Fiesta. Exaltación de la Santa Cruz

San Juan 3, 13-17: La Cruz no es un negocio

Autor: Padre César Tomás Tomás

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
"Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él."

LA CRUZ NO ES UN NEGOCIO

“Por esta cruz me dan ahora más de 800 euros; es un buena inversión”, me dijo aquella buena mujer enseñándome una cruz que sacaba de un cajón cuando fui a dar la unción a alguien de su familia. Debía ser de oro o algo así (yo no sé distinguir…).

Luego, cuando volvía a casa, iba pensando que más que una buena ‘inversión’ era una gran ‘perversión’. Mis pensamientos se dirigían a los niños que este año han recibido la primera comunión en la parroquia y con qué ilusión y cariño llevaban al cuello la cruz pequeñita, de madera que los catequistas les habían regalado y cómo todavía se la ponen los domingos cuando van a la Eucaristía.

Creo que una cruz nunca puede ser una buena inversión económica. Todavía más: no sé si exagero pero puede ser una manera de profanar lo sagrado, el hecho de hacer una cruz de oro o de materiales tan caros; porque la cruz de Jesús es fea, es de madera, es asquerosa, queda sangre de los ajusticiados anteriores, produce espanto y deja el corazón en vilo.

La cruz de Jesús no se compra ni sirve como moneda de cambio; la cruz de Jesús se merece.

Hoy celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. Cualquiera que no tenga fe y lea la frase anterior pensará que los católicos estamos locos, que somos masoquistas. No, no es así. Sin la cruz de Jesús todo acaba en la muerte sin sentido, en el vacío total, en la irredención, en la condena de la putrefacción y ‘ya se terminó todo’. Sin la cruz de Jesús, la vida del hombre termina en un irremediable ‘viernes santo’ lleno de oscuridad y fracaso.

Desde la Vigilia Pascual, la cruz de Jesús apunta a la Resurrección. Con su resurrección, la muerte, todas las cruces y el dolor pierden el sentido tétrico y se convierten en esperanza gozosa para todos, para cada uno, sirven como instrumentos de salvación.

La historia de la cruz de Jesús es la historia del amor, de la vida entregada en la cruz y plenificada en la resurrección. La cruz de Jesús es, desde entonces, el signo del amor de Dios al hombre.

Cuando yo beso la cruz o hago la señal de la cruz estoy proclamando la doble corriente del amor de Dios hacia mí, hacia todas las personas y el amor del hombre a Dios; mi amor a Él y a los demás como indicación suya cuidando y preocupándome de todos los que están bajo el peso de cualquier cruz.

Es posible, casi seguro, que leyendo este comentario te sientas incómodo; lo entiendo. Todo lo que está relacionado con el sufrimiento, con el dolor, con la muerte, con nuestra cruz cotidiana parece que lo intentamos evitar como si al evitarlo ya no fuera a suceder nunca. Sin embargo nadie se siente más libre que aquel que se pone de frente ante su cruz y, con la ayuda de Dios, es capaz de aceptarla, acogerla y seguir al Señor.

Me encantaría que no se entendieran estas palabras como parte de un sermón o de cosas que se han dicho siempre, como una consideración piadosa ajena al ser del hombre. La cruz nos acompaña toda la vida: desde el llanto del recién nacido abriendo sus pulmones a la vida hasta el momento que exhalamos el último aliento. Y a lo largo de nuestra historia van haciendo su aparición las distintas señales que nos recuerdan la compañía de la cruz: enfermedad, sufrimiento, necesidad, dolor, vejez, soledad...

Ante estas lecciones magistrales y tan reales de la cruz, unas veces intentamos cubrirla de oro, de cosas materiales, pero el oro pasa y la cruz permanece y aumenta; otras veces se quiere ahogar con el botellón o dando rienda suelta a todo lo instintivo… y después de la resaca el abismo y el vacío es todavía mayor. Como último esfuerzo para sacudirse la cruz, el hombre llega a negar a Dios como el niño que patalea ante lo que debe hacer y se enfada e intenta pegar e insultar a la madre; esa madre que sin tener en cuenta la actitud del hijo, lo acuna junto a su pecho y lo llena de besos.

A lo largo de la vida hemos pasado ya por muchas cruces… ¡y las que nos quedan! Hemos tenido muchos enfados, muchas huidas de la realidad e incluso hemos podido insultar o pasar de Dios.

La Exaltación de la Cruz, que celebramos hoy, nos recuerda y nos anima a cumplir las palabras del Señor: El que quiera seguirme que cargue con su cruz de cada día y que me siga”. ¡Vamos allá!

César TOMÁS TOMÁS
Delegado Diocesano de MCS