XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 9, 51-62. ¡Felices y fructuosas vacaciones!

Autor: Mons. Ciriaco Benavente Mateos

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 9, 51-62

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino, entraron en un aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
“Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”.
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: “Te seguiré adonde vayas”.
Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
A otro le dijo: “Sígueme”.
Él respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”.
Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”.
Otro le dijo: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”.
Jesús le contestó: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”.

¡FELICES Y FRUCTOSAS VACACIONES!

En los próximos días serán muchas las personas que disfrutarán de unos días de vacaciones. ¡Bienvenidas sean! Deberían ser un derecho que disfrutaran todos, también los pobres. Hasta nuestra Hoja se tomará, durante los meses de Julio y Agosto, un tiempo de descanso. A este tema dedico mi reflexión de hoy, siguiendo las ideas de un ingenioso y agudo pastoralista.

El ritmo de la vida ha tomado una velocidad tal que supera nuestra capacidad de asimilación y adaptación. Nos convertimos, casi sin darnos cuenta, en engranajes de una maquinaria que no se para nunca. Perdidos tras las palabras, colgados de los teléfonos móviles, atrapados por las imágenes y las emociones que ruedan vertiginosas consumiéndose rápidamente, sin tiempo para interiorizarlas en la mente o en el corazón, necesitamos dar reposo al cuerpo y al espíritu. La alternancia entre trabajo y descanso se encuentra inscrita incluso en nuestro mismo organismo, que necesita alternar el sueño y la vigilia, el trabajo y la fiesta. La reflexión católica, que ha dedicado páginas admirables a la teología del trabajo, ha dedicado, en cambio, pocas a la teología del ocio, que es complementaria.

Las vacaciones facilitan guardar la necesaria distancia que nos permite ejercer nuestro dominio sobre el fluir caótico de las vivencias de cada día y gozar de las riquezas que la vida nos ofrece.

Jesús vivió la urgencia del anuncio del Reino sin dejarse acaparar por las prisas. Porque las muchas ocupaciones necesitan generar calma, encontraba espacios para la oración sosegada. Incluso buscaba con sus discípulos sitios tranquilos y apartados para descansar. Eran tantos los que iban y venían que, como dice el Evangelio, “no encontraban tiempo ni para comer”. Y en el Sermón del Monte nos enseña a no vivir afanados por lo inmediato, ni agobiados por el mañana más de lo necesario. “Vosotros valéis más”, nos dirá en el evangelio.

A eso apuntan el domingo, las fiestas y las vacaciones. Si éstas fueran bien utilizadas nos permitirían cortar el ritmo agitado de vida y establecer una relación más armoniosa con las cosas, con las personas, con nosotros mismos y con Dios. Siempre he lamentado la apertura de los estable- cimientos comerciales en Domingo. Comprendo que para algunos es, tal vez, la única posibilidad de aprovisionarse para la semana; pero habría que preguntarse si no será una ley más del liberalismo económico, que tiende a reducir al hombre a un ser con sólo dos dimensiones: productor-consumidor.

Para muchas personas, con regímenes de horarios cambiados, las vacaciones son casi la única oportunidad para dialogar a fondo con el propio cónyuge, para jugar con los hijos, para leer un buen libro o para contemplar en silencio la naturaleza, para hablar con Dios. Hacer de las vacaciones un tiempo más frenético que el que ya se lleva durante el año es arruinar nuestro tiempo. Al mandato de santificar las fiestas habría que añadir el de santificar las vacaciones. Saber perder el tiempo puede ser el mejor modo de encontrarlo, pues el tiempo realmente perdido es el que gastamos enajenados de nosotros mismos, sin caer en la cuenta de quién soy, qué busco, adónde voy, sin percatarnos de que existimos en la presencia de Dios. “Tomad descanso y sabréis que yo soy vuestro Dios”, dice el salmo 46. El descanso debería servirnos, por decirlo con el título de la famosa novela de M. Proust, para ir “a la búsqueda del tiempo perdido”.

Cómo me impresionaron las palabras que un autor moderno pone en boca del Papa Luna: “Toda mi vida fue una agitación. Luché tanto en tu nombre que apenas pude conversar contigo. Hablé tanto de ti, como vicario tuyo, que no me quedó tiempo para reposar en silencio a tu lado. Entre nosotros no ha habido tiempo para el amor: teníamos demasiadas cosas que hacer, demasiados entuertos que enderezar, demasiadas tareas que cumplir. No el amor, el deber me ha conducido a ti. Y ahora, a deshora, caigo en la cuenta de que perdí la vida”. Es una reflexión que podemos aplicarnos los sacerdotes y los religiosos, el esposo o la esposa respecto al otro cónyuge, los padres con los hijos, los amigos para con los amigos, los cristianos en relación con nuestro Dios. El pluriempleo o la atención a lo importante puede hacernos olvidar lo fundamental.

¡Buenas y fructuosas vacaciones!
¡Hasta el próximo curso, si Dios quiere!