IV Domingo de Pascua, Ciclo B

San Juan 10,11-18: Buen Pastor o asalariado

Autor: Padre César Tomás Tomás

 

 

“Da igual; como somos negros la gente no nos diferencia ni se fija demasiado en la foto y puedo pasar yo…”. Y tomando el carné del compañero africano pudo irse a trabajar aquella mañana en el lugar del otro que estaba enfermo.  

Nos puede pasar lo mismo a muchos de nosotros con los africanos: que pensemos que son todos iguales por el color de su piel. Pero es posible que nos ocurra así porque no nos fijamos, como ocurre con las personas que no pintan nada en nuestra vida, en nuestro horizonte afectivo. Pero cuando vas conociendo y queriendo a la gente (sea del color que sea) distingues enseguida hasta el más mínimo matiz del rostro, del gesto, de lo que sea. 

Esto es lo que nos afirma el evangelio de hoy: para Dios todos somos distintos y singulares. Él es el Buen Pastor que nos ha creado, nos llama por nuestro nombre, nos conoce y nos quiere más que nosotros mismos; nos comprende y llega hasta lo más profundo de nuestra tristeza o alegría; nos acompaña hasta allá donde se gestan nuestros suspiros más existenciales. Disipa nuestros miedos, nos llena de esperanza. Con el salmo 138 podemos decirle a nuestro Buen Pastor: “...me conoces cuando me siento o me levanto, si escalo al cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo allí te encuentro…”.   

El Buen Pastor es el título que Jesús se pone como expresión de su amor desinteresado hacia nosotros, de su amor a fondo perdido, amor total a pesar de nuestros desaires y olvidos hacia Él.

Todos estamos llamados a escuchar su voz y seguirlo. Con Lope de Vega podemos decirle también: “Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño…”. Y con todos los místicos de la música  y literatura hacer un canto a su amor y a su preocupación por cada uno de nosotros. Precisamente nosotros que tantas veces hemos despreciado ese amor primero y nos hemos alejado de sus brazos. Sabemos de su empeño en buscarnos, nos ha encontrado y desde sus hombros hemos sido testigos de cómo ha celebrado nuestra vuelta, alegrándose (incluso más que nosotros) de nuestro reencuentro.  

Una vez que hemos comprendido su papel de Buen Pastor en nuestra vida, el Señor nos llama también a ser pastores con Él. Pero pastores buenos que debemos conjugar con nuestras obras, de cara a las ovejas encomendadas, los verbos que Él nos enseña en el evangelio de hoy: escuchar, conocer (y ser conocidos), dar la vida, con una preocupación especial por las ovejas que no están en el redil, las que faltan, las que se han marchado. Estos verbos que emplea el Señor son los que me hacen distinguir entre el BUEN PASTOR o el ASALARIADO.  

Al asalariado le importa más su interés, su prestigio, su recompensa (de cualquier tipo), que el bien de las ovejas. La tentación del asalariado se presenta muchas veces en la vida de las personas que tienen alguna responsabilidad: ayudar o aprovecharse; en todas los oficios y estamentos: en la política y en la religión, en el rico o en el mendigo, en el célibe o en el casado, en la superiora o en el padre de familia, en el cura o en el liberado sindical…  

Cuando en el horizonte de muchas ilusiones de promesas electorales o de promesas hechas ante el altar, frente a la firma del cargo o el juramento de una vida entregada… aparece la tentación del dinero, de la prebenda, del ‘cazo’, del halago, del poder…, las más grandes utopías se pueden convertir en lo más prosaico, con una intención clara de aprovechar el momento para el engorde de mi bolsillo, de mi cuenta corriente, de los ‘reconocimientos de mi valía’ o de que crezca el número de mis adeptos. Podemos caer en la trampa infame de ser pastores de nosotros mismos. 

Un agente de pastoral que había encontrado un cargo remunerado,  para justificar su actitud de abandono de la parroquia decía para justificarse: “Ahora hago lo mismo que hacía antes… pero cobrando”. Otra persona del grupo le contestó: “No es lo mismo. Es muy distinto: has cambiado de amo y de finalidad”. 

Pienso que también podemos caer en la tentación (sobre todo en el ámbito religioso) de pastorear a los que ya están pastoreados para que nuestro rebaño parezca el mejor y ‘ganemos puntos’ para ascensos imaginarios. Nos dice Jesús que tenemos mucha más faena y que Él nos llama especialmente para que le ayudemos a buscar a los que no están, a los alejados, a los que ‘andan como ovejas sin pastor’: los marginados, los que nos critican, los que piensan diferente, los parados, los inmigrantes, los chavales o jóvenes más difíciles de nuestros grupos, los que andan perdidos, enfermos, mayores, etc. 

¡Qué fuerte! (como dicen los jóvenes…). ¡Sí!, qué fuerte es pensar que dentro de nosotros podemos echar mano, dejar crecer e inclinarnos por el ‘asalariado’ o por el ‘buen pastor’ que llevamos dentro. De cada uno depende. ¡Ah! y de mi manera de tratar a los que se me han encomendado se notará: que ni son todos los negros iguales, ni todas las personas lo mismo. Cada niño, cada joven, cada inmigrante, cada hijo de Dios es irrepetible y el Señor me lo pone delante para que yo aproveche la gran oportunidad de ayudarle.

César TOMÁS TOMÁS
Delegado Diocesano de MCS