XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Solemnidad de Cristo Rey

San Lucas 23, 35-43: En esta historia muere el bueno

Autor: Padre César Tomás Tomás

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.»

Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»

Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.»

Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»

Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»

EN ESTA HISTORIA MUERE EL BUENO

Es casi imposible que entendamos lo que quiere decir Jesús de Nazaret cuando habla de su reino y de su realeza.

Todos los que pasamos de los cincuenta recordamos aquel programa de televisión: “Reina por un día”. En ese programa la 'reina' era agasajada con todo tipo de regalos, de sorpresas familiares. Menos mal que el título de ‘Reina por un día’ solía recaer en mujeres sencillas, madres trabajadoras, casi esclavas de la casa o de la familia. Ese día recibían el agradecimiento, la gratitud, la sorpresa de un regalo que jamás se podría imaginar, aunque sólo fuera por un día.

Cuando vemos en los reyes actuales de cualquier país algún detalle de humanidad, de cercanía, de proximidad a la gente, de convivencia con el pueblo llano… sentimos en lo más profundo de nuestro corazón la aprobación sincera. Hoy celebramos la festividad de Cristo Rey.

Antes de abrir el evangelio de este domingo para que el Señor nos hable de su realeza nos toca depurar este nombre porque a lo largo de la historia se ha manipulado con fanatismo político o violento para amparar posturas contrarias al evangelio; parece que con el apellido de ‘Cristo Rey’ ya se puede validar todo, incluso lo más parecido a lo diabólico, a lo violento.

En la fiesta de hoy, Cristo Rey nos habla de un trono en forma de cruz. En la fiesta de hoy el Rey es coronado de espinas. En el día de hoy el Rey es despojado del protocolo, del manto y de la túnica. Ante el Rey de reyes que hoy adoramos muchos se burlan, le insultan, le escupen, etc. En la crónica de hoy, la historia de nuestro Rey parece que no tiene un final feliz, termina mal; muere el bueno.

En la fiesta de hoy se condensa todo el Evangelio y se firma un estilo de vida. El Rey es ese buen pastor que deja palacios y coches oficiales y se pone a buscar la oveja perdida, el súbdito descarriado por caminos y por vericuetos escabrosos. Y lo busca no para que le reporte votos sino para que vuelva al buen camino y sea feliz.

El Rey de los cielos nos enseña que la grandeza del hombre no se gana acaparando y sumando posesiones o agrandando graneros. Nos muestra al pobre y al desvalido como tarea de las bienaventuranzas. Él, teniendo todo, siendo dueño de todo, no dependiendo de nuestro asentimiento, se reduce a un pesebre, no quiere tener ni alforjas, ni donde reclinar la cabeza. Su tesis doctoral suprema es la que nos quiere transmitir para que la experimentemos y la vivamos como único camino de felicidad verdadera: La vida se gana dándola y la dirección de la grandeza, de la realeza del hombre la marca una cruz que apunta en dirección a la Resurrección.

Pero amigo, el cetro del Rey, lo que le distingue de todos es su corazón. En su corazón no está la suciedad de la apariencia sino la realidad del amor desinteresado.

Estamos aquí hoy, en esta fiesta que celebramos, no para venerar, admirar, resaltar la figura de nuestro Rey. Eso lo tenemos que hacer como un primer paso. Hoy, Jesucristo, nuestro Rey nos nombra reyes. Pero no reyes ‘por un día’ agasajados y llenos de reconocimientos. Reyes para siempre.

Nos pasa el título a nosotros y para ello nos da las mismas armas los mismos signos de los que Él se sirve: pesebre, pobreza, cruz, marginados, burlas, salivazos… y toda una vida para darla.

Pero miro este último párrafo que acabo de escribir y parece que es un camino de sacrificio y de retorcimiento y justo es todo lo contrario: es liberación.

Pruébalo y verás…

Cuando uno descubre la realeza de Jesús en su vida y se lanza (aunque sea un poco) a servir, ayudar, a compartir, a vivir unido a los demás es cuando comienza a ser feliz. Las grandes preguntas o cuestiones existenciales sobre el sentido de la vida comienzan a llenarse de contenido auténtico; sin polémicas, sin discusiones… en el silencio de nuestra conciencia.

Jesús, nuestro Rey nos anima a ampliar, no nuestros graneros, sino las pareces de nuestro corazón para que quepan todos; hasta los que se burlan de nosotros con insultos y salivazos en las grandes plazas de los medios de comunicación o de cualquier campo público sabiendo responder desde cualquier cruz con el perdón. Porque el perdón sin medida es la mejor arma de la que se vale Dios para rescatar a todos. A nadie deja indiferente el perdón. El que perdona multiplica por infinito sus horizontes. El que es perdonado siente que su vida comienza de nuevo.

Hoy es un buen día para empezar a mirar desde la perspectiva de nuestro Rey Jesús. Aprendemos a ver las cosas desde arriba pero no desde la soberbia sino desde la altura de la cruz que nos enseña a pisar tierra y a descubrir, por experiencia que tenemos más vida... cuanta más vida damos.