XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 16, 13-20: Una pregunta para responder ya

Autor: Padre César Tomás Tomás

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?"
Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas".
Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de los infiernos no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Y mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

UNA PREGUNTA PARA RESPONDERLA YA

Al leer el evangelio de hoy me acordaba de un hombre que me invitó a entrar en su casa y me condujo hasta una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Ciertamente era una imagen que inspiraba paz: representaba a Cristo sentado (nada melifluo), sus ojos tenían una mirada amplia e indulgente, con la bola del mundo en los pies, bendiciendo. El dueño de la casa me miraba con el convencimiento de que me iba a gustar. Creo que al principio lo desconcerté porque en lugar de alabar la imagen o al artista le pregunté: “¿Qué supone para ti tener esta imagen en el salón de tu casa?”. El pobrecico, sorprendido no sabía por donde tirar; empezó a hablar del cariño a los difuntos de la familia, de ahí pasó a glosar la fe de los abuelos, de los padres... Total: que la imagen venía a ser como un testigo que probaba la tradición y la fe de sus mayores. De él, de sus sentimientos, de su relación con esa imagen no dijo nada. Después nos sirvió de punto de arranque de posteriores conversaciones y de lo que significa la presencia de Jesucristo en la vida.

En el evangelio de hoy Jesús les pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. No, no es una manera de buscar reconocimiento y halagos. Jesús está cumpliendo su misión y quiere saber si sus discípulos se van enterando; es más: provoca esta situación para que den un paso adelante en su fe.

Después que los discípulos se fueran por las ramas de los antepasados citando lo que dicen unos y otros, viene la cuestión definitiva que Jesús les lanza a ellos y nos pregunta a nosotros hoy: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”.

Hace unos días un joven me decía: “este evangelio se repite mucho a lo largo del año”. Y es verdad, pero es una pregunta que pide respuesta y una respuesta personal y distinta a la del año pasado o la semana que viene. Para responderla no me puedo escudar en la fe de la vecina o en la fe de mis abuelos, ni siquiera quedar anclado en la fe mi niñez. No es cuestión de tradición ni de respuesta de catecismo. Va dirigida a mis afectos, a mi convencimiento y a mi voluntad. De mi contestación sincera brotará un estilo de vida, unas actitudes, una manera de amar al prójimo. Podemos afirmar que según la respuesta que cada día doy a esta pregunta que me hace el Señor, así será mi vida y mi compromiso de fe en cada momento.

Pedro contesta con una adhesión total a Jesús: “TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS VIVO”. El Señor alaba la respuesta de Pedro y lo llama bienaventurado, dichoso, porque reconoce el don de Dios, porque responde con la luz de Dios en su conciencia.

Entonces aprovecha Jesús para poner los cimientos de la Iglesia. Después del reconocimiento a Pedro a la afirmación que ha hecho sobre Jesús, Jesús hace otra sobre la Iglesia y sobre Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará…”.

Jesús no les pregunta de memoria las bienaventuranzas ni los hombres que comieron en la multiplicación de los panes. Tampoco les hace repetir las cosas que no se saben. No basa ni pone el cimiento de su grupo en doctrinas aprendidas. Lo que pide a sus discípulos es la experiencia de fe, la adhesión total a Él. Ellos, gracias a esta experiencia personal con el Señor y con su fidelidad van cambiando hasta su manera de ser y mejorando la situación social que le rodea.

El jueves pasado publicaba un periódico una encuesta acerca de lo que opinaba la gente del papel de la Iglesia en el periodo de La Transición. Cuando históricamente, en su momento, la gran mayoría alabó el papel de la Iglesia por los grandes aciertos en aquella época crucial para todos… resulta que ahora se niega hasta la realidad de entonces. El artículo venía a concluir que la Iglesia tenía que cambiar su marketing para ser más aceptada.

El tema es muy complejo y es posible que en alguna cosa el artículo llevara razón pero creo que desde el evangelio de hoy tenemos la respuesta. Si creemos en la adhesión y seguimiento de Jesús y así lo demostramos en nuestra vida, es la mejor propaganda que podemos hacer. Si esa unión y seguimiento a Jesús se sigue traduciendo en esas cifras que tanto se repiten en estos días de personas atendidas desde la Iglesia en asilos, leproserías, orfanatos, colegios, misiones… no hará falta más marketing. Pero esto no quiere decir que los ‘poderes del infierno’ no sigan haciendo su labor en contra y que nos sigan tachando de antiprogreso, y que se siga caricaturizando, en algunos medios, o resaltando sólo los defectos o pecados de la Iglesia silenciando a su vez todo lo positivo, lo caritativo, la entrega, los valores profundos, la libertad y el substrato que con la fe en Jesucristo se dinamizan en cualquier persona.

Creo que es conveniente que muchas veces cada uno de nosotros, ante el Sagrario, ante la imagen de Cristo de nuestra casa o mirando la cruz que adorna nuestro cuello o bien sintiendo su presencia en nuestra vida en medio del campo, de la playa… contestemos a Jesús cada uno personalmente a la pregunta que Él nos ofrece (la prueba de que la contestación es correcta es que alguien a mi alrededor se sentirá mejor con mi presencia). La pregunta del Señor ya la sabes: “Y tú ¿quién dices que soy yo?”.

César TOMÁS TOMÁS
Delegado Diocesano de M.C.S