisface; nos queremos justificar pero no nos vale: cuando se hace la noche todo sigue llenándose de silencio denso, de añoranzas y ausencias.

Cuando vemos que nada llena el alma como la presencia de Dios, buscamos sucedáneos de la fe en la psicología, en esencias orientales parcelarias, para buscar amparo y consuelo personal pero sólo para uno mismo (sin contar con nadie más). Otras veces recurrimos a voluntariados o ayudas esporádicas controladas por nuestro tiempo de limosna (¡algo es algo!).

El final de esta historia ya te la sabes. Antes o después se vuelve a la casa del Padre, que siempre espera nuestra vuelta y está dispuesto al abrazo y a multiplicar el regalo de la fe que es el gozo de su presencia y a llenar el corazón de hermanos.

La palabra de Dios nos cita muchas veces a un tipo de personas que jamás van a vivir ni la fe ni la vuelta a casa. Ni se van a ir ni van a saborear a Dios. Nunca se sentirán fuera de casa pero tampoco podrán hablar del regalo de Dios. A este grupo pertenecen los que tienen complejo de buenos, los tibios (¡Dios nos libre!). De éstos Dios nos dice: “No eres ni frío ni caliente… te vomitaré de mi boca”; es lo mismo que decir: me das asco. En ese grupo podemos caer fácilmente desde la rutina y el conformismo…

Surge hoy de esta reflexión una definición sencilla de la fe: es el abrazo que Dios da al hombre y la respuesta agradecida del hombre, que hace que todo se llene de alegría profunda, de sentido, de consuelo, de verdadera autoestima; ¡hasta la muerte se convierte en vida! Esta fe es la que Jesús dice que es capaz de mover montañas y de arrancar de raíz los árboles: las montañas de la conversión verdadera y las raíces del egoísmo y de las falsas seguridades.