XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo, 13,44-52: Llegará un día en que lo descubriremos

Autor: Padre César Tomás Tomás

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo, 13,44-52

LLEGARÁ UN DÍA EN QUE LO DESCUBRIREMOS

No es una corazonada, como ocurre en las películas que enfocan a la mano de la protagonista ante la ruleta del casino, apostando todo el dinero conseguido a un número y girando la manecilla de la ruleta, mientras se escucha un fondo de suspense ‘in crescendo’… al mismo tiempo que la flecha de la ruleta va parando… hasta que por fin… pierde todo lo que ha apostado o lo gana para jugárselo más tarde en un clima de suspense mayor. No, El evangelio de hoy no es un juego de azar.

El evangelio de hoy nos habla de un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra se llena de alegría, va y vende todo lo que tiene para conseguir el tesoro.

Parece que entendemos mejor el mensaje contraio al evangelio de hoy: un hombre que, con mucho esfuerzo y dedicación, consigue muchas cosas a lo largo de su vida. Alguien le muestra los destellos engañosos de un falso tesoro llamado poder, alcohol, sexo, dinero… Entonces, aquel hombre, encandilado por tanto reclamo fue y empezó a perder todo lo que había conseguido hasta es día: esfuerzo, satisfacción personal, honradez, matrimonio, familia, sentirse a gusto consigo mismo… para lograr todo aquello que su tentación le reclamaba. Apostó todo lo que tenía a esa maldita carta y vivió para siempre desangrándose, desterrado de sí mismo, anclado en la tristeza existencial, a una distancia infinita de sí mismo y, por supuesto, de los demás (aunque no lo pretendía).

Por supuesto que hay muchas personas que van apostando a la ruleta de su vida y dejándose llevar por todos lo reclamos que, como las sirenas de Ulises, entonan sus más atrayentes canciones. Es también cierto que el mensaje de Jesús no abrió todos los corazones de los que lo escucharon. Vale. Pero el tema de hoy es justo lo contrario: Jesús de Nazaret nos habla de un tesoro escondido que no es otro que su amor y su gracia: Vivir en sus coordenadas, gozar de su presencia, sentirme transparente, sin nada que mentir, sin nada que ocultar, con la mirada limpia acrisolada cada día en su palabra, en su voluntad que motiva en mí, la verdadera alegría y la reflexión profunda. Para sentirse así necesitamos descubrir lo principal, la frase que resalta el Señor por encima de todas. Lo importante es sentir la alegría de haber encontrado lo mejor que me puede pasar. Aquel hombre que encontró el tesoro se LLENÓ DE TANTA ALEGRÍA que le hizo volar, cambiar todo, todo, todo lo que tenía para poder conseguir aquello.

Ciertamente es un don de Dios pero un don que requiere un esfuerzo continuo; los verbos de esa frase son todos de movimiento; descubrió, fue, vendió, compró… Mientras leemos esas palabras nos parece acompañar al agraciado de un sitio a otro a toda velocidad. Pero, amigo, quiero repetirlo otra vez: la afirmación que pone todo en marcha es “LE DIO TANTA ALEGRÍA…”.

Creo que después de reflexionar sobre esta media parábola podemos concluir que la fe que no llega a llenarnos de alegría y ponernos en movimiento de transformación no es tal fe. No es posible decir a los cuatro vientos que tenemos fe y que ‘cumplimos’ para luego pasarnos todo el día quejándonos, pasotas, mirando o recreándonos en las cosas negativas de todo lo que ocurre a nuestro alrededor como agoreros o descubridores de los fallos de los demás. Estamos demasiado ocupados en no hacer nada (como dice el apóstol).

Arquímedes necesitaba un punto de apoyo para mover el mundo. El punto de apoyo que necesitamos nosotros para mover el mundo es la verdadera alegría que nos hace descubrir el amor de Dios.

También pienso ahora (y muchas veces más) lo que perdemos el tiempo los curas, catequistas y demás cristianos cuando no señalamos el verdadero tesoro del amor de Dios, la orientación hacia Dios, la unión con Él y nos conformamos con dinámicas, jueguecitos, valores a medio camino, etc. Si no nos sirven para el fin principal estamos casi perdiendo el tiempo, eso ya se lo dan otras estancias. Creo que el esfuerzo principal lo debemos poner en que niños, jóvenes y adultos descubran el gran tesoro de nuestro campo, lo que Dios nos quiere, con un amor personalizado, singular. Por esto merece la pena vender todo lo demás.

¿Qué cómo puedo saber si lo he encontrado? Creo que es fácil: si todo lo demás, incluido el dinero, soy capaz de ‘venderlo’ para conseguir ese tesoro y, además deseo animar a los demás para que también lo descubran y hagan lo mismo.

Si nos falta el contagio a los demás de esta verdadera alegría en nuestras acciones catequéticas, es posible que sea porque todavía nos falte encontrar y convencernos de ese tesoro que predicamos; aun nos queda camino por recorrer. Algún día lo descubriremos.

César TOMÁS TOMÁS
Delegado Diocesano de
M.C.S