XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 16, 19-31.

Los pobres de mi puerta

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 16, 19-31.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
"Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.
Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. "
Pero Abrahán le contestó:
"Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros."
El rico insistió:
"Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento."
Abrahán le dice:
"Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen."
El rico contestó:
"No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."



LOS POBRES DE MI PUERTA

A la puerta de nuestra vida siempre hay algún pobre Lázaro esperando que compartamos con él. Pobre Lázaro que nos mira desde abajo reconociéndose siempre inferior.

El Evangelio de hoy nos habla de un rico y un pobre. El rico Epulón no se digna ni a mirar; parece que no se da cuenta de la presencia del mísero, pero queda demostrado que sí es consciente de su presencia pues al final de la parábola bien que lo recuerda… cuando ya no tiene remedio. Incluso, condenado, se cree con derecho a utilizarlo.

El pobre de la parábola no pide; simplemente está a la espera de que caigan migajas de la opulenta mesa del potentado. El único consuelo del pobre, a los pies del rico, son los lamidos de los perros sobre sus llagas.

Los pobres de hoy no son los que vemos a la puerta de las iglesias o llamando la atención de rodillas en medio de las calles. Generalmente, ésos no son pobres sino mendigos acostumbrados a no trabajar que viven (y a veces muy bien) explotando su mendicidad y, la mayoría de las veces, su capacidad de engaño.

Hoy los pobres Lázaros que están pendientes de nuestras mesas son colectivos y grupos marginados que -todavía desde abajo- solicitan nuestras migajas de consideración, de buen trato, de trabajo, de ayuda… Hay países enteros repletos de Lázaros hambrientos, llenos de llagas de terremotos, de guerras, de injusticias.

Me contaban hace poco de un hombre que tiene un inmigrante para cuidar un familiar; como ha mejorado un poco la anciana a la que cuida pues le han dicho que le van a pagar un poco menos ya que el esfuerzo del inmigrante es menor (aunque eche las mismas horas y le tenga que ayudar a todo…). Migajas, migajas y migajas.

En otras ocasiones, a la puerta de muchas casas, aunque sea por dentro y con parqué, viven familiares o vecinos absolutamente solos esperando las migajas de sus hijos, de los que antes se decían amigos, de los vecinos, de todos los que tienen conciencia… esperando una visita, una palabra, una sonrisa porque con lo único que cuentan es con la soledad sobre sus llagas producidas por la edad, el olvido y el desamor.

También reconocemos a los pobres ricos que no tienen nada más que dinero y por donde toques en su vida, suena siempre a hueco, a vacío, a nada.

He pensado muchas veces, que si yo no tuviera fe y nunca me hubieran hablado de Jesús, con leer el Evangelio, las parábolas y descubrir la pedagogía del Señor… a la fuerza tendría que descubrir la grandeza de Dios y pedirle el don de la fe.

En el relato de hoy no sólo me habla de que tengo que compartir, sino que lo principal es que el que se apega a las riquezas, sus ojos se ciegan y su corazón se convierte en un pozo negro y sin fondo donde almacenar sus bienes, sus apegos...

El rico Epulón experimenta que sus dineros, posesiones y sus comilonas terminan con su vida. A las puertas de la muerte pierden todo valor los euros, las acciones y haciendas. Entonces el sinsentido y la conciencia del tiempo perdido y mal empleado remuerden hasta las entrañas, y la sensación de haber desperdiciado la vida se convierte en una música repetitiva y machacona.

Los curas llevamos ventaja porque hemos oído muchas confesiones de últimos momentos, muchas lamentaciones de tiempos finales donde el suspiro de la agonía se mezcla con la petición de perdón de la vida no entregada, de los bienes malgastados, del corazón no compartido.

Ahora, mientras vivimos es tiempo de mirar. Al abrir nuestros ojos cada mañana nos toca pedir al Señor que sepamos ver a todas las personas (de cerca y de lejos) que esperan de nosotros que compartamos tiempo, cartera y corazón. Todo esto con los ojos también puestos en Dios que es el que nos hace superar soledad y vacíos. Es el único que me puede curar de tantos apegos y el que me da la mano definitiva para traspasar con él la barrera de la muerte.