XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 16, 19-31.

Los pobres de mi puerta

Autor: Padre César Tomás Tomás



Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado.» 

DEL AGRADECIMIENTO A LA FE

“¿Cómo se dice, nene?” le dice la madre al hijo pequeño cuando alguien tiene un detalle con el niño o le ofrece la golosina o el regalo. El niño entonces contesta como recordando una lección: “gracias”.

Y así, lo que te enseñan de una forma mecánica (como son todas las normas de educación) se convierte luego en manera de ser. Al hecho de dar las gracias en un momento por que así te lo enseñan, se van convirtiendo paulatinamente en una forma de vivir: ¡AGRADECIDO!

Una persona educada atrae. Un maleducado espanta y te sientes incómodo con él.

Esto que vemos tan fácilmente en las normas sociales está todavía más claro en nuestra vida de fe. Hasta el mismo Cristo lo resalta. En el evangelio de hoy diez leprosos se acercan a Jesús para implorarle gritando la curación. Jesús los cura pero les dice que hagan lo que dice la ley: presentarse a los sacerdotes para que certifiquen su curación y se puedan reincorporar a la vida social.

De los diez solamente uno de ellos viene a darle las gracias. Es espectacular la manera que tiene de dar las gracias: “alabando a Dios a grandes gritos se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. ¡Qué agradecimiento y alegría tan grande debía sentir para postrarse por el suelo, a sus pies! Es un gesto que expresa más que todas las palabras del mundo: reconocimiento de la grandeza de Jesús ante el cual él se siente pequeño, nada. Es un acto de adoración completo que incluye el agradecimiento. Es una expresión de humildad por la vida recobrada en toda su dignidad…

Jesús no necesita nuestro agradecimiento pero echa de menos a los nueve restantes que no han venido a dar las gracias. El hecho de que el Señor pregunte por ellos es porque nos quiere enseñar que el amor requiere gratitud. Cuando vivimos con agradecimiento nos sentimos mejor.

Por desgracia encontramos niños, jóvenes y mayores que no saben agradecer, que carecen de esa educación primera y se creen con derecho a todo; en lugar de agradecer protestan por la menor cosa pasando rápidamente al malhumor. Son expertos en crear situaciones incómodas.

La realidad es que desde que nos levantamos hasta el final de cada día tenemos mil motivos que agradecer a las personas que nos rodean: atenciones elementales de los padres como la ropa limpia, la comida hecha, la disponibilidad continua; la sonrisa y el saludo, las manos que nos tienden, el calor de los amigos; el servicio que nos presta el camarero en el bar, la mujer que trabaja en casa atendiendo a la madre, el conductor que respeta el paso de cebra para que pasemos… todo merece nuestro agradecimiento y el agradecimiento nos lleva a la acción, nos impulsa a colaborar, a poner nuestro granito de arena en la construcción de ese mundo en armonía.

Si en el plano humano descubrimos el agradecimiento coma fuente de bienestar, mucho más supone el agradecimiento a Dios por lo que somos, tenemos y recibimos. Vivir en agradecimiento debe ser nuestra postura vital ante Dios, porque todo lo que tenemos es suyo.

Nos podemos aventurar a proclamar y confirmar que sin agradecimiento a Dios no hay fe verdadera. Cuando llegamos a creernos que merecemos todo lo que Dios nos ha dado nos convertimos en ese joven malcriado y consentido que protesta por todo o se vuelve apático y frío ante el amor que se vuelca en él.

Jesús cura a los diez leprosos; pero a éste que vuelve a darle las gracias, Jesús le dice además: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado”. A la curación sigue la salvación, el encuentro con Él. A lo material sigue lo espiritual.

Los nueve que no volvieron a dar las gracias se marcharon con su carne limpia y su piel curada. El que volvió para dar gracias se encontró con la sanación de su carne y de su espíritu.

Precisamente el agradecido fue un extranjero. Detalle que cita Jesús para denunciar a los que se creen buenos simplemente por estar dentro del pueblo elegido, de la Iglesia.

Hoy domingo celebramos la Eucaristía que significa Acción de Gracias. Sacramento de amor y de perdón. Dios se nos da como el mejor regalo. Es un buen día para agradecer este don tan grande que nunca acabaremos de comprender. Nuestro canto de agradecimiento a Dios nos lleva a valorar también la vida, el cuerpo, la naturaleza, la amistad, la familia, los sentidos que nos posibilitan la apreciación de los colores, la música y el tacto de la mano entrañable, el perfume de las flores, la inmensidad del mar y el contraste entre el día y la noche. Todo, todo todo… es puro regalo de Dios.

Como un resorte espontáneo ante tanto amor, a voz en grito exclamamos: ¡¡¡Gracias!!!